Enterramientos invisibles y prácticas de fragmentación en la Edad del Hierro

por El Profesor

Jesús Francisco Torres-Martínez, conocido como Kechu, es investigador y arqueólogo en la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro fundador del IMBEAC, Instituto Monte Bernorio de estudios de la antigüedad del cantábrico, y dentro de él ha dirigido campañas de investigación relacionadas con la etnoarqueología y la economía de los pueblos celtas del norte peninsular.

El artículo que vamos a comentar, «Invisible burials» and Fragmentation Practices in Iron Age Europe: Excavations at the Monte Bernorio Necropolis (Northern Spain), está firmado por Jesús Francisco Torres-Martínez y el grupo de investigación multidisciplinar del IMBEAC. En él se describen las conclusiones obtenidas tras las campañas de excavación del área de la necrópolis del oppidum cántabro de Monte Bernorio, realizadas entre los años 2004 y 2014 (Torres-Martínez, J. F. el alii, 2017). El oppidum tiene su ubicación en la cima de una impresionante montaña caliza a los pies de la Cordillera Cantábrica, en la provincia de Palencia. El yacimiento es conocido debido a sus grandes dimensiones, más de 28 hectáreas de poblado limitadas por fortificaciones, y por su ubicación estratégica, lo que le confirió un papel protagonista durante las guerras cántabras de Augusto, momento en que se libró un fuerte asedio que condujo a su destrucción (Torres-Martínez, J. F. et alii, 2011).

Las necrópolis de muchas culturas tanto prehistóricas como protohistóricas dentro y fuera de la Península Ibérica representan enterramientos de incineración, con urnas funerarias donde se depositaron los restos del difunto, acompañado de ajuares de objetos que utilizaron en vida y que sus seres queridos incluyeron para que le acompañaran en el Más Allá. En la necrópolis de Monte Bernorio se identifican los típicos enterramientos en urnas cinerarias acompañadas de ajuar, entre el que destacan los conocidos puñales de tipo Monte Bernorio, unas armas que fueron utilizadas como símbolo de la clase guerrera dentro de la sociedad cántabra. La nueva investigación del IMBEAC ha permitido profundizar en estas prácticas funerarias, descubriendo evidencias de otros rituales llevados a cabo en la necrópolis.

El artículo comienza dando una perspectiva general sobre los ritos y ceremonias relacionados con el mundo funerario en el área céltica de la fachada atlántica europea. Un elemento destaca por encima de los demás, y es que una parte importante de la población debió de ser enterrada de maneras que no han dejado pruebas materiales identificables. Esto explicaría por qué en muchas necrópolis el número de enterramientos refleja un número de población muy inferior al que debió vivir en aquella región o poblado. Pero la realidad es que esta población aparentemente desaparecida recibió un funeral con prácticas que hoy en día no pueden ser rastreadas por los arqueólogos. En la zona atlántica este fenómeno se percibe de forma más habitual que en otras regiones, y por ello se habla de prácticas de enterramiento invisibles: invisibles en tanto que no pueden ser percibidas por la arqueología actual (op.cit.: 1).

Las excavaciones realizadas en Monte Bernorio desde el siglo XIX permitieron localizar diferentes necrópolis, de las que se obtuvieron principalmente armas y cerámica. Estas necrópolis fueron investigadas de manera más sistemática en los años 40, obteniendo diferentes ajuares con objetos metálicos y cerámicos y descubriendo pequeños túmulos formados por la acumulación de piedras. En dos de estos túmulos pudieron obtenerse enterramientos con algunas armas, entre las que destacaban los puñales Monte Bernorio, pero en la mayoría de ellos llamaba la atención la ausencia de restos evidentes de tumbas de incineración. Sin embargo, sí que destacaba la existencia de un área en torno a los túmulos en la que podía encontrarse un número alto de fragmentos metálicos muy dañados por el fuego, algo para lo que no se encontró una explicación en ese momento (op.cit: 2). Fueron precisamente estos datos los que guiaron un nuevo estudio por parte del IMBEAC, llevado a cabo en dos campañas arqueológicas, y cuyas conclusiones son las que refleja el artículo que comentamos.

