De Tolkien y el mito artúrico

Por Jesús M. de la Cruz

Tolkien trabajó sobre los dos relatos más importantes de la Primera Edad del Mundo, la Balada de los Hijos de Húrin y la Balada de Leithian, en la década de 1920, y aunque alcanzaron una gran extensión, ambas obras quedaron inacabadas y abandonadas para el año 1931. Sin embargo, sus versiones en prosa sí alcanzaron su forma final, y fueron editadas póstumamente por su hijo Christopher Tolkien.

Las historias de los Hijos de Húrin y de la Balada de Leithian tuvieron su germen en la primera obra literaria importante desarrollada por Tolkien en su juventud, El libro de los Cuentos Perdidos. Este trabajo es en realidad un conjunto de relatos con los cuales pretendía crear una mitología imaginada para Inglaterra, algo que pudiera asimilarse a las compilaciones de mitos y folklore popular que del siglo XIX se estaban llevando a cabo en Europa con el objetivo de preservar los cuentos populares de diferentes países. En un momento en que los nacionalismos estaban en auge, se consideraba que estos relatos actuaban como una especie de marca de identidad cultural común y definitoria. A Tolkien le apenaba que su amada Inglaterra no contara con un pasado literario tradicional semejante al Kalevala finés o a los corpus literarios mitológicos de Gales o Irlanda, por lo que se dispuso a imaginar una tradición propia, de donde nació todo su legendarium.

Es por ello que, tanto en su concepción inicial como en las profundas reelaboraciones posteriores de su extensa obra, siempre tuvo mucho peso la idea de que su mundo imaginado existió de alguna manera antes de nuestra realidad histórica. De esta manera, en las obras de Tolkien se pueden percibir y rastrear algunos pasajes que conectan con nuestro presente, siendo el más obvio de ellos la caída de la isla de Númenor o Atalantë en élfico, es decir, la Atlántida.

En este breve artículo quisiera poner de relieve que además de este mito de tradición clásica Tolkien desarrolló a lo largo de su proceso otras conexiones con temas mitológicos del presente. Una de ellas, también muy conocida, es la lucha de Túrin contra el dragón Glaurung, narrada en la historia de Los Hijos de Húrin que sirve como eco de la lucha del héroe germánico Sigfrido. Otra, que llegó a cristalizar de forma muy sugerente en los relatos tal y cómo han llegado publicados hasta nosotros, es la relación con la leyenda artúrica.

Mapa de Beleriand tal y como aparece en la versión publicada de El Silmarillion.

Brocelandia y Beleriand

La primera de estas conexiones se encuentra en la Balada de Leithian. Este poema relata la historia de Beren y Lúthien, uno de los episodios más conocidos de la obra de Tolkien y un evento fundamental entre los sucesos ocurridos a los Elfos durante la Primera Edad del Mundo. Mientras componía esta balada Tolkien estaba dando una forma definida a la Tierra Media, el mundo mortal más allá de Valinor, la región que habitaban los dioses. Sin embargo, la geografía de este continente apenas estaba esbozada, y se limitaba principalmente a las tierras occidentales donde los Elfos huidos de Válinor crearon distintos reinos en su guerra contra Morgoth. Este territorio contaba, eso sí, con algunas localizaciones destacadas, principalmente la ciudad de Gondolin, lugares que fueron creados antes de dar un sentido concreto al mundo en el que existían y que necesitaban un contexto topográfico más específico.

Tolkien imaginó en un primer momento que todas las tierras bañadas por el río Sirion al sur de Gondolin eran llamadas Broseliand, un nombre obtenido del famoso bosque de la literatura artúrica, Broceliande o Brocelandia en castellano. Este bosque sea posiblemente el paradigma de todos los bosques de la literatura medieval europea. Brocelandia es una región ubicada de manera algo abstracta entre el sur de Gran Bretaña y la región de la Bretaña francesa, aunque hoy se lo conoce como bosque de Paimpont situado a unos 30 km al oeste de Rennes.

