La población de Tartesos

por El Profesor

Este artículo es una recensión del trabajo del investigador Marcos Martelo Fernández. El trabajo, titulado «El poblamiento orientalizante en Andalucía Occidental. Análisis de las fuentes arqueológicas y estado de la cuestión», está englobado dentro de lo que se denomina un estado de la cuestión, es decir, trabajos de investigación que hacen una recopilación y resumen de todo lo dicho hasta la fecha sobre un tema. En este caso, se trata de un estudio de conjunto sobre el poblamiento de Tarteso durante el periodo Orientalizante de esta cultura, es decir, entre los siglos VIII y VI a.C. El trabajo resulta relevante por mostrar una visión de conjunto sobre cómo estaba habitado Tarteso en su época de esplendor cultural. Precisamente, en el prólogo el autor indica que el artículo se enmarca dentro de un proyecto de investigación a mayor escala titulado “Fenicios e indígenas en Andalucía Occidental. Análisis de un proceso de interacción/aculturación a través del tiempo y del espacio (s. X-VI a.C.)”, dirigido por el profesor Diego Ruiz Mata de la Universidad de Cádiz, especialista en la cultura tartésica y presidente de la Fundación de Estudios Fenicios Mediterráneos.

Este mapa muesta el norte de Tarteso en un momento en que su geografía era muy distinta a como hoy entendemos el valle medio y la desembocadura del Guadalquivir, ya que desde Sevilla se abría un golfo interior, conocido como Lago Ligustino o Golfo Tartésico, que hoy no existe. Para ello he utilizado las imágenes de la web es-es.topographic-map.com, a través de los cuales podemos hacernos una idea de los límites marítimos del territorio en época protohistórica.

A la hora de desarrollar el análisis del poblamiento de la tartéside, Marcos Martelo divide el territorio en una serie de comarcas basándose en la orografía del territorio y la distribución de las comarcas geográficas tradicionales de Andalucía. El territorio de Tarteso queda enmarcado a partir del curso medio y bajo del rio Gualdalquivir como punto central, con los ríos Tinto y Odiel como frontera occidental y el Sistema Bélico y las islas de Cádiz como frontera oriental. En este territorio se distinguen siete comarcas: la Sierra de Huelva, el Andévalo, la Tierra Llana y el Condado, la Campiña sevillana, el Aljarafe, el Golfo Tartésico y las marismas del Guadalquivir, la Campiña jerezana y la Bahía de Cádiz. Vamos a ver cada una de ellas:

La Sierra de Huelva (op.cit: 151). El rasgo que más destaca en esta comarca es la desaparición de los poblados de la época del Bronce Final. Con la llegada de los fenicios, los asentamientos defensivos del Bronce Final van siendo abandonados y desaparecen al producirse una migración progresiva hacia la cuenca minera de Huelva, motivados por la nueva metalurgia de la plata, que garantizaba buenos beneficios gracias a la intermediación y la demanda del comercio fenicio. Los poblados que se dedicaban a la producción del cobre, como El Trastejón o la Sierra de la Lapa, detienen su actividad, y a la vez, yacimientos con evidencias del laboreo de la plata como Monte Romero, en Almonaster la Real, ya límite con la comarca del Andévalo, se aprecia un estrecho contacto con el mundo oriental.

El Andévalo (op.cit.: 151). Esta comarca intermedia entre la sierra y la costa constituye el principal área minera, por lo que la población de la sierra comienza a migrar hasta esta región y surgen poblados como el de Riotinto. Aquí se dedican a la producción de plata en contacto directo con agentes fenicios y las colonias y factorías púnicas situadas en la costa.