La campaña de 2007-2008 (op.cit: 2-6) comenzó por definir y datar los espacios de necrópolis relacionados con el oppidum. Varias localizaciones se ubican dentro y fuera del espacio fortificado del asentamiento, evidenciando la larga historia del mismo. Las más antiguas proceden de la Edad del Bronce, entre el 2.200 y el 800 a.C. y se encontran fuera del recinto, mientras que las más recientes pueden encontrarse dentro del conjunto defensivo, fechadas en la Edad del Hierro entre el 800 y el 25 a.C. Los rastreos permitieron definir un área en torno a la puerta sur, denominada Área 7, situada sobre el espacio que había sido excavado en los años 40. Esta zona demostró ser una de las necrópolis del oppidum, mostrando a nivel de superficie fragmentos de objetos cerámicos y de huesos y también objetos metálicos originados por el asalto romano. Debajo de la superficie se encontraron grupos de piedras ennegrecidos y carbón que demostraban la existencia de agujeros en el suelo: estas fosas eran iguales a las encontradas en los años 40.

La excavación arqueológica de 2007 condujo al hallazgo de quince fosas funerarias de diferentes tamaños con un túmulo de tierra alzado sobre ellas. En el centro de ese túmulo se encontraban dos fosas más grandes, de casi dos metros de diámetro; las demás fosas estaban excavadas a su alrededor, unas sobre otras. La excavación continuó en 2008, mostrando otras trece fosas. Gracias a estos descubrimientos, pudo realizarse una clasificación según su tamaño. Las fosas más pequeñas, de menos de 50cm de diámetro, fueron excavadas primero. Fosas más grandes, de más de 50cm de diámetro, se excavaron sobreimpuestas a las fosas pequeñas, en un tiempo posterior. Por último, había algunas fosas que aún conservaban su cubierta de piedras amontonadas, formando un pequeño túmulo. La sobreimposición de las fosas demuestra que el mismo lugar fue usado de forma continuada durante bastante tiempo, lo que lleva a concluir que ese sitio tenía un valor simbólico y ritual muy importante.

El relleno de las fosas estaba compuesto por tierra negra que contenía pequeñas piezas de carbón y ceniza. Dentro de ellas fueron arrojados huesos de animales tanto domésticos como salvajes y restos de vajilla cerámica. La mayoría de las fosas contaba también con restos de objetos metálicos, como hebillas, fíbulas, pendientes y otros, con muestras evidentes de haber sido arrojados al fuego, igual que ocurre con los huesos. Cada grupo de fosas estaba a su vez asociada con un túmulo de tierra que las cubría, que con el paso del tiempo se fue erosionando por la meteorología o las actividades agrarias modernas.

La nueva campaña llevada a cabo entre los años 2015 y 2016 contó con nuevas técnicas de investigación (op.cit.: 6-8). Sobre el territorio ya excavado en la campaña anterior se llevó a cabo un análisis geomagnético. Este estudio permitió identificar una serie de concentraciones de túmulos de piedras y de otros materiales quemados. También se pudo identificar un murete y un foso que delimitaba el espacio donde se encontraba la necrópolis, separando claramente el espacio sagrado del profano. Las nuevas excavaciones encontraron nuevas fosas de similares características a las ya descritas, datadas entre el siglo IV y el I antes de Cristo.

Las conclusiones de los hallazgos realizados en las dos campañas arqueológicas del Área 7 de la necrópolis de Monte Bernorio han permitido obtener datos muy valiosos sobre las prácticas y rituales funerarios hasta ahora llamados invisibles (op.cit.: 8-9).

En primer lugar, los huesos de animales se encontraron bien en la parte superior de las fosas, con muestras de haber sido cocinados o quemados, o bien en el interior de ellas, donde se observaban pequeños trocitos más afectadas por el fuego directo. Entre los animales representados destacaban las ovejas y cabras, cerdos y vacas. Estos huesos pueden indicar los restos de un banquete funerario o de alimentos directamente ofrecidos al difunto a través de su quemado.

En segundo lugar, el análisis de los fragmentos de hueso más pequeños y calcinados demuestra que eran huesos humanos, quemados como parte de un ritual. Es posible que el muerto fuera incinerado con algunos objetos de ajuar e incluso con algunas porciones de animales. Tras ser quemados, los restos fueron mezclados todos juntos y depositados en una fosa, en torno a la que pudo alzarse un pequeño túmulo de piedras amontonadas.

Algunos pozos mostraron contener únicamente fragmentos de madera carbonizados, tras lo cual fueron sellados amontonando piedras sobre ellos. La hoguera a la que perteneció esa madera no se encontraba próxima al lugar donde fue enterrada, con la peculiaridad adicional de que el fuego fue apagado a propósito cuando la madera se hallaba en plena combustión. Todo ello describe una práctica llevada a cabo en otro lugar fuera de la necrópolis, pero aun así conectada con el culto o memoria de los difuntos en un sentido amplio (op.cit.: 11).

