La princesa argárica de La Almoloya

por El Profesor

El cerro de La Almoloya se yergue entre bosques de pinos y encinas, un hito territorial de roca caliza situado frente a Sierra Espuña, al sur del río Segura, con una visión periférica de kilómetos a la redonda. En torno al año 1750 antes de Cristo este lugar debió presentar una visión aún más impresionante de la que tiene hoy. Toda su cima amesetada estuvo densamente construida con edificios de aspecto macizo, rodeados de una muralla que seguía el contorno de roca viva de sus laderas escarpadas.

La Almoloya es uno de los asentamientos argáricos más importantes que se hayan estudiado hasta la fecha, gracias a la extensión de la excavación, que abarca el 80% del yacimiento, y a los descubrimientos realizados en ella. Aunque el lugar se conocía a mediados del siglo XX, el estudio sistemático del yacimiento se inició en el año 2013 por parte del equipo liderado por Vicente Lull, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Utilizaremos sus trabajos para conocer este yacimiento y a los príncipes que lo habitaron (Lull et alii, 2015; Llul et alii, 2018).

Cuando comenzó la excavación de La Almoloya, se hizo pensando que sería un centro dependiente del yacimiento cercano de La Bastida, de mayor tamaño y aparentemente más importante jerárquicamente. La relevancia de los hallazgos realizados en La Almoloya llevó a replantearse su protagonismo, de manera que actualmente es considerado un centro de gobierno regional autónomo en el límite septentrional del territorio argárico (Lull et alii, 2015: 43).

La posición geográfica de La Almoloya permitía mantener contacto visual con las comarcas fértiles de los ríos Mula y Pliego y con el valle del Guadalentín, así como regiones interiores más allá de Sierra Espuña (2015: 46). Esta posición estratégica ya nos habla de un lugar específicamente seleccionado para ejercer un control efectivo sobre un vasto territorio. El yacimiento fue fundado en torno al siglo XXII a.C., y se mantuvo ocupado de manera ininterrumpida hasta su abrupto final, ocurrido en torno a 1.550 a.C. (op.cit.: 47) En el entorno de La Almoloya habitaron poblaciones ajenas a la población argárica, de manera que en el cerro se asentó primero una población de colonos argáricos, a juzgar por la sencillez de las primeras construcciones realizadas en la cima del monte. Sin embargo, en torno al año 1800 a.C. se llevó a cabo una profunda remodelación urbanística. Los escombros de la población original se utilizaron para aplanar la superficie del risco, y sobre ella se construyó un abigarrado complejo urbano compuesto por seis bloques arquitectónicos separados por estrechos corredores. Un paseo de ronda rodeaba la población, mientras que el acceso se realizaba a través de una rampa de acceso situada en el sector occidental (op.cit.: 48-49). Cerca de esta entrada, en un espacio central del poblado, se excavó una cisterna con capacidad de hasta 12.000 litros de agua, suficiente para los aproximadamente 250 habitantes que pudo tener el lugar (Ruta Argárica, 2021).

La Almoloya resulta un complejo arquitectónico muy compacto. La necesidad de habitar un espacio claramente definido por una forma oblonga en lo alto del monte amesetado llevó a construir hasta ocupar todo el espacio disponible con la edificiación de seis edificios separados por estrechas callejuelas. Este poblado, o acrópolis, fue destruido por el fuego coincidiendo con el final de la cultura argárica, habiendo sido ocupado de manera ininterrumpida durante 600 años. Fuente de la imagen: www.revives.es

Todos los edificios tenían forma cuadrangular y estaban construidos con muros de piedra revestidos con mortero y cal, lo que les daría un acabado blanco y de paredes lisas. En su interior se llevaron a cabo actividades de producción de distintos tipos y el almacenamiento de diferentes productos y materiales, pero sobre todo de cereal. Como era habitual en la cultura argárica, bajo el suelo de mortero de las habitaciones se situaron los enterramientos. Se han encontrado 47 sepulturas, principalmente en forma de cajas de piedra o cistas. Una quinta parte de los enterramientos fueron de tipo doble; de los 55 cuerpos enterrados, se percibe una amplia mayoría de mujeres, casi el doble del número de hombres (Lull et alii, 2015: 49-50).

