por El Profesor
En los últimos treinta años, la investigación sobre el idioma ibérico ha aumentado perceptiblemente, aunque los textos siguen siendo intraducibles en la actualidad. Con todo, en el caso de los textos más sencillos, los filólogos pueden analizar y entender su información general, aunque sin comprender su exacto significado. En este artículo vamos a ver cuáles son los principales puntos de investigación activos hasta la fecha y cuál es el alcance del conocimiento filológico en esta lengua de la Hispania prerromana.
Nociones generales de la lengua ibera
En primer lugar, es necesario destacar que no se ha encontrado ningún parentesco viable con otras lenguas. Hay consenso en reconocer que existe alguna relación entre el ibérico y el aquitano, lo que se manifiesta en parecidos con el vasco primitivo. Esta conexión no se sabe si es genética, si forman parte de una misma familia lingüística, o si viene por contacto a través de una relación histórica entre ellos. Lo que está fuera de toda duda es que con el uso del vasco primitivo no puede traducirse el ibérico, dado que todos los intentos al respecto han resultado inútiles y no resisten un estudio crítico.
Uno de los rasgos que definen la lengua ibera es que se trata de una lengua aglutinante, en la que las palabras se forman por la unión de términos, sufijos y prefijos, que dan significado a una idea. El principal campo de estudio filológico reside precisamente en la interpretación de los monemas de la lengua ibera, sus estructuras mínimas de significado.
Aunque el análisis morfológico y sintáctico es muy difícil por la falta de vocabulario, se reconoce al ibérico como un idioma de tipo ergativo (Orduña, 2008). En las lenguas ergativas una partícula indica quién es el sujeto de la acción, además de poseer otras partículas para expresar quién es el objeto de la acción, etcétera. Esto permite indicar cuál es el orden de quien hace la acción y de quien la recibe en una oración.
El idioma ibero aparece con bastante homogeneidad en un territorio ocupado por pueblos que no tenían una relación de identidad entre sí. Fruto de estas diferencias se pueden distinguir dos signarios, el Meridional y el Levantino, si bien ambos sirven para escribir el mismo idioma. Resulta interesante analizar cómo un mismo lenguaje pudo figurar entre pueblos y gentes que no se reconocían como parte de una cultura común. Para conocer más sobre los signarios ibéricos y su problemática, puedes leer este artículo dedicado al tema en el blog.
El arquitrabe de Sagunto es uno de los pocos textos bilingües en latín e ibérico conservados. A partir del siglo II a.C., la incipiente romanización llevó a que los iberos utilizar el alfabeto y el idioma latino en sus acuñaciones monetales e inscripciones en piedra, haciendo un uso mixto del latín y del ibero. Desafortunadamente los textos bilingües descubiertos hasta la fecha son demasiado cortos o fragmentarios como para poder obtener datos concluyentes. En el caso del texto saguntino, la inscripción latina y la ibera, además de conservarse en una pequeña parte, no concuerdan entre sí. La esperanza en el estudio del lenguaje ibérico es poder encontrar un escrito bilingüe completo, lo que aportaría datos fundamentales para seguir avanzando en la traducción del idioma. Fuente: elpais.es (26 de febrero de 2019)
Aspectos mejor conocidos del idioma
El aspecto que mejor se conoce del ibérico es la estructura de los nombres personales. Conocer cuáles eran los nombres personales es un avance en el estudio de esta lengua. Los nombres propios actúan como un faro frente al galimatías de palabras sin descifrar, y gracias a ello, se ha podido estudiar y tratar de explicar el sentido de algunos de los elementos morfológicos del idioma.
Los nombres personales en ibérico reúnen uno, dos o tres formantes que se combinan entre sí: por ejemplo, umargibas, illurtibas, sosimilus, sosinadem (Rodríguez, 2014). Estos formantes tenían un sentido por sí mismos, pero se desconoce cuál. En las relaciones entre padre e hijo, en ocasiones se encuentra que uno de los formantes del nombre del padre se repite en el nombre del hijo, como beles y umarbeles, lo que puede mostrar la filiación entre dos personas. Entre las mujeres (Moncunill, 2018), se distinguen también varios formantes que pueden coincidir o no con los masculinos, por ejemplo: belesiar. El elemento que mejor define la onomástica femenina es sin embargo que aparece acompañada de los sufijos -iaunin y -eton o variantes, lo que indica claramente un formante exclusivo para nombres de mujeres. Por ejemplo: sergieton o socedeiaunin. Para saber más sobre onomástica ibérica, puedes leer el artículo dedicado a este tema en este blog.
