por Jesús M. de la Cruz
De nuevo toda la atención mediática se centra en el yacimiento de Casas del Turuñuelo, en Guareña, Badajoz, y no es para menos. El lugar pertenece a un antiguo edificio condenado y abandonado por sus propios habitantes en algún momento temprano del siglo V a.C. Por las características tan particulares de su final, supone una burbuja en el tiempo, que sus actuales investigadores, encabezados por los directores Esther Rodríguez y Sebastián Celestino, están descubriendo a pequeños pasos. Gracias a su trabajo ya nos ha proporcionado algunos hallazgos notables, como la enorme hecatombe de animales que se desarrolló en su patio central, y es seguro que aún nos concederán muchas más sorpresas en el futuro.
En una rueda de prensa organizada el martes 18 de abril, Esther Rodríguez y Sebastián Celestino han dado a conocer el último descubrimiento, que está llamado a revolucionar la historia del arte de los pueblos peninsulares prerromanos. Se trata de una docena de fragmentos de piedra que pertenecen a cinco cabezas de esculturas, de ellas al menos dos de mujeres y una de un joven guerrero. Las piezas han sido encontradas en el área este del edificio mientras el equipo se esfuerza por encontrar el acceso principal. El lugar es una sala que podía servir como espacio de reunión, ya que contenía un fuego central y un banco corrido a lo largo del muro. En este espacio, dispersas por el suelo, se fueron encontrando durante el mes de marzo diversos fragmentos, que tras haber sido reunidos y montados en parte, se han dado a conocer. Después del encuentro con los periodistas, el viernes 21 de abril los investigadores acudieron a una mesa redonda celebrada en el Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, situado en Alcalá de Henares, donde pude hablar con ellos en persona sobre el descubrimiento.
Las dos piezas más espectaculares son dos cabezas de mujer parcialmente reconstruidas, denominadas Señoras por los descubridores. A ellas se suman la cabeza de un joven guerrero, de la cual se conserva el lado derecho, y otros dos fragmentos que hacen pensar en otras dos efigies presumiblemente femeninas. Aunque los dos cabezas casi completas de las Señoras destacan sobre el conjunto, parece que la efigie del guerrero posee un tamaño ligeramente superior, lo que puede indicar que se trata del verdadero protagonista de la acción, atendiendo a las leyes escultóricas de la jerarquía, según las cuales el personaje más importante de una escena es representado en mayor tamaño. Respecto a los paralelos estilísticos de las figuras, Sebastián Celestino reconoce que el arte etrusco es útil, ya que el perfilado y forma de los ojos almendrados recuerda a los de estas figuras. La sonrisa hierática y los peinados también pueden recordar al estilo de las koré del arte griego arcaico. Dentro del ámbito peninsular, pueden encontrarse algunos parecidos razonables con varios bustos de Astarté de origen fenicio pertenecientes al siglo VI a.C., cuyos tocados y peinados recuerdan claramente a lo que puede observarse en los restos del Turuñuelo.
Al ser preguntados sobre el origen de estas esculturas, los descubridores han reconocido que aún no se han encontrado más que las cabezas, pero que lo más probable es que pertenecieran a un conjunto que aún está por descubrir. Hay dos teorías posibles: que formaran parte de un friso o altorrelieve, ya que sus partes traseras permanecen lisas y sin trabajar, o que fueran bustos o efigies exentos. Esta interpretación sigue abierta: la campaña de excavación terminará en abril, y aún es posible que se encuentren más fragmentos que ayuden a desentrañar este misterio. Es por esta misma razón que aún no se atreven a designar qué tipos de personajes tenemos ante nosotros: pueden tratarse de importantes miembros de la aristocracia del lugar, retratados en su lugar de culto predilecto, o bien podemos encontrarnos ante una escena de carácter religioso, con la representación de divinidades y héroes de algún ciclo mítico.
El hallazgo de estas cabezas se suma a la base de una estatua de mármol de pequeñas dimensiones que se encontró en un lado del patio en el año 2018. En esta base se encontraban apenas dos pequeños pies, presumiblemente femeninos, de una escultura que no ha sido aún localizada, y que hasta el momento era el único ejemplo de arte escultórico del yacimiento. La tipología de la escultura y su material permitieron reconocer en esta base una figura de estilo griego arcaico, tallada en mármol pentélico, extraído en las cercanías de Atenas. Esto ya nos hablaba sobre la conexión de la tierra tartésica extremeña con culturas muy alejadas en el espacio, como la griega, con la cual pudieron compartir lazos comerciales y también de influencia cultural.
Aún es necesario llevar a cabo análisis para conocer el origen de la piedra en que han sido talladas las efigies recién descubiertas, pero al contrario que la pequeña estatua de origen griego se trata de una piedra calcarenita, común en suelo peninsular, una piedra blanda fácil de trabajar. Sobre ella se aplicó una capa de estuco con el objetivo de afinar los rasgos de las esculturas y poder aplicar pintura sobre ellas. A simple vista pueden observarse algunos vestigios de color rojo, y posteriores análisis permitirán revelar más datos sobre ello. Respecto al tipo de talla, Esther Rodríguez aún no se pronuncia con rotundidad al respecto, y reconoce que la calidad del trabajo y las formas de las figuras pueden denotar la mano de un artesano experto, tal vez de origen oriental.