Los complejos denominados 1 y 2, situados en la sección sur del entramado urbano, demostraron ser los espacios más importantes del poblado, abarcando cada uno unas dimensiones aproximadas de 300 metros cuadrados (2015: 49). De ellos, el edificio 1 representa por sus características la estructura más importante de todo el poblado, el palacio de Almoloya (op.cit.: 52; Lull et alii, 2021: 344). El espacio principal de este edificio era una gran habitación diáfana de forma rectangular de 85 metros cuadrados de superficie. Este salón del consejo poseía un banco corrido todo alrededor de sus muros. En el gran salón no se encontró ningún resto: el recinto permaneció limpio y sin objetos cotidianos hasta el momento de su abandono, lo que refuerza la idea de que su función fue la de lugar de reunión y asamblea. Sentados en su banco adosado a la pared pudieron permanecer hasta 50 personas, sin duda personajes de la élite que actuaban en representación de los habitantes de La Almoloya y de otras poblaciones del entorno. En el extremo occidental, donde se abría el acceso a las habitaciones interiores, se encontraba un gran hogar de casi 2 metros de diámetro, en frente del cual se alzaba el lugar de honor, un podio destinado al asiento de la princesa de Almoloya, como desvelarían posteriores descubrimientos. Las habitaciones interiores sirvieron para guardar y producir enseres y almacenar alimentos, entre los que destacaba el cereal, la cera de abeja y la miel (2015: 51-52). Este almacenamiento de productos, unido a la dignidad de la sala central, refuerzan la idea de que era el palacio del lugar.

En el gran salón se encontraron varias sepulturas, situadas sobre todo en el extremo oriental, donde estaba la entrada a la sala. Un extraño sepulcro se encontraba en la zona opuesta, junto al hogar. Un individuo fue enterrado sin ajuar ni tumba, emparedado en una mínima fosa a escasos centímetros del suelo. Los rituales funerarios tan importantes en el mundo argárico le fueron negados. Era un hombre alto, no acostumbrado a grandes esfuerzos físicos, muerto con unos 45 años (Ruta Argárica, 2021). Su sepultura denota un castigo, una condena hacia una culpa que no conoceremos. Puede resultar relevante que este sepulcro estuviera orientado hacia la bancada frente al podio de honor. Bajo esta bancada se encontró la tumba más importante, el hallazgo que cambió por completo el sentido de La Almoloya y que ha sido uno de los descubrimientos más relevantes de la cultura argárica.

El ajuar que acompañaba a la Princesa de La Almoloya es uno de los tesoros más importantes de la Edad del Bronce en Europa y el más rico hallado en una tumba argárica. Su descubrimiento y asociaciones sirvieron para afianzar la creencia de que las mujeres de El Argar contaban con un papel preponderante dentro de su sociedad. Fuente: Grupo ASOME-UAB.

La tumba contenía dos esqueletos, una mujer fallecida a los 25 o 27 años y un hombre de entre 35 y 40 años. El hombre yacía sobre su costado izquierdo. Sobre sus piernas se depositó la mujer, recostada sobre la espalda, con las piernas flexionadas y la cara apoyada en la frente del hombre. Por la disposición de los restos es probable que ambos fueran inhumados en el transcurso de la misma ceremonia, o con escasa diferencia, siendo el hombre el que se depositó primero en el interior de la gran urna cerámica (2015: 54; Lull et alii, 2021: 331).

La pareja enterrada en este espacio de honor fueron un matrimonio de la élite argárica, con unas cualidades que llevan a plantearse que ellos fueron los príncipes de La Almoloya.