Tierra Llana y el Condado (op.cit.: 151-152). Estas comarcas se sitúan en la zona llana en contacto con la costa. Aquí surgen tres grandes núcleos en torno a los cuales se va a desarrollar la producción e intercambio de plata: Huelva, Niebla y Aznalcóllar. Huelva domina una situación estratégica entre la desembocadura de los ríos Tinto y Ódielas, dominando una amplia zona en rededor. Niebla controla el territorio próximo gracias a su posición en altura junto al rio Tinto, mientras que Aznalcóllar se sitúa directamente sobre afloramientos de metal que le permite controla la explotación minera. Todos ellos dominarían por su posición estratégica el envío de plata hacia los puestos fenicios en la costa, cuando no se crearían en las propias poblaciones mercados de intercambio. En este lugar se crean rutas de transporte que conectan los centros mineros con los núcleos costeros, que a su vez redistribuyen estos recursos hacia el sur, pasando por poblados que controlarían las comunicaciones. Una ruta partía de Riotinto y pasaba por Niebla hasta llegar a Huelva, donde existía un mercado portuario. Desde Aznalcóllar salían dos rutas en dirección a Cádiz. Una pasaba por Tejada la Vieja y otros poblados como San Bartolomé de Almonte para embarcar después en el Golfo Tartésico, mientras que otra ruta usaba el río Guadiamar para conectar directamente con Cádiz.

Campiña sevillana (op. cit:152-153). La Campiña sevillana va a experimentar uno de los mayores crecimientos del territorio tartésico, impulsado por la influencia fenicia y el desarrollo de los pueblos autóctonos. Los poblados del Bronce Tardío se mantienen en su espacio, pero comienzan a crecer y a experimentar cambios que hablan del aumento de la complejidad política y del poder de las élites de los diferentes pueblos que habitan la región. El crecimiento de la población y del interés por ejercer un mejor dominio del entorno van a conducir a las élites locales a dirigir un proceso de colonización agraria de nuevos territorios, creando aldeas y poblados de agricultores que explotan la tierra, controlados desde los poblamientos fortificados mayores.

En la ribera del Guadalquivir, los asentamientos más importantes comienzan a concentrar más poder y a desarrollar un urbanismo cada vez mayor, a la vez que aparecen asociados a necrópolis de túmulos como la de Setefilla. Los núcleos capaces de usar su posición estratégica para explotar los recursos disponibles en su entorno y controlar las relaciones comerciales con los fenicios van a crecer en detrimento de los que no. En estos lugares, las élites dirigentes van dirigir la colonización de nuevas tierras agrícolas en torno a la vega del Guadalquivir, con la intención de aumentar la producción agrícola de sus pueblos y utilizar los excedentes en el intercambio comercial con los púnicos.

En la comarca de Los Alcores también se percibe el influjo del comercio fenicio. Los asentamientos en esta región se dividen en tres tipos según su ubicación: Carmona o El Gandul son poblados de primer orden, situados en un lugar estratégico, defendidos por murallas y desarrollando en su interior una estructura urbana, y actuarían como capitales del territorio. En segundo lugar estarían poblados situados en lugares estratégicos pero carentes de murallas, mientras que un tercer tipo serían poblados más pequeños, sin posición estratégica. Los nobles dirigentes de estas poblaciones se entierran también en túmulos con ricos ajuares.

Todo el valle medio del Guadalquivir es el mejor exponente del proyecto de colonización agraria dirigido por las aristocracias tartésicas. En este lugar aparecen numerosas aldeas que roturan nuevas tierras y ejercen un control real sobre el territorio, la única forma de reclamar un espacio en un mundo sin fronteras definidas. La jerarquía de los asentamientos llega aquí a dividir los poblados en cuatro tipos: los oppidum o poblados proto-urbanos, atalayas de defensa y protección, aldeas agrícolas y granjas.

La campiña al sureste muestra también un aumento de la explotación agrícola, creando nuevos asentamientos en zonas llanas y estableciendo rutas de comercio que conectan con la ciudad de Cádiz en las que vender el excedente de la producción agrícola. Hacia el este, al contrario, parece que la población se concentra en pocos asentamientos de gran tamaño, bien defendidos y situados en puntos estratégicos desde los que se domina el territorio. Es el caso de Osuna, Estepa o Écija, en torno a los cuales se estructuran unos pocos poblados también en altura y fortificados, pero todos tienen en común el control visual de una gran extensión de terreno, con espacios vacíos de naturaleza que ejerce como límite y separación entre los territorios.