Lo que ha quedado claro es que el nuevo hallazgo va a cambiar por completo este panorama en el que Tarteso actúa solo como deudor de productos artísticos foráneos, si no que lo sitúa como una cultura capaz de llevar a cabo sus propias producciones artísticas, con una calidad y factura iguales a la de los pueblos que llegaron de más allá del mar. Hasta la fecha se consideraba a la cultura tartésica como anicónica, es decir, que no llevaba a cabo representación de figuras humanas. Sus divinidades se representaban a través de betilos, piedras alargadas de formas redondeadas que servían para expresar el poder inefable de las divinidades, una práctica heredera directamente de las religiones orientales que también adquirieron otros pueblos, como los iberos. Pero este descubrimiento ayuda a rechazar o al menos matizar esta afirmación, ya que se suma a otros muy pocos hallazgos de restos escultóricos en la región que hasta ahora se consideraban raros o de difícil identificación. Entre estos restos destaca la llamada Máscara de Tharsis, un rostro de hombre con bigote y barba que se ciñe el cabello con una amplia diadema o banda. Este rostro no está labrada en la parte de atrás y debió formar parte de una escultura mayor, lo que permite hacer algunos paralelismos evidentes con las esculturas del Turuñuelo y ofrece ya sobradas evidencias de que los tartesios sí que poseían formas humanas en su repertorio escultórico.
Un rasgo destacado de las esculturas es la aparición de diferentes joyas retratadas en el conjunto escultórico. Los rostros de las Señoras poseen sendas arracadas, el guerrero muestra parte del lateral de un casco abierto con una voluta, y uno de los dos fragmentos de rostro femeninos incompletos muestra el arranque de una diadema con piezas en forma de lenguetas y alveolos. Excepto el casco, la diadema y los pendientes poseen paralelos arqueológicos y permiten hacer una identificación cultural precisa de estas señoras. Aunque el estudio específico sobre estos objetos aún tardara tiempo en ser concretado, desde el principio Sebastián Celestino ha afirmado que estos objetos son típicamente tartésicas. Las arracadas son pendientes colgantes con forma redondeada y gruesa, con una tipología que les ha dado el nombre de «amorcilladas». Pueden ser de tipo simple, con un solo cuerpo, o geminadas, con dos cuerpos, con una cronología entre los siglos VII y V a.C. Es muy interesante cómo en el edificio de Cancho Roano, también en Badajoz y perteneciente al mismo horizonte cultural que Casas del Turuñuelo, se encontraron como parte del tesoro de fundación dos arracadas geminadas, cuyo parecido con las de las efigies de las Señoras es más que evidente. El fragmento de la diadema permite identificar otras joyas que hasta este momento se habían identificado como collares, y que ahora puede afirmarse que eran parte del ajuar que las damas tartésicas utilizaban como tocado. Estas piezas están documentadas también en otros lugares del sur peninsular, como la necrópolis de Toya, en Peal de Becerro, Jaén, pero sus fechas son posteriores al yacimiento del Turuñuelo, en torno al siglo IV a.C., y pertenecen a la cultura ibérica. Estos ejemplos sirven para apoyar aún más este concepto de que la cultura tartésica se encontraba plenamente inmersa en el ámbito cultural del Mediterráneo, y ayuda a entender las relaciones e influencias que se desarrollaron entre los pueblos de la península.
Esta noticia significa solo la punta del iceberg de lo que está por venir, ya que las esculturas han cambiado también la interpretación del yacimiento en su conjunto. Hasta ahora, la hipótesis que habían desarrollado los investigadores se encaminaba a explicar la clausura del Turuñuelo como un acto religioso de gran importancia para los habitantes de la región, tal vez motivado por algún tipo de desastre natural o carestía que obligó a abandonar este territorio y sellar sus edificios principales. La ceremonia del banquete, el sacrificio en el patio principal y el posterior enterramiento del edificio parecen indicar con pocas dudas que fue un acto premeditado que tuvo que significar un gran esfuerzo y ser desarrollado en un período de tiempo no corto. Esto descartaba las antiguas hipótesis que hablaban sobre cómo distintos pueblos célticos habían llegado y ocupado el territorio del Guadiana Medio en algún momento de la Edad del Hierro tras una invasión que habría desplazado o sometido a los pueblos autóctonos.
Pero ahora, el estado de fragmentación de los rostros encontrados puede apuntar de nuevo hacia una actividad violenta en el lugar, dado que los primeros análisis apuntan a que las figuras fueron fragmentadas al golpearlas en el rostro con algún tipo de instrumento, según señala Esther Rodríguez. Esta situación nos acerca a otras actividades de condena y destrucción de monumentos bien conocidas en la Península Ibérica, como en el caso de la cultura ibérica, con ejemplos tan conocidos como el conjunto escultórico de Cerrillo Blanco. Este monumento ibérico estuvo formado por numerosas esculturas humanas y de animales pertenecientes a un linaje aristocrático de la ciudad de Porcuna, que fueron destruidas con saña tal vez a manos de un bando aristocrático rival, o por algún tipo de convulsión social, para luego ser enterradas y ocultadas en una zanja. Este acto de destrucción supone una especie de condena o damnatio memoriae hacia las esculturas, ya que al destruir sus rostros se actúa de manera simbólica destruyendo su identidad.
¿Cómo las gentes devotas de un lugar iban a destruir con saña las figuras de sus dioses? Las preguntas se acumulan y no hacen más que añadir más interés hacia este yacimiento. Como ya se ha dicho, aún queda mucho por saber, y futuros estudios permitirán ir respondiendo los enigmas que ahora se nos plantean.