Algunos ritos y tradiciones de San Juan

por Jesús M. de la Cruz

Como con otras festividades atávicas, se han postulado muchos orígenes sobre la fiesta de la Noche de San Juan. Sobre la común celebración de los solsticios y los equinoccios entre todas las comunidades humanas agrícolas, cuyos orígenes pueden remontarse seguramente a celebraciones de época neolítica, es posible que una de las raíces de la fiesta concreta de San Juan pueda remontarse de forma directa hasta la antigua Roma, donde se honraba a la diosa Matuta y al dios Sammanus en una noche de purificación para alejar a los malos espíritus y proteger las cosechas en torno al día 20 de junio (Mandianes, 2007).

En el siglo V de nuestra era San Agustín de Hipona afirmaba que la festividad del 24 de junio estaba consagrada a San Juan Bautista como precursor de Cristo, de manera que Juan nace cuando la luz del día comienza a disminuir y aumentan las horas nocturnas, mientras que Jesús nace en el momento en el que la duración de las noches decrece y los días comienzan a alargarse. En la simbología cristiana, la noche es el pecado, y la luz, el misterio que trae la salvación a quienes creen en Dios (Villegas, 2009: 8-9).

Desde la Edad Media la festividad se convierte en un rito religioso cristiano con mucho arraigo. El propósito de las tradiciones en torno a la Noche de San Juan era purificar el mundo y proteger a las gentes y las cosechas. El humo de las hogueras dispersaba los aires nocivos y el fuego servía para ahuyentaba a las brujas y los malos espíritus. Además, esta noche está relacionada con la fertilidad del campo y el poder sanador de las plantas y las aguas, a lo que se unían otras creencias populares como que era una noche apta para las adivinaciones y donde se puede predecir el futuro (Mandianes, 2007).

Con este contexto general sobre esta conocida festividad, voy a desarrollar tres tradiciones específicas que nos pueden ayudar a conocer mejor el trasfondo de esta festividad y su significación en las costumbres y tradiciones populares de nuestro país.

La gallina y los pollitos de oro

La primera tradición de la que podemos hablar es la de la gallina y los pollitos de oro. Más allá de la conocida fábula de Esopo, tanto en Asturias como en Galicia este ave, en una faceta evidentemente sobrenatural, se aparece en las noches o las mañanas de San Juan estrechamente relacionada con las aguas o con construcciones antiguas, como castros o dólmenes, y también con la constelación de las Pléyades (Alonso, 2002).

Las Pléyades, o las Siete Hermanas, son una constelación utilizada por diferentes culturas en todo el mundo como un marcador del calendario agrícola, indicando fechas importantes para la siembra y la cosecha. En Grecia y Roma, se fechaba el comienzo del verano y del invierno a partir de la aparición y la puesta de las Pléyades, y se planificaban las labores agrícolas teniendo en cuenta su comportamiento (op.cit.: 64). Además, las Pléyades son protagonistas de varias leyendas y mitos, tanto indoeuropeos como clásicos, que incluyen su transformación en estrellas o en aves. En la mitología griega, las Pléyades son convertidas en palomas para escapar del cazador Orion. De una manera similar, es posible que en la tradición popular del norte peninsular esta leyenda se hayan transformado en gallinas y sus polluelos (op.cit.: 62).

Tanto en Galicia como en Asturias son bastante comunes los relatos en los que estas aves aparecen junto a fuentes, arroyos y manantiales. En la mitología asturiana, la gallina con sus pollitos se aparecen al amanecer del día de San Juan cerca de las fuentes y los afloramientos de agua. Si alguien consigue echarles un pañuelo blanco encima sin que se den cuenta, se convertirán al instante en oro. En Galicia se cree que existía una gallina con polluelos de oro o dorados que salían diariamente de una caverna y que tras un corto paseo regresaban al interior de su guarida. También existe una leyenda histórica cacereña que habla de un jeque musulmán que maldijo a su hija y la transformó en una gallina, a sus ayas en unos polluelos de plumaje de oro lleno de piedras preciosas ,y los encerró en una cueva de donde sólo podían salir la noche de San Juan para andar por los alrededores. Una posible explicación de esta relación con el agua es que la relación de la gallina y sus polluelos con la constelación de las Pléyades, que marcaba la llegada de la estación de lluvias y, por lo tanto, la mejor época para la siembra y la labranza (op.cit.: 69-70).