¿Qué ceremonias aparecen reflejadas en los hallazgos del Área 7? La zona de necrópolis de Monte Bernorio ubicada en la puerta sur estuvo limitada por un murete que permitía reconocer el espacio sagrado, o németon, y el profano. Dentro del recinto sacralizado existió una zona interior, para los enterramientos, y una zona exterior destinada a distintos rituales funerarios perfectamente establecidos. La cronología de estos actos rituales fue muy amplia, entre los siglos III a.C. y I d.C., coincidiendo ya con la ocupación romana del monte (op.cit.: 10). Entre estos ritos existiría un banquete en honor del difunto; después de terminar la comida en comunidad, una parte de cada uno de los elementos relacionados con la ceremonia: los restos del difunto, los platos para comer, la comida, el carbón, etc. serían recogidos para ser enterrados. Esta práctica es denominada pars pro toto, es decir, un acto simbólico en el que se toma una parte en representación por el todo (op.cit.: 9). Estos rituales pudieron pertenecer al funeral de personas de clase social humilde (op.cit.: 10). Por otro lado, pudieron practicarse rituales de culto a los antepasados con posterioridad al funeral de un difunto. Esta práctica pudo consistir en la selección primera de algunas partes de los restos cremados del cuerpo para llevar a cabo una segunda ceremonia. En ese nuevo ritual, la presencia del difunto estaría simbolizada por los restos óseos conservados, que junto a los restos de la comida celebrada en su honor, serían quedamos en una hoguera y enterrados en un segundo funeral simbólico (op.cit.: 10).

En sus conclusiones finales, los investigadores firmantes mantienen dos cuestiones surgidas a partir de sus descubrimientos que sirvan para guiar futuros estudios sobre los ritos funerarios en las necrópolis célticas. Una, qué ocurre exactamente con los restos humanos y otros objetos después de un funeral. Otra, por qué no hay una cantidad apreciable de restos humanos en la parte excavada de la necrópolis cántabra. En todo caso, plantean la existencia de prácticas culturales completamente intencionales cuyo objetivo era rendir culto o recordar a algunos difuntos, prácticas invisibles para el registro arqueológico, e invitan a replantearse la expresión de enterramientos invisibles, o de invisibilidad de los muertos (op.cit.: 12).

Los autores concluyen que lo que se observa en Monte Bernorio son rituales dirigidos a la desaparición del cuerpo, un fenómeno visible en prácticas conocidas como la descarnación o la exposición, o en la deposición de las cenizas del difunto en lugares fuera de la necrópolis, como podría ser arrojadas a las aguas. La aparente irrelevancia del cuerpo del difunto en este tipo de rituales podría explicar la ausencia de restos humanos en las necrópolis. En el caso de Monte Bernorio, esta invisibilización del difunto parece la norma: en estos rituales no es tan importante la preservación del cuerpo en sí, si no la perpetuación de la memoria del difunto. Estas acciones pueden extrapolarse a otras partes de la Europa céltica. De este modo, las necrópolis pueden ser vistas como espacios mucho más diversificados, donde se llevan a cabo ceremonias diferentes a las del mero enterramiento que permiten el recuerdo de los difuntos a través de actos comunitarios de celebración. Por tanto, concluyen los investigadores, es necesario replantear el concepto de los espacios funerarios en la Edad del Hierro, y más allá, en virtud de la complejidad de las prácticas conectadas con la muerte, la memoria de los antepasados y el Más Allá (op.cit.: 13).

Imagen de la portada: André Houot.

Referencias y bibliografía:

Web del IMBEAC: http://www.imbeac.com/

Torres-Martínez, J. F. et alii (2012): “El ataque y destrucción del oppidum de Monte Bernorio (Villarén, Palencia) y el establecimiento del castellum romano”, en HABIS, 42. pp. 127-149.

Torres-Martínez, J. F. et alii (2017): “El oppidum de Monte Bernorio (Palencia). Resultados de las campañas arqueológicas de 2004-2014” en von Zabern, P. (ed): Madrider Mitteilungen, nº57. Madrid: Deutsches Archäologisches Institut. pp 245-271.

Torres-Martínez, J. F. et alii (2021): «‘Invisible burials’ and Fragmentation Practices in Iron Age Europe: Excavations at the Monte Bernorio Necropolis (Northern Spain)», en Journal of Field Archaeology online, DOI: 10.1080/00934690.2021.1924435

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