Después de los nombres propios, los elementos más fáciles de distinguir son los sufijos y los prefijos. Muchos de ellos pueden interpretarse por el contexto en el que se encuentra la inscripción, como en acuñaciones monetales o epitafios. Aunque existe debate acerca de cómo entender algunos de estos morfemas, pueden establecerse algunos criterios generales acerca de su significado.
Los sufijos -ar, -en y su variable -e, son comunes en textos con contenidos de posesión o de dedicatoria. Pueden acompañar al nombre del propietario de algo o al destinatario de un documento (Rodríguez, 2002b: 119, 131). El elemento -mi también parece estar asociado con este significado, pero puede ser con un valor de pronombre asociado a la primera persona (Moncunill y Velaza, 2020: 559).
El sufijo -te se usa como marca ergativa que indica quién es el sujeto de la oración (Rodríguez, 2002b: 119-123; Orduña, 2009). Suele aparecer en nombres propios junto a las formas verbales ekiar, iunstir o salir en inscripciones que podrían marcar la autoría de un trabajo o de un producto de artesanía. Sobre las formas verbales, se comentan más abajo.
El sufijo -ka se usa frecuentemente en textos de tipo comercial, aparece en nombres junto a expresiones numerales, indicando personas que prestan o deben una cantidad. Puede indicar que los clientes han hecho un pedido y que hay que entregarles algo. Aparece también alternado con -en cuando cumple el papel de indicador de la propiedad o destinatario de la carta (Rodríguez, 2002b: 123-124).
La forma plural podría componerse con el segmento k– aplicado a las terminaciones de sufijo que se han visto arriba. Así, para el sufijo -en se usaría el plural -ken. Para la forma -te se usaría -kite, y para -ka se construiría el prural con -kika (Rodríguez, 2005). Esta forma del plural se percibe también en el sufijo -sken, tan común en las monedas acuñadas por los iberos, que vemos a continuación.
Hay una serie de sufijos que se relacionan especialmente con topónimos y etnónimos (Luján, 2005). Los más comunes son:
El sufijo -(e)sken, uno de los elementos más repetitivos en las leyendas de las acuñaciones de monedas ibéricas. El término actúa como un elemento que acompaña al nombre de un lugar, como untikesken, la ciudad de los indigetes intika o untika, o en laiesken, moneda emitida por los laietanos (de Hoz, 2002). El sufijo podría resultar de una combinación de elementos -es, indicando origen, -en indicando pertenencia y -k(e) como formador étnico o de plural. Así, como hipótesis, las acuñaciones de ausa, que figuran como aus–es–ke–n, podrían traducirse en sentido de orden inverso como: «(moneda) de [pertenecia] -los/los originiarios [étnico, plural]- de [origen] -Ausa» (op.cit.: 164).
Los sufijos -r y -ku aparecen en ocasiones asociados a formas de topónimos, pero su función no está clara. Otras formas relacionadas con lugares, como -ta, -o, -e parecen servir como morfemas para la composición de nombres de ciudades, como se ve en iltirta, lauro o arse, más que como un sufijo (Moncunill y Velaza, 2016: 16)
El sufijo -ban se encuentra junto a palabras del léxico común entendidas como sustantivos. Por ello la interpretación común es que -ban equivalga a un determinante, con la forma «el SUSTANTIVO». También se distinguen las formas -ar y en- (Moncunill y Velaza, 2016: 18).
El género masculino y femenino en ibérico podría identificarse con el uso de los prefijos t- o ti- como morfemas de género. De este modo, el valor t(i)- sobre un sustantivo en masculino serviría para indicar el femenino, un fenómeno que se percibe en parejas de palabras como: eban, t–eban; olor, t–olor; unti, t–unti; laur, ti–laur; bas, ti–bas (Velaza, 2006). Por otro lado, precisamente por su aparición en inscripciones funerarias eban/teban y otras formas como ebanen/tebanen han sido vistas como expresiones similares a la fórmula latina faciendum coeravit o «mandó hacer», por lo que podrían ser formas verbales (Ramos, 2001). El debate sobre el sentido de estas palabras sigue abierto.