Respecto a su relación con castros, dólmenes y otras construcciones, en el folclore gallego y asturiano se dice que estas aves también pueden aparecen en lugares elevados, como castros o peñas, donde pueden apreciarse sin dificultad la aparición de las Pléyades, pero también porque estos espacios comúnmente están relacionados con los seres sobrenaturales llamados mouros, las hadas peninsulares. Algunas leyendas relacionan la gallina con una hermosa moura, cuya aparición una figura femenina mítica que habita en castros, cuevas y rocas y que suele ser la guardiana de ricos tesoros. En otros relatos la gallina de los huevos de oro está guardada por una moura encantada que sale al exterior todas las mañanas con una flor en la boca y que puede ser desencantada por aquel que se arriesgue a darle un beso. A veces es la propia gallina la que se transforma en moura. Resulta posible que la figura de la moura haya sido agregada posteriormente a la historia original de la gallina y sus polluelos dorados, como un ejemplo de superposición de motivos folklóricos muy propio de las tradiciones populares (op.cit.: 73).

Las Móndidas en San Pedro Manrique

La festividad de San Juan en la localidad soriana de San Pedro Manrique es muy conocida. Las gentes del pueblo, en la noche de la festividad, preparan un lecho de ascuas ardientes y pasan por encima pisando fuerte sin quemarse. Más allá de este acto tan mediático, la celebración completa en las vísperas de San Juan es mucho más compleja y recoge tradiciones que el investigador Francisco Javier Fernández retrotrae hasta época celtibérica (Fernández, 2005).

La festividad de las Móndidas se compone en realidad de dos actos principales: la prueba ritual del paso del fuego y la elección de las Móndidas. Estas Móndidas son tres jóvenes que deben oficiar las ceremonias desarrolladas el día 24 y son elegidas por sorteo entre las mozas solteras de la localidad. Tras el paso del fuego, la celebración del día gira en torno a las tres jóvenes elegidas, que gozan de una posición principal vistiendo un atuendo específico y llevando a la cabeza unos cestos especialmente realizados para la ocasión. La actuación principal de las Móndidas consiste en oficiar la ceremonia simbólica de plantación de un árbol en la plaza del ayuntamiento, tras lo cual recitan unos poemas cortos frente a toda la vecindad reunida, donde relatan datos sobre las fiestas y la historia del pueblo. Tras ello, se realizan bailes oficiales entre las autoridades y cada una de las Móndidas (op.cit.: 590-594).

Es posible que en su primitiva celebración las Móndidas asumieran una labor limitada a un simple episodio, mientras que el verdadero protagonismo en los diferentes escenarios que componían la fiesta entera pertenece a las autoridades ecuestres, a los jinetes de la caballada, que forman el auténtico núcleo político y religioso de esta festividad. Antes de llevar a cabo la ceremonia de plantado del árbol, los jóvenes a caballo realizan una competición ecuestre en parejas, recorriendo a galope los 200 metros que separan la ermita donde se celebra el paso del fuego hasta la plaza del mercado, montando a pelo. Además, las tres Móndidas forman parte del grupo oficial de jinetes que realiza un recorrido circular alrededor del antiguo recinto amurallado de la villa, deteniéndose solemnemente en el cementerio para pronunciar un rezo por los difuntos, tras lo cual la población se dirige a la plaza del ayuntamiento para llevar a cabo el resto de las ceremonias donde las jóvenes son las protagonistas (op.cit.: 591).