Según Carlos Alvar en su diccionario de leyendas artúricas (2004: 44-46), los bosques en la literatura artúrica son el espacio ignorado más allá del mundo cortesano. El bosque es un lugar de iniciación del caballero, allí donde los peligros y portentos de los que será testigo tienen como objetivo mostrar su valía y en ocasiones enseñarle una valiosa lección, y también un lugar de purificación y perfeccionamiento antes de comenzar una nueva etapa en su vida. En el mundo artúrico el bosque es un trasunto del Más Allá céltico, y trasponer sus fronteras es alejarse del mundo cotidiano para adentrarse en otra realidad. Es común encontrar en él a ermitaños que darán valiosos consejos a los caballeros, y sobre todo por un sinnúmero de doncellas cuyos papeles suponen casi un trasunto de las ninfas y espíritus del bosque del folklore y las antiguas creencias paganas.

La obra de Chrétien de Troyes, considerado el padre del romance artúrico, crea en torno al bosque de Brocelandia la imagen de la foresta como espacio habitual de portentos. Por ejemplo, en la novela titulada Yvaín o el Caballero del León, el episodio más famoso ocurrido en este bosque es el de la Fuente Peligrosa o Fuente del Pino, una fuente cuyas aguas hierven aunque son frías como el hielo situada bajo un poderoso pino de gran altura y muy frondoso. Junto a ella hay un pilón que resulta ser una enorme esmeralda vaciada sostenida por rubíes, y un cubo del más fino oro. Al llenar el cubo y echar el agua sobre el pilón se desencadena una terrible tormenta con rayos, truenos y relámpagos. Tras ello, cuando el cielo vuelve a estar azul, el árbol se llena de aves que llenan el aire de los más hermosos cantos. Momentos después aparece en el lugar un furioso caballero llamado Esclados el Rojo, que busca venganza por el daño causado por la tormenta, que ha arrasado el bosque y el castillo que forman parte de su señorío. El protagonista Yvaín lo derrota y acude al castillo, donde se enamora de la señora Laudine de Landuc, viuda de Esclados. Ambos acaban casándose.

Pese a que Tolkien mantuvo el nombre de Brosieland aún a la hora de llevar a cabo su primera redacción en prosa del Qenta Silmarillion, lo cierto es que finalmente desechó la idea de usar Broseliand y acabó sustituyéndolo por Beleriand. Sin embargo, parece que la decisión no fue fácil. Siguiendo los razonamientos de Cristopher Tolkien (1997: 177-179), la redacción del «poema de Tinúviel», como también lo llamaba Tolkien, comenzó con una serie de anotaciones en el verano de 1925 que luego pasó a limpio en un manuscrito que su hijo denomina A, posiblemente a mediados de agosto de 1925. Cabe destacar que en ese mismo año tuvo lugar la publicación, junto con el filólogo canadiense Eric Valentine Gordon, de la edición académica del poema en inglés medieval Sir Gawain y el Caballero Verde, lo que demuestra la estrecha vinculación que Tolkien tenía con la leyenda artúrica en esa época, incluso a nivel profesional. A mediados de agosto de 1926 decidió pasar ese manuscrito a máquina, denominado por su hijo como B. En el texto A la región de la Tierra Media donde ocurre la narración es Broceliand, modificado luego a Broseliand en el texto B. Sin embargo, el término fue corregido y cambiado definitivamente como Beleriand en algún momento del año 1930 (Flieger, 2023: xii, xix). Tolkien continuó con la redacción del manuscrito de Tinúviel de forma intermitente durante mucho tiempo, abandonándolo de forma definitiva a mediados de septiembre de 1931.

La clave para el cambio de nombre tal vez se encuentre en un proceso mental iniciado al componer la Balada de Aotrou e Itroun, que interrumpió la redacción de la Balada de Leithian, ocupando la mente de Tolkien durante casi todo el año 1930. Esta balada folklórica se desarrolla en tierras de Bretaña y algunos de sus pasajes tienen lugar en el bosque de Brocelandia, por lo que podemos conjeturar si fue precisamente este poema el que llevó a Tolkien a cambiar definitivamente de opinión sobre el nombre de la región de la Tierra Media. En las notas sobre el poema Bretón, Verlyn Flieger sugiere que el término Beleriand puede tener igualmente una conexión histórica de la que Tolkien pudo ser consciente, utilizada por el historiador siciliota Diodoro Sículo en su Bibliotheca Historica, al hablar sobre la región de Cornualles en Gran Bretaña, a la que denomina Belerion.