El Aljarafe (op.cit.: 153-154). Esta región próxima a la desembocadura muestra una serie de elevaciones del terreno con escasa riqueza agrícola, por lo que no se ven granjas y otras aldeas agrícolas en el entorno. Sin embargo, al ser una zona de paso de las rutas comerciales desde Rio Tinto y Aznalcóllar, los poblados de esta región pueden vivir de los intercambios comerciales, como el Cerro de la Cabeza en Olivares o el Cerro de las Cabezas de Santiponce.

El Golfo Tartésico y las marismas del Guadalquivir (op.cit.: 154-155). La mayoría de los yacimientos de este entorno eran lugares costeros, puertos de comercio o de pesca. En la orilla oeste no parece que hubiera un poblamiento muy denso, excepto en la desembocadura de los ríos Guadiamar y Guadalquivir, donde existiría una importante acumulación de población al ser lugares de gestión del transporte del mineral de plata que viajaba rumbo a Cádiz. En el Guadiamar se encuentran el Cerro de las Cabezas de Olivares o el Cerro del Castillo de Aznalcóllar. En el Guadalquivir se encuentra una fuerte presencia fenicia, con la fundación de Spal, que en sus orígenes fue un poblado indígena, y con importantes santuarios orientales como los de El Carambolo y San Juan de Coria. El yacimiento del Cerro de la Albina en Puebla del Río fue un lugar de actividad metalúrgica, lo que abre la posibilidad de que existiera una tercera ruta comercial desde Aznalcóllar hasta el río Gualdaquivir, pasando por la depresión de Gerena.

En la orilla este existiría un relieve abrupto, con acantilados y zonas de aguas bajas con esteros, por lo que habría relativamente pocos poblados. Cercano a Sevilla se encuentra el yacimiento de Orippo, en Dos Hermanas. Más allá, en la zona de Lebrija, sí surgiría un alto nivel de poblamiento, coincidiendo con una etapa de recuperación climática y de crecimiento de las aguas del Golfo. Aquí los enclaves principales comienzan a mostrar urbanismo a la vez que se crean nuevos asentamientos, desarrollándose una colonización agraria igual a la del valle del Guadalquivir, pero en la fase final de Tarteso. Al sur de Lebrija surgen aldeas de cabañas pobladas por fenicios, localizados cerca de manantiales para garantizar el acceso al agua potable y el riego de los cultivos.

En las marismas entre Trebujena y Mesas de Asta existía ya una población indígena del Bronce Tardío y Final, con poblados como Cerro de las Vacas, Bustos, Las Monjas o Mesas de Asta, o Asta Regia. Aquí el comercio fenicio sirvió para que estos lugares desarrollaran una economía de explotación agrícola para la exportación hacia las ciudades fenicias, desarrollando poblados costeros y agrarios dependientes de los asentamientos principales.

La campiña de Jerez (op.cit.: 155) necesita de mayores estudios arqueológicos. En general, tiene lugar un fenómeno de concentración poblacional, aunque se mantienen aldeas en el territorio, puede ser que como efecto de la colonización agraria de núcleos más importantes. Estos núcleos estarían situados en zonas altas junto a los esteros del Guadalquivir o en altozanos dentro de la campiña, para garantizar el dominio visual y el control del territorio.

En la bahía de Cádiz (op.cit.: 155) predomina por encima de todos la ciudad fenicia del Castillo de Doña Blanca. Esta ciudad actuaría como emporio comercial con una envergadura similar a Cádiz. Es posible que aquí es donde se dieran los primeros intercambios comerciales entre fenicios e indígenas en el período proto-colonizador. Los renicios trajeron cerámica y el torno de alfarero, e introdujeron aceite y vino, así como otros productos perecederos de alimentación. A cambio, pedirían metales preciosos y grano, originando todo un proceso que cambiaría la Península Ibérica para siempre.

Referencia bibliográfica:

MARTELO FERNÁNDEZ, M. A. (2011): «El poblamiento orientalizante en Andalucía Occidental. Análisis de las fuentes arqueológicas y estado de la cuestión», en DÍAZ, J. J.; SÁEZ, A. M.; VIJANDE, E.; LAGÓSTENA, J. (eds.): Estudios recientes de Arqueología Gaditana. Actas de las Jornadas de Jóvenes Investigadores Prehistoria & Arqueología (Cádiz, abril 2008). Oxford: Archaeopress. pp. 145-159.

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