Él era un guerrero fuerte. Su rostro estaba cruzado por una gran cicatriz, una fea herida sufrida en un combate, probablemente durante su juventud, de manera que a su muerte ya estaba plenamente cicatrizada. Aunque su estatura era pequeña para los términos actuales, en torno a 1,65 metros de altura, era un hombre fornido y musculoso, acostumbrado a montar a caballo (2015: 52; Lull et alii, 2021: 335). No puede discernirse cuál fue el motivo de su muerte.

Ella era una mujer grácil, y medía apenas un metro y medio. Sus huesos muestran que debió realizar un trabajo constante que requería estar sentada y usar el brazo derecho (2015: 52; Lull et alii, 2021: 334). Es muy posible que este trabajo fuera la costura o el tejido, una actividad propia de las mujeres sin importar que ella fuera precisamente una gran princesa argárica: su trabajo nos recuerda al de Penélope afanada en su telar. La mujer padecía una infección de la pleura que dejó huella en sus costillas, lo que pudo ser el motivo de su fallecimiento (Lull et alii, 2021: 334-335). Éste debió ocurrir poco después del guerrero que era su marido, o al menos, del padre de uno de sus hijos. Estudios de ADN han permitido conocer que guerrero y princesa no eran parientes consanguíneos, y que tuvieron en común al menos una hija, una niña enterrada bajo el suelo de un edificio cercano (op.cit.: 334), aunque no puede saberse si la niña sobrevivió a sus padres, o si fue al revés.

El ajuar y las joyas que acompañaban a la pareja los definen sin lugar a dudas como príncipes argáricos y señores de Almoloya, ya que el ajuar se sitúa como el más valioso encontrado entre las tumbas de El Argar excavadas hasta la fecha (2015: 56), y uno de los más lujosos de toda Europa durante la Edad del Bronce (Lull et alii, 2021: 343). Siguiendo los patrones conocidos en Mesopotamia de la misma época, la cantidad de plata que les adornaba y con la que fueron enterrados equivale a la paga de 938 jornadas de trabajo asalariado, o el equivalente a comprar 3.350 kilos de cebada (op.cit.: 343).

El guerrero portaba un ajuar sencillo, pero de calidad. En el brazo derecho llevó dos brazaletes de cobre, y vistió un collar de cuentas grandes de diferentes colores (op.cit.: 339). La princesa, sin embargo, demuestra con su ajar el poder y el estatus que debió tener en vida.

La princesa llevaba seis pulseras espirales, dos brazaletes y dos anillos de plata, un collar laminado con cuentas de piedra verde, concha y ámbar, dos dilatadores de orejas de plata y otros dos de oro macizo. Este último rasgo debió de concederle un aspecto único y muy distintivo. Como es propio de los rituales funerarios argáricos, la princesa también iba acompañada de un puñal de cobre con clavos de plata en la empuñadura, y un punzón para tejer con mango de madera, primorosamente tallado, y forrado en plata. Estos dos útiles servían específicamente como marcadores de su función social como mujer miembro de la élite argárica (2015: 55-56; Lull et alii, 2021: 338-339, 340). También se encontraron trazas de cinabrio en el interior de la urna, que pudo ser utilizado bien para teñir tejidos, ya fueran los vestidos o las mortajas de los difuntos, o bien como pintura corporal o maquillaje (Lull et alii, 2021: 340)

Sin lugar a dudas, el elemento más valioso de todos los encontrados en el ajuar de la princesa, y que precisamente ayuda a llamarla princesa, es la única y simbólica diadema argárica que llevaba ceñida en la frente. Las diademas argáricas son conocidas desde el primer momento del estudio de la cultura de El Argar, halladas por los hermanos Siret en varias tumbas argáricas durante sus excavaciones en el siglo XIX. La diadema de La Almoloya ha sido la primera que ha podido ser estudiada en su contexto a través de los medios técnicos arqueológicos actuales, y su comparación con las diademas ya conocidas ha permitido alcanzar conclusiones muy importantes sobre la sociedad y la estructura de poder en El Argar.