Alqualondë, el puerto de los Elfos en Valinor más allá de Tol Eressëa. Imagen de Alan Lee.

Ávalon y Tol Eressëa

Pese a introducir estos cambios, la mente de Tolkien siguió profundamente entretenida con la leyenda artúrica, estableciendo una segunda conexión que sí que sobrevivirá hasta alcanzar sus relatos publicados. En los años 30 comenzó a desarrollar otro de los episodios fundamental para su legendarium, la historia sobre la isla de Númenor y su caída, a la vez que comenzaba a trabajar en una balada propia sobre la historia del rey Arturo, titulada La Caída de Arturo, escrita en versos aliterados. Con la balada de La Caída de Arturo, Tolkien se alejaba del mundo de caballerías francés creado por Chrétien de Troyes para centrarse en el ambiente guerrero del Arturo insular, acercándose mucho a la narración que Thomas Malory, también inglés, realizó sobre la leyenda de Arturo y sus caballeros en su famoso Le Morte d’Arthur, la obra que podemos considerar canónica sobre el mito artúrico consolidado en su forma definitiva.

En torno a principios de 1930 Tokien se embarcó en la redacción de La Caída de Arturo. No es posible precisar la fecha exacta de su inicio, pero es seguro que en 1934 la obra estaba en pleno desarrollo (Tolkien, 2013: 10). La leyenda de Númenor surgió posiblemente en un momento posterior, aproximadamente en el año 1936 (Tolkien, 2013: 172-174).

Por todos es sabido como Arturo fue llevado, tras ser herido fatalmente en la batalla de Camlann, a la mágica isla de Ávalon, donde su cuerpo yace sanándose bajo las atenciones del hada Morgana. El conocimiento sobre la isla de Ávalon procede del autor Godofredo de Monmouth, quien narra por primera vez este pasaje en su Historia Regum Britanniae, escrito antes de 1136. De Monmouth sin embargo, no indica nada más que Arturo fue conducido allí para ser sanado de sus heridas, mientras que los autores posteriores que se basaron y ampliaron su obra fueron construyendo el mito en su forma definitiva (Le Saux, 2020: 255).

Aunque Tolkien no llegó a terminar el poema, sí que incluyó anotaciones y bocetos suficientes para poder hacernos una idea sobre el final que aguardaba a Arturo. En sus notas habla sobre cómo Arturo agoniza en el campo de batalla al caer la noche, de unos salteadores que buscan en el campo, del lanzamiento de la espada Excalibur al lago y una referencia poco clara sobre un barco oscuro que remonta el río con Arturo colocado en él. También se dice que Lancelot siguió a Arturo navegando hacia el oeste, afirmando finalmente que no consiguió encontrarlo, y que si lo encontró en Ávalon y regresará, nadie lo sabe (Tolkien, 2013: 164). La referencia a un río, y no al mar como podría imaginarse, se debe a que en la tradición medieval Ávalon se relaciona con Glastonbury, en Inglaterra, un espacio tierra adentro que sin embargo estaba rodeado de marjales y aguas pantanosas en época medieval, de donde viene su apelativo de isla. El propio Cristopher Tolkien habla sobre la dificultad para enlazar estos apuntes con la firme creencia de que Tolkien se separaba del relato medieval de Malory para ubicar Ávalon en el remoto occidente (op.cit.: 165, 167).