Las estelas funerarias ibéricas son una de las fuentes de información más fiables a la hora de trabajar en la interpretación del ibérico. Se trata de textos sencillos que incluyen nombres personales y textos generalmente breves, cuya formulación suele ser repetida con escasas variaciones. Todo ello los hace fácilmente manejables. Sin embargo, las conclusiones a las que se llega con el estudio de la epigrafía funeraria son más difíciles de trasladar a los grandes textos escritos en cerámica o en plomo. El problema principal es la imposibilidad de discernir cuál es la longitud y separación exacta entre palabras, además de tener que lidiar con errores ortográficos en la inscripción y la interpretación de algunos signos poco conocidos. Imagen: Estelas de Badalona. Fuente: wikimedia commons.
Sobre el vocabulario ibérico
Hay palabras del vocabulario ibero que por su repetición en un mismo soporte han llevado a identificarlas con un significado concreto. Esto no quiere decir que se hayan traducido, si no que existe consenso entre los lingüistas al interpretarlas. Entre las que existe mayor acuerdo encontramos las siguientes:
Eban y teban. Si se entienden como dos sustantivos de géneros opuestos, podrían ser traducidos como hijo e hija (Moncunill y Velaza, 2016: 16, 17).
Seltar. Muy común en lápidas funerarias, existe consenso en que puede significar «tumba» o una palabra con un sentido similar (Moncunill y Velaza, 2016: 17)
Salir. Este término aparece en monedas de plata y en inscripciones comerciales en plomo, por lo que se le ha dado la interpretación de «plata», o en un sentido general, de «dinero», entendido como forma de pago (Luján, 2005: 473-474; Silgo, 2007). En las monedas, este nombre puede aparecer como leiriasalir, dinero o moneda o incluso plata de liria, o iltirtasalir, moneda o pago de iltirta, capital de los ilergetes, o tarakonsalir, el dinero o la plata de tarakon, después conocida como Tarraco.
Iltir y ars son dos formas con sentido similar. Iltir- es un compuesto muy común en numismática y en nombres de ciudades, como iltiraka, ilerda o ilipa. Su traducción puede asegurarse como «ciudad» (Perez, 2001), tal vez con el valor semántico de población o núcleo urbano. Relacionado con esta palabra están los elementos iltu o il, como sufijo o infijo, que se encuentra en antropónimos y topónimos. El término ars- puede encontrarse en la ciudad de arse (Luján, 2005: 475-478; Moncunill y Velaza, 2020: 603). Por tener una raíz distinta a iltir-, podría entenderse con un sentido distinto y en específico de «lugar amurallado» o «fortaleza» (Rodríguez, 2002a).
Hay otros sustantivos que, aunque no pueden traducirse de manera exacta, si parecen relacionarse con algún campo semántico concreto según el tipo de soporte en el que suelen encontrarse. Así, la palabra kastaun se encuentra inscrita sobre fusayolas y podría significar precisamente esa palabra (Ferrer, 2008). Eriar aparece de manera repetida en vasos de cerámica pintada de Lliria. Baikar es frecuente en recipientes rituales. Bitiar o betiar aparece en inscripciones en vasos de plata (Moncunill y Velaza, 2016: 18).
Resulta bastante sencillo interpretar el significado de inscripciones funerarias, dado que el tipo de fórmulas utilizadas en ellas suelen seguir un patrón repetido sin variaciones debido a la tradición. Durante la romanización, los iberos comenzaron a imitar las fórmulas onomásticas romanas, introduciendo en las inscripciones funerarias el patronímico y el origen del difunto (Moncunill y Velaza, 2020: 617). Un ejemplo muy característico de este modelo lo encontramos en la Estela de Badalona C.8.11, se lee el nombre del difunto junto con su filiación: bantuinmi mlbebiur ebanen, que tal vez podría traducirse como «Bantunin hijo de Nalbebiur» si se acepta la interpretación de eban como hijo (Moncunill y Velaza, 2016: 15).
Las formas verbales en el lenguaje ibérico
La estructura del verbo es bastante desconocida. Es muy posible que las formas verbales fueran aglutinantes, ya que se distinguen derivaciones dentro de una misma palabra que hace la función de lexema. Se han realizado diferentes propuestas de métodos de trabajo para identificar formas verbales en los textos ibéricos, pero las limitaciones en la comprensión del ibérico y en la semántica de los textos hacen que todos las teorías sobre semántica y morfosintaxis sean puras hipótesis (Velaza, 2011). Entre estas palabras que se han identificado como verbos con un consenso amplio entre la comunidad de investigadores destacan las formas ekiar y are take (Quintanilla, 2005):
Ekiar o egiar. Aparece acompañado de otros nombres de personas sufijados en -te, lo que puede hacer referencia a la autoría de un trabajo. La aparición de la estructura «PERSONA-te ekiar» podría interpretarse como el latín te fecit, es decir, «lo hizo PERSONA».