Remontándonos a la época celtibérica, la festividad debió de ser una única celebración llevada a cabo en común por la comunidad de siete aldeas del entorno del yacimiento de Los Casares, un oppidum celtibérico que debió regir el territorio. Entre los actos celebrados estarían el paso de fuego, la elección de doncellas y los ritos ecuestres, tal vez con un santuario de reunión que podría estar situado en la actual dehesa mayor de San Pedro. La superación de los ritos del fuego y la competición ecuestre podía tener un sentido propiciatorio de la abundancia y la fecundidad, y representaría un rito pastoril de renovación y purificación, pudieron ser una celebración que se llevara a cabo en un origen en mayo, y no en la introducción del verano (op.cit.: 613).

Ritos sanatorios y de fecundidad

En la festividad de San Juan en España, las hierbas, plantas y árboles tienen un papel importante en los rituales de la noche y el amanecer en ese día tan señalado. Por el valor simbólico de estas fechas, se considera que en especial las plantas medicinales adquieren virtudes especiales que permiten utilizarlas para preservar de maleficios y sortilegios como los males de ojo y para llevar a cabo actividades de adivinación (Homobono, 2021).

Llaman especialmente la atención los rituales de sanación y de enamoramiento. En muchos lugares de la Península y fuera de ella, se practicaba un ritual de sanación infantil durante la noche de San Juan. Este ritual se celebra en torno a un árbol con una hendidura natural o serrada en las tardes anteriores y separadas ambas partes mediante una cuña, o bien se podía practicar a través de dos ramas o de una pareja de árboles. Dos hombres, uno a cada lado, hacían pasar al niño desnudo por la hendidura tres veces sucesivas mientras los padres, parientes y vecinos repetían a modo de salmodia: Tómalo Pedro, dámelo Juan. Después de la operación, el niño era fajado y vestido, uniendo las dos mitades del árbol, rellenando la hendidura con boñiga y atándola con alambres. Si cicatrizaba la incisión del árbol y este no se secaba, se suponía que la enfermedad del niño, especialmente en el caso de las hernias, sanaría (op.cit.: 93-95).

Por otro lado, los ramos y las enramadas amorosas cumplen una función más festiva. Los jóvenes colocan estas enramadas en puertas y ventanas de las casas de sus novias durante la noche de la víspera a la fiesta. Estas enramadas pueden ser de diferentes especies como el laurel o el fresno, y en ocasiones están adornadas con rosquillas, flores de temporada y frutos varios, todo dependiendo del lugar y la tradición de cada comunidad, para engalanar las puertas y ventanas de la pareja deseada. Una corona depositada, por lo general confeccionada con esparragueras, rosas y flores de temporada indica que la chica es bella y amada; en cambio, otros adornos se convertían en señales de burla o desprecio (op.cit.: 92-93).

Imagen de portada: Miguel Peralta, vía cestola.org.

Referencias

Alonso, F. (2002): “La gallina y los polluelos de oro”. Anuario brigantino 25. pp. 63-76.

Fernández, F. J. (2005): “Religión, derecho y ordalía en el mundo celtibérico: la federación de San Pedro Manrique y el ritual de las Móndidas”. Palaeohispanica 5. pp. 585-618.

Homobono, J. I. (2021): “San Juan: festividades y ritos solsticiales” en Homobono, J. I.: Supersticiones, creencias, leyendas y rituales. Facetas del imaginario popular barakaldarra. Kobie Anejos 22. pp. 85-97.

Mandianes, M. (2007, 23 de junio): “Noche mágica de San Juan”. Asociación Cultural Almendrón. Revista de Prensa. https://www.almendron.com/tribuna/noche-magica-de-san-juan/

Villegas, M. (2009): “San Agustín in diem Natalis Domini”, en Campos, F. J. (coord.): La Natividad: arte, religiosidad y tradiciones populares. Real Centro Universitario Escorial-María Cristina. pp. 7-22.

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