Actualmente se conocen seis diademas argáricas, todas ellas asociadas únicamente a mujeres. Estan fabricadas de plata nativa, con un único ejemplo conocido fabricado en oro, la diadema de Caravaca. Existen dos variedades: diademas simples en forma de tira y otras con un apéndice en forma de disco. Ambos tipos ceñían las sienes de su usuaria, con los alveolos quedando sobre la frente o sobre el puente de la nariz. No cabe duda de que estas diademas sirvieron para dar un aspecto muy distintivo a las princesas argáricas, y junto con los dilatadores encontrados en la tumba de Almoloya, debieron conceder a la princesa de Almoloya un aspecto único para denotar su rango y poder como miembro de la clase dirigente (op.cit.: 331).

Un último aspecto llama poderosamente la atención: la similitud entre las diademas encontradas por los hermanos Siret en El Argar y Almoloya es sorprendente. La uniformidad en sus formas y técnicas de fabricación parece indicar que su manufactura se llevó a cabo en un taller especializado en el trabajo de plata, como el encontrado en Tira del Lienzo (op.cit.: 335). ¿Nos encontramos ante una producción centralizada, dedicada a proveer de unos objetos de poder a personalidades muy concretas del mundo argárico?

En su conjunto, la tumba de La Almoloya y el ajuar que contiene ha servido para plantear cuestiones muy importantes para definir la estructura de poder en El Argar (op.cit.: 345). Por un lado, reflejan la importancia de algunos objetos emblemáticos que distinguen los sepulcros de las élites del Bronce argárico, distinción que debió expresarse también en vida. Por otro lado, permite plantearse la idea de un Estado con una sociedad de clases regido por mujeres, o al menos, la presencia de mujeres capaces de portar importantes emblemas de poder. Mientras que las mujeres eran enterradas con todo este ajuar distintivo, los hombres del mismo rango social eran enterrados de manera mucho menos ostentosa, y no parece que los objetos que les acompañaban, especialmente algunas armas, demostraran el mismo valor emblemático. Sin embargo, en la dicotomía joyas-armas se puede distinguir los dos aspectos del poder que pudo poseer la élite de El Argar, según como lo ve el equipo de la UAB liderado por Lull. Las joyas de las princesas argáricas, en especial las diademas, pudieron mostrar la distinción de la mujer, su legitimidad de gobierno y su capacidad de mando y toma de decisiones. Las armas del guerrero, como expresión de la violencia, pueden indicar la forma efectiva o práctica de hacer cumplir las decisiones tomadas, el papel ejecutivo de la política.

La Almoloya fue súbitamente abandonada después de un incendio a mediados del siglo XVII a.C., coincidiendo con el final del mundo argárico. Además, los datos estudiados en este yacimiento permiten concluir que su destrucción ocurrió poco después de que el enterramiento de la princesa de Almoloya tuviera lugar (2021: 345). Su enterramiento queda entonces lleno de interrogantes, no sólo para la labor historiográfica de reconstrucción de la cultura argárica, si no para conocer los acontecimientos que rodearon el final de la vida de los príncipes de Almoloya.

Imagen de la portada: @NeoCartaginesa.

Referencias bibliográficas:

Lull, V., Mico, R., Rihuete, C., Risch R., Celdrán E., Fregeiro M. I., Oliart, C. y Velasco, C. (2015): La Almoloya (Pliego-Mula, Murcia). Murcia: Integral.

Lull, V., Rihuete-Herrada, C., Risch, R., Bonora, B., Celdrán-Beltrán, E., Fregeiro, M. I., Molero, C., Moreno, A., Oliart, C., Velasco-Felipe, C., Andúgar, L., Haak, W., Villalba-Mouco, V., Micó, R., (2021): “Emblems and space of power during the Argaric Bronze Age at La Almoloya, Murcia”, Antiquity, vol.95 (380). pp. 329-348.

Ruta Argárica (10 de junio de 2021). La Almoloya. https://www.ruta-argarica.es/la-almoloya/primer-acercamiento/

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