Are teki/are take. Esta fórmula verbal aparece repetida en las lápidas funerarias, y es entendida como la fórmula latina hic situs est, «aquí yace».
Entre las formas comunes que se perciben como partes del aglutinante que conforma una estructura verbal se encuentra un núcleo, tal vez un lexema, -rok-, al que se le añaden prefijos y sufijos. Así, pueden encontrarse formas como eroke, o rokan utur o biterokan, acompañados en ocasiones del sufijo -te añadido a un sustantivo (Quintanilla, 2005: 513-515). Extrapolando esta supuesta estructura verbal formada por un nombre personal más el sufijo –te y el verbo, pueden identificarse otras palabras que pueden ser verbos, como iunstir o salir (Moncunill y Velaza, 2020: 603-604). De todo ello se asume una forma sintáctica formada por Sujeto Objeto Verbo, aunque este sistema cambia en otras inscripciones a SVO o OSV. Sin embargo, esta hipótesis de reconstrucción se vuelve más dificultoso cuanto más largos son los textos, por lo que la estructura gramatical requiere aún de más estudio (op.cit.: 605-606).
Los numerales y los valores ponderales
Cabe destacar la investigación respecto a los nombres de los valores numerales en lengua ibera. Los sistemas de numeración iberos han sido objeto de un análisis específico en los últimos años, con resultados muy interesantes, especialmente a manos de los investigadores Joan Ferrer y Eduardo Orduña.
Así, se ha demostrado (Ferrer y Giral, 2007) que las acuñaciones iberas contaban con un sistema propio de valor, mientras que algunos recipientes podrían reflejar inscripciones con cantidades métricas (Ferrer, 2011). En las acuñaciones iberas de undikesken o de arse se pueden leer las marcas de valor de las monedas cuyos términos son: erder, ban y serkir o seste, que parecen indicar los valores de mitad, unidad y un sexto. Igualmente, las monedas de plata y bronce van indicadas con los sufijos -etar para indicar las piezas de bronce y -salir para las de plata. Entre los pueblos iberos existieron también diferentes sistemas de medida. Entre las zonas edetana y contestana, estos valores abreviados eran a, o, ki y e expresados de mayor a menor, mostrando un patrón duodecimal donde 1 a equivale a 12 o, y así sucesivamente. No está claro cuál sería la denominación extensa de estos valores.
Por otro lado, varios estudios se han encargado de analizar la relación entre el ibero y el vasco en los numerales cardinales, por ejemplo Ferrer (2010) y Orduña (2011, 2013). Estos numerales son comparables con el vasco, demostrando una similitud que sorprende. Los números iberos identificados serían: ban el 1, bi(n) el 2, (k)ilu(n) el 3, lau(r) el 4, bors(te) el 5, sei el 6, sisbi el 7, sorse el 8, abar el 10 y orkei el 20. Las similitudes son difícilmente asumibles como coincidencias casuales, y conducen a profundizar en la relación entre el vasco y el ibero, un campo de estudio futuro que debe abandonar antiguas posturas escasamente contrastables.
Problemas pendientes para futuros estudios
El principal problema en el estudio del ibérico procede de saber reconocer y distinguir palabras en los textos más largos. Muchos de ellos presentan una estructura continua en la que es difícil separar las palabras, o bien los signos de puntuación existentes son utilizados de forma poco consistente (Moncunill y Velaza, 2020: 618). Tampoco se entiende bien la formación y expansión del lenguaje ibérico. Resulta evidente que los iberos hablaban un idioma muy similar en todo el territorio, con muy pocas variaciones dialectales. Esto lleva a pensar que el idioma, de haberse expandido desde alguna región, debió hacerlo en un momento poco anterior a la puesta por escrito de los primeros textos en el siglo V a.C., dado que no había tenido tiempo de cambiar mucho en diferentes zonas dialectales (op.cit.: 619). Esto no encaja fácilmente con lo que se conoce sobre la evolución histórica de los pueblos iberos.
Por último, pero no en último lugar, aún resulta difícil interpretar la lectura de algunos de los signos de escritura. Sigue siendo necesario un análisis y sistematización de los signarios ibéricos para proceder a una correcta lectura de los textos, un paso necesario para poder realizar análisis morfológicos y sintácticos válidos en los que coincida toda la comunidad de investigadores. Sin lugar a dudas, queda mucho trabajo por delante.
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