por Jesús Manuel de la Cruz
En este artículo quiero tratar los rasgos generales de la historia genética de la península ibérica, centrándome en la evolución de los principales linajes masculinos y femeninos de ADN, analizados a partir de muestras de genoma antiguo obtenidos de individuos enterrados en diferentes yacimientos arqueológicos distribuidos por toda la península.
Existen dos trabajos de investigación fundamentales para poder profundizar en este campo.
El primero de ellos fue publicado en la revista Scientific Reports de Nature en 2017. Se trata de un estudio internacional y multidisciplinar encabezado por la doctora húngara Anna Szécsényi-Nagy, donde se analizó la composición genética materna de las poblaciones peninsulares de la prehistoria reciente desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce, entre el VI y el II milenio antes de Cristo. En el mapa del estudio que he utilizado de portada se ven los territorios en los que este estudio ha dividido la península según los datos de referencia utilizados en el trabajo, basados en 338 estudios de ADN mitocondrial, repartidos entre el centro peninsular especialmente en la submeseta norte, el noreste catalán, el sureste por debajo del Ebro y la región suroeste, que abarca principalmente yacimientos en torno al curso bajo del Tajo. El análisis de la evolución de los linajes femeninos se centra en tres épocas: el Neolítico, el Calcolítico y la Edad del Bronce antiguo.
La agricultura llegó a la Península Ibérica alrededor del año 5700 a.C. siguiendo una ruta que muy posiblemente se basó en la navegación costera de grupos originalmente salidos de Anatolia. Al igual que en otras partes de Europa, durante el Neolítico inicial es posible notar una discontinuidad de población entre los cazadores-recolectores y los primeros agricultores, lo que demuestra que se trataba de dos grupos humanos diferenciados que en un principio no tuvieron contacto directo. Estas primeras comunidades neolíticas son reconocibles a través de nuevas manifestaciones culturales, como la cerámica cardial, encontrada en yacimientos como La Cova de L’Or, en Alicante. Se trataba de pequeñas comunidades de una veintena de personas que buscaban zonas de tierras fértiles y podían asentarse en campamentos o cuevas próximas entre sí, revelando unas formas de vida que en realidad no se diferenciaban mucho de las que tenían los cazadores-recolectores.
Ya durante el Calcolítico la agricultura se había expandido por toda la península mientras los grupos humanos crecían y comenzaban a habitar en grandes asentamientos. En esta época es posible detectar la continuidad de los linajes asentados por primera vez durante el Neolítico en todas las regiones de Iberia, mientras que la contribución genética de los cazadores-recolectores en las poblaciones del periodo es generalmente mayor que en otras partes de Europa, pero varía según la región. En los territorios ibéricos tampoco se observa un cambio importante en el registro de ADN mitocondrial del Calcolítico tardío y de la Primera Edad del Bronce, como sí ocurre entre distintas sociedades continentales. En este desarrollo diferente de las poblaciones prehistóricas peninsulares la geografía es un factor fundamental. La península es un lugar con grandes ríos y altas cadenas montañosas que históricamente han servido de frontera natural entre pueblos, aunque no han sido un limitante para el traslado de personas entre los distintos territorios, al menos desde que las poblaciones agricultoras comenzaron un proceso de crecimiento durante el Calcolítico.
Una característica de la dinámica de la población ibérica prehistórica es que los linajes genéticos de cazadores recolectores van aumentando conforme nos alejamos de la costa. Esto indica que los pobladores neolíticos alcanzaron la península desde la región noroccidental, seguramente siguiendo la costa en barco o a pie, de manera que su penetración en el territorio fue realizándose lentamente mientras los grupos cazadores continuaban habitando sus territorios ancestrales en el interior. Ya durante los primeros siglos de transición neolítica en Iberia, observamos una mezcla de linajes de ADN femenino de distintos orígenes, lo que indica que el proceso de neolitización se produjo a la vez que ocurría el mestizaje entre las comunidades de cazadores y los agricultores neolíticos que en última instancia derivaban de grupos agrícolas del Próximo Oriente.
Principales grupos genéticos de ADN mitocondrial en la península. De los principales haplogrupos representados, los linajes H, N y U proceden de los grupos cazadores del Paleolítico, y son los más antiguos de la península. Los linajes K, J y T pertenecen a las mujeres de los grupos neolíticos llegados de Oriente. Fuente: Szécsényi-Nagy, A. et alii (2017).
Es posible que junto con esta oleada marítima llegaran más adelante grupos neolíticos continentales que atravesaron los Pirineos. Por ejemplo, el grupo neolítico del yacimiento de Els Trocs, en Huesca, parecen mostrar afinidades con las comunidades de la cultura de la cerámica de bandas centroeuropeas. La convivencia entre los nuevos grupos y los cazadores no fue siempre sencilla. En Els Trocs, la comunidad neolítica sufrió un ataque por parte de sus vecinos cazadores, quienes mataron con inusitada violencia a parte de sus miembros.
Pese a las entendibles tensiones entre grupos, la diversidad de linajes femeninos en las comunidades ibéricas continuó incluso durante el Calcolítico, cuando las poblaciones se volvieron más homogéneas, lo que indica una mayor movilidad de personas y la mezcla entre comunidades que habitaban diferentes regiones geográficas.