La fuerza misteriosa de Ávalon influyó grandemente en los nombres detrás de la leyenda de Númenor. La historia sobre Númenor, su auge y finalmente su caída fue desarrollada entre los años 30 y los 40 a través de varios textos y borradores, no sólo con relatos específicos sobre este mito, si no también a través de una novela inconclusa titulada Los Papeles del Notion Club, junto con algunos textos relacionados en ella, cuya fecha última de realización se encuentra en algún momento a principios o mediados de 1946 (Tolkien, 2000: 9). En estos trabajos apreciamos cómo Tolkien decide incluir el término Ávalon con la forma Avallon, luego Avallónë, para la llamada Isla Solitaria, o Tol Eressëa, la isla adelantada a las tierras de Valinor habitada por los Elfos, cuyas costas y gran torre podían ser vistas mar adentro desde la isla de Númenor. Éste era un puerto franco al que los númenóreanos podían acceder como único vestigio a las tierras vedadas de los dioses, y representaba el lugar más lejano en el que los hombres podían disfrutar, apenas como una visión, de la beatitud de las tierras regidas por los Valar.

Tolkien creó el cuento de Aelfwine para conectar los mitos históricos de nuestro mundo y los mitos literarios del mundo imaginado por él. La biografía de Aelfwine, también llamado Eriol, explica que se trata de un hombre del siglo X que consigue alcanzar Tol Eressëa y es recibido por los Elfos, donde aprende todos los cuentos y leyendas que son en realidad todo el corpus legendario de Tolkien, tal y como se cuenta en El libro de los Cuentos Perdidos. La conexión entre ambas realidades se hace expresa en las notas de La Caída de Arturo, junto a las cuales se encontró un fragmento del llamado Pasaje de Eärendel. Este fragmento está compuesto por unas líneas en verso en las que se cuenta cómo éste navegante, destinado a llegar a la tierra de los Valar para solicitar su ayuda en la guerra contra Morgoth, alcanza la Bahía de Faery donde se encuentran las colinas de Ávalon. Tras analizar los pasajes comunes y las concomitancias entre las referencias de Ávalon en la balada artúrica y en su propio legendarium, Cristopher Tolkien reconoce que la isla regida por el hada Morgana y la isla élfica en el confín del mundo son el mismo lugar, aunque se reconoce incapaz de decidir cómo su padre llegó específicamente a esta confluencia (Tolkien, 2022: 178ss.)

En definitiva, observamos cómo una y otra vez, a través del largo y complicado proceso creativo de Tolkien que abarcó toda su vida, las conexiones de su legendarium con la leyenda artúrica van apareciendo aquí y allá, como leves destellos que nos indican que ambos caminos, que discurrían en paralelo en la mente creativa y profesional de Tolkien, llegaron a tocarse. La visión de Tolkien sobre su mundo imaginado implicaba que éste había tenido lugar en un pasado mítico de nuestra propia realidad, como una forma de construir un relato legendario que actuara como elemento folklórico de la cultura inglesa. Por ello el mito artúrico, uno de los elementos literarios más influyentes en la cultura europea, de origen británico, pudo alcanzar cierta presencia en el mundo imaginado de Tolkien. Esta presencia es concomitante, abarcando nombres como Broseliand o Avallone, cuyos ecos conectan con los lugares de Brocelandia y Ávalon, dos lugares paradigmáticos del mundo artúrico.

Imagen de la portada: King Arthur on board. Scanned 1881 engraving. De www.britisheritage.com

Bibliografía

Alvar, C. (2004): Diccionario Espasa. Leyendas Artúricas. Espasa Calpe.

Flieger, V. (ed.) (2003): La Balada de Aotrou e Itroun. Minotauro.

Le Saux, F. (2020): «Geoffrey of Monmouth’s De gestis Britonum and Twelfth-Century Romance» en Henley, G. y Byron, J. (eds.): A Companion to Geoffrey of Monmouth. Brill’s Companions to European History, 22. Brill. pp. 235-256.

Tolkien, C. (ed.) (1997): Las Baladas de Beleriand. Historia de la Tierra Media, 3. Minotauro.

– (2000): La Caída de Númenor. Historia de la Tierra Media, 6. Minotauro.

– (2022): La Caída de Arturo. Minotauro.

Deja una respuesta