Por Jesús M. de la Cruz
La diosa Ataecina es una divinidad del área céltica hispana correspondiente al territorio habitado por los pueblos vetón y lusitano. El núcleo principal de su culto se encuentra en la localidad de Alcuéscar, en Cáceres, centrado principalmente en un lugar que luego fue ocupado por la iglesia de Santa Lucía del Trampal (en portada). Se conocen numerosas aras votivas escritas en latín con el nombre de la divinidad, así como el uso de unos exvotos particularmente relacionados con su culto, en forma de cabrillas. Por su conexión con la diosa Proserpina, se asume que es una divinidad relacionada con la Naturaleza, la fecundidad y el concepto de muerte y resurrección.
Ataecina y Turobriga
La diosa Ataecina es una de las divinidades más conocidas de la Hispania céltica, cuyo culto se enmarca especialmente en la actual provincia de Cáceres. Los hallazgos de inscripciones con su nombre se encontraron ya desde el siglo XIX dispersas principalmente por las provincias de Toledo, Cáceres y Badajoz. Sin embargo, el estudio de esta divinidad tuvo un empuje enorme al descubrirse, reutilizadas en los muros de la abandonada iglesia de Santa Lucía del Trampal, en Alcuéscar, hasta 15 inscripciones dedicadas específicamente a ella (Abascal, 1995: 78; 2002: 53-54). Durante la excavación de este monumento medieval se encontraron numerosos fragmentos de lápidas y aras votivas o altares de época romana, reutilizados como mampostería. El lugar del templo se encuentra en una fértil llanura a los pies de la Sierra del Monesterio, cerca de la Vía de la Plata que comunicaba de norte a sur la provincia romana de Lusitania y con varios acuíferos situados en los alrededores del santuario (Abascal, op.cit.: 32).
El conjunto de inscripciones recuperadas en Alcuéscar proceden de la iglesia y de su entorno inmediato, por lo que se puede asumir que las piezas fueron acarreadas hasta el emplazamiento de la iglesia desde algún lugar cercano, donde estaría el centro de culto original dedicado a la diosa (Abascal, 1995: 78; 2011: 21; García-Bellido, 2001: 60). Este lugar es nombrado generalmente Turobriga en las inscripciones, aunque presenta varias grafías, como Turibriga o Turubriga. El término -briga es claramente a un término celta, aunque no siempre actúa como topónimo, pudiendo ser también un nombre personal (Abascal, 2002: 57; 2011: 31).
La ubicación exacta de Turobriga se desconoce, aunque como se ha dicho no debió estar excesivamente lejos del emplazamiento de la iglesia de Santa Lucía del Trampal. Juan Manuel Abascal (1996) propone que este lugar se encontraba en el paraje de Las Torrecillas, situado al norte del núcleo urbano de Alcuéscar, desviándose desde el camino hacia Mérida. En esta área se excavaron a principios del siglo XX una serie de edificios de época imperial, entre los que destaca el suelo de unas termas con hipocausto, el sistema de calefacción subterránea desarrollado por la ingeniería romana. Ese yacimiento pudo estar habitado desde época de Augusto hasta el Imperio tardío, aunque la ausencia de excavaciones modernas impide valorar el tamaño y relevancia del lugar. Este autor se inclina a pensar que más que un núcleo urbano Turobriga pudo haber sido ser una aldea o un territorio rural dentro del término municipal de Emérita Augusta, un espacio sagrado o témenos acotado de alguna forma, tal vez con algunas viviendas, en cuyo interior se depositarían las ofrendas a la diosa (Abascal 2002: 58; 2011: 32-33).
Advocaciones de la diosa y funciones
El significado concreto del nombre de la divinidad ha sido objeto de debate entre los investigadores, principalmente a causa de las diferentes transcripciones del nombre en las inscripciones. Existen hasta 15 variantes del nombre, donde la escritura Ataecina es la que tiene más coincidencias, aunque también es posible una forma variable donde la T oclusiva sorda cambia a una D sonora, Adaecina, o donde la C sorda se convierte en G sonora, Ataegina, versiones que están acompañada de otras variaciones del nombre (Abascal, 1995: 92-93; 2011: 19-29). La divergencia entre estos nombres puede explicarse por la dificultad para transcribir el nombre céltico de la diosa en latín, más aún cuando pudiera existir una escasa alfabetización entre los fieles a la divinidad (Abascal, 1995: 93; 2011: 20). Con todo, es posible que la forma correcta del nombre fuera Ataecina, y como tal ha sido utilizada en la historiografía sobre esta divinidad (2002: 55)
Acerca del significado del nombre, se ha propuesto la relación de Ataecina con el irlandés adaig, “noche”, pero esta palabra irlandesa solo está atestiguada a partir de la Alta Edad Media, por lo que se trata de una etimología que no encaja para las fechas en que esta diosa fue adorada en Hispania (García y Bellido, 1991: 73; Abascal, 1995: 92; 2002: 54). Otras interpretaciones del nombre la traducen como procedente del término celta Ate-gena, o “renacida”, aunque el debate sobre su verdadero significado sigue en pie (Marco, 2005: 307).
Entre las denominaciones a la divinidad que pueden encontrarse en las aras votivas destaca el epíteto Dea Sancta, “santa diosa”, o Dea Domina, “señora diosa”, fórmulas comunes entre distintas divinidades, tanto indígenas como pertenecientes al panteón romano (Abascal, 1995: 81, 85; 2002: 55).
El epíteto más completo de esta diosa corresponde a Dea Domina Sancta Turobrigensis, un título repetido de forma exacta en tres de los altares encontrados en Alcuéscar (Abascal, 1995: 65; 2011: 20). Es precisamente el apelativo Turobrigensis, “de Turobriga”, el que destaca como epíteto exclusivo de esta divinidad. Es bien sabido como en la región céltica muchas de las divinidades estaban asociadas a lugares concretos, consagradas como dioses tutelares que protegían a la comunidad (Collado, 2003). Así pues, Ataecina debió ser una divinidad adorada por el pueblo de los turobrigenses, quienes en época romana continuaron la tradición dentro de un fuerte proceso de hibridación cultural entre indígenas y romanos (Rojas, 2016: 18).
Como resultado de la interacción con los nuevos habitantes latinos y romanos, los atributos de la diosa indígena Ataecina fueron asimilados con la divinidad Proserpina en un ejercicio de interpretatio muy común en la religión romana. Por este proceso, divinidades extranjeras que compartían atributos comunes con dioses latinos eran adorados y convertidos en miembros del panteón romano. Este proceso ayuda en muchos casos a construir una imagen general sobre las atribuciones de estos dioses indígenas, aunque la asimilación del culto romano daría preferencia a los aspectos más familiares de la divinidad extranjera, abandonando aquellos que resultaban extraños a los ciudadanos romanos o amoldando las características y rasgos originales del dios a los modos y creencias de la cultura romana.
Dispersión del culto a Ataecina según las inscripciones localizadas. Se percibe una clara concentración de las dedicatorias a esta diosa en la zona norte del río Guadiana, con epicentro en Alcuéscar. Fuente: Abascal, 2011.
Para Abascal, la existencia de textos votivos dedicados en exclusividad a Proserpina y Ataecina en distintos espacios geográficos indican que la fusión entre ambas divinidades no se llegó a completar, y que cada diosa mantuvo sus propios rasgos distintivos (Abascal, 1995: 81; 2002: 53). En el área de Emerita Augusta pudo manifestarse cierta tendencia a relacionar ambas divinidades, mientras que por lo demás el culto a Perséfone se extendió más por la zona sur del Guadiana, mientras que el culto de Ataecina se encuentra al norte de este río, que delimitaba claramente la extensión del culto de ambas divinidades por separado (Abascal, 2002: 56). Es por ello que este autor prefiere relacionar a Ataecina con un culto agrícola y de fecundidad, sin una verdadera conexión con la divinidad romana (op.cit.: 55). Este hecho, sin embargo, no tiene por qué servir para descartar totalmente la conexión entre ambas divinidades, un argumento que han sostenido distintos autores, tratándose de la opinión general entre los investigadores.
María Paz García-Bellido (1991: 73-75) relaciona a Ataecina con una divinidad lunar, debido a los crecientes que aparecen representados en alguna de sus estelas. Igualmente la pone en relación con la divinidad latina Feronia, una diosa de la agricultura y la salud a quien se la dedicaban santuarios emplazados en bosques sagrados. Existen referencias de autores romanos a que dentro del territorio de Emerita Augusta había un bosque sagrado dedicado a Feronia, lo que para esta autora es la prueba de una sincretización con una divinidad indígena. Sugiere que esta divinidad pudo ser Ataecina, y que su bosque sagrado bien pudo haberse situado en Turobriga o sus alrededores. Por todo ello, esta autora (García-Bellido, 2001) sugiere que Ataecina sería una diosa madre ctónica, protectora del pueblo turobrigense, a quien garantizaba la riqueza de la tierra y los cultivos, la protección de los muertos, la salud del agua y la explotación de metales, atributos que también facilitarían su conexión con Proserpina.
También Marco Simón (2005: 307) sugiere que la manifestación de Ataecina como una divinidad del inframundo y de la agricultura resulta compatible. Y es que la conexión entre el mundo agrario y el mundo subterráneo posee un fuerte significado en las religiones antiguas, donde el mundo inferior es a la vez el último refugio de la muerte y también aquel que garantiza la vida, con una clara conexión entre el ciclo de muerte y renacimiento de las plantas y la propia vida y muerte humana y animal.
De la misma opinión son autores como María Rocío Rojas (2016: 10-13) y Martín Almagro-Gorbea (2018: 411-412) quienes defienden que Ataecina era una divinidad tutelar de la localidad de Turobriga con una naturaleza a la vez relacionada con el inframundo y la fertilidad, una divinidad de la vida y de la muerte cuyos poderes se extenderían hacia la fecundidad de la agricultura y la protección de ganado. También estaría relacionada con las aguas, que actúan como una conexión simbólica con el Más Allá, relacionado con su carácter infernal, y son consideradas también fuente de salud y de vida, lo que conecta con su aspecto de fertilidad y salud.
Almagro-Gorbea (op.cit: 412-414) entiende que las cabras, presentadas comúnmente como exvotos en bronce a la diosa, serían el símbolo de la diosa. En este sentido, llega a plantear que Ataecina sea un producto de sincretismo con la diosa fenicia Astart, fruto de los contactos de la zona del Guadiana con las etapas finales de la cultura tartésica. En el mundo oriental, Astart es representada como una potnia theron, o señora de los animales, flanqueada por cabras, consideradas animales símbolo y propiedad de esta divinidad.
Imagen de portada: Santa Lucía del Trampal. eldiario.es
Cronología y difusión del culto
Tal y como hemos podido ver en el primer apartado, el número de inscripciones dedicadas a Ataecina encontradas en Santa Lucía del Trampal, en Alcuéscar, sitúan indiscutiblemente a este lugar como el epicentro del culto a la diosa y como la probable localización de Turobriga. Sin embargo, la dispersión de las inscripciones y exvotos de cabritas más allá de este lugar ha llevado a analizar cómo pudo tener lugar la difusión de este culto aparentemente local, no solo en el espacio, si no también permeando en la sociedad romana imperial.
La zona de dispersión de este culto se sitúa en torno al río Guadiana y el río Tajo, en un área situada entre las ciudades de Norba Caesariana, hoy Cáceres, Turgalium, hoy Trujillo, y Emerita Augusta, donde se sitúa la gran mayoría de las inscripciones (Abascal, 2002: 55; 2011: 27), un espacio que corresponde en la actualidad al norte de la provincia de Badajoz y el centro sur de la provincia de Cáceres.
Además del epicentro del culto en Turobriga, se reconocen al menos otros dos lugares donde pudo organizarse un culto organizado de la diosa (Abascal, 2002: 56; Almagro-Gorbea, 2018: 405, 412). Uno estaría ubicado en la dehesa Zafrilla de Malpartida de Cáceres, mientras que el otro se encontraría en la dehesa El Palacio, en la Herguijuela (Abascal, 1995: 87; 2002: 55-56; 2011: 29; Almagro-Gorbea, 2018: 405ss).
De los nombres de los dedicantes que pueden leerse en las inscripciones en El Trampal puede deducirse que la gran mayoría de ellos eran o bien ciudadanos romanos o bien indígenas cuyos nombres ya habían asimilado la nomenclatura latina. La explicación para este hecho, según Abascal (1995: 65-66; 2002: 56, 2011: 21-23), puede deberse a la facilidad con la que personas de Emerita Augusta adoptaron este culto, o bien por la romanización de los pobladores indígenas de la zona, quienes ya habían abandonado su onomástica indígena.
Según Juan Carlos Olivares (2003: 306ss) la difusión del culto a Ataecina más allá de Turobriga pudo producirse a partir de la organización del territorio tras la fundación de Emerita Augusta en el año 25 a.C. por parte de los legionarios veteranos de las guerras cántabras. En este proceso, las autoridades romanas pudieron confiscar las tierras de los turobrigenses u obligarlos a abandonar su lugar de residencia para situarlos en nuevos asentamientos. Otros autores, como Manuel Salinas y Juana Rodríguez (2004: 286-291) proponen un panorama menos trágico y sugieren que la dispersión del culto a Ataecina desde su núcleo en el territorio de la capital emeritense puede deberse al crecimiento del flujo de personas y mercancías