En el paso del Calcolítico a la Edad del Bronce, en torno al 2.200 a.C., se percibe una reducción demográfica, la concentración de poblados en altura y cambios en las costumbres funerarias calcolíticas, sobre todo en la parte occidental y meridional de Iberia, donde la mayoría de los grandes asentamientos fueron abandonados y las tumbas colectivas fueron sustituidas por enterramientos individuales. Estos cambios fueron promovidos por un fenómeno climático de mayor aridez, a la vez que comenzaban a formarse las primeras élites organizadas, después del fenómeno del Campaniforme, unas élites que quisieron hacerse con el control de recursos clave, como la metalurgia o el negocio de la sal, y monopolizaron la gestión de algunos rituales y prácticas de enterramiento que querían perpetuar su posición social privilegiada.
Sin embargo, los cambios culturales no acompañan a cambios significativos en el conjunto de linajes femeninos durante la Edad del Bronce. La expansión de grupos procedentes de la estepa oriental, los nómadas yamnaya, afectó profundamente a los grupos del Neolítico tardío y de la primera Edad del Bronce de Europa central y septentrional, pero no puede observarse el mismo impacto en la población de la península ibérica, aunque el nivel de sustitución genética sigue resultando especialmente relevante, como demostró el segundo estudio que vamos a tratar.
Esta línea cronológica muestra los aportes de AND-Y de los linajes masculinos en la península. Se percibe la llegada de los grupos neolíticos (morado) y Yamnaya (rojo) que se impusieron a las poblaciones locales. Fuente: Olalde, I. et alii (2019).
El segundo estudio que vamos a tener en cuenta fue publicado en 2019 en la revista Science, y se trata de un trabajo muy conocido. El artículo está encabezado por el investigador Íñigo Olalde, y contó con la colaboración de más de 100 autores de varias instituciones y universidades internacionales. El estudio analizó el genoma masculino de 271 individuos a lo largo de 7000 años de historia, y se ha convertido en un referente fundamental, aunque sus conclusiones iniciales han sido matizadas y ampliadas por trabajos posteriores a lo largo de estos últimos años.
Este estudio destacó una serie de características peculiares dentro de la evolución de los linajes masculinos peninsulares que se suman a las peculiaridades del desarrollo de las sociedades prehistóricas que ya hemos visto en el estudio de los linajes femeninos.
La primera, que entre los grupos cazadores recolectores peninsulares es posible distinguir una división genética entre los linajes masculinos de las comunidades que habitaban en el noroeste y aquellas que vivían en el sureste, lo que parece indicar que ya desde el Paleolítico final los grupos humanos del norte peninsular habían tenido una mayor relación con los grupos cazadores del continente que las comunidades más al sur de la península. Durante el Neolítico, los linajes masculinos de agricultores se fueron imponiendo a la genética de los cazadores locales a lo largo del V milenio, pero desde el IV milenio se percibe un aumento de la huella genética de estos cazadores, un reflujo que puede explicarse por la existencia de grupos fantasma, comunidades de cazadores no localizables por la arqueología, que fueron mezclándose más y más sobre el sustrato mestizo de las poblaciones neolíticas, especialmente en las regiones del centro y del norte de la península.
En segundo lugar, se demostró la existencia de contactos esporádicos entre Iberia y el norte de África en el III milenio a.C., motivados por el tráfico de productos como el marfil a ambos lados del mar. Este comercio es fácilmente reconocible en la arqueología, ya que durante el Calcolítico la región sur de la península se vio inundada de marfil, que era trabajado para la realización de objetos de adorno y guardado como un objeto de enorme riqueza y prestigio. Aunque genéticamente el impacto de estos contactos parece ser limitado, se extiende por una cronología muy amplia, a los que se suma, en periodos posteriores, una huella de ascendencia Levantina, posiblemente de antiguos contactos con el Mediterráneo Oriental, muy anteriores a la colonización fenicia.
Con la llegada de la Edad del Bronce se destaca la sustitución del 40% de la ascendencia de Iberia y casi el 100% de sus cromosomas Y por personas con ascendencia esteparia R1b- M269, unos linajes masculinos cuyo origen se remonta al pueblo Yamnaya este de Europa. La llegada de los linajes masculinos Yamnaya provocó un profundo cambio genético en toda Europa, al que se supone que acompañó la implantación de las distintas lenguas indoeuropeas. Este es uno de los temas estrella de la arqueogenética, pero precisamente la noticia de este artículo dejó una marca de sensacionalismo en muchos periódicos que no se ajusta a la realidad del hecho, que debió ser mucho más compleja que la de una mera invasión y sustitución de población, como comúnmente se ha llegado a creer. El estudio genético apunta a una mayor contribución de varones con sangre esteparia que de mujeres, lo que indica que estos individuos acudieron a la península de forma individual, no como grupo. Esto, entre muchos otros factores, permite determinar que no se trató de una invasión, sino de movimientos migratorios más complejos.
En la Edad del Hierro, la ascendencia esteparia se había extendido no sólo a las regiones de habla indoeuropea, sino también a las de habla no indoeuropea, y revelamos que los vascos actuales se describen mejor como una población típica de la Edad del Hierro sin los acontecimientos de mezcla que más tarde afectaron al resto de Iberia. Además, documentamos cómo, al menos a partir de la época romana, la ascendencia de la península se vio transformada por el flujo genético procedente del norte de África y el Mediterráneo oriental.
Imagen de portada: regiones de distribución del ADN mitocondrial en la península, y cronología temporal. En A. Szécsényi-Nagy et alii. (2017).
Bibliografía:
Szécsényi-Nagy, A. et alii (2017): «The maternal genetic make-up of the Iberian Peninsula between the Neolithic and the Early Bronze Age». Scientific Reports, 7: 15644.
https://www.nature.com/articles/s41598-017-15480-9
Iñigo Olalde et al. (2019): “The genomic history of the Iberian Peninsula over the past 8000 years”. Science, 363: 1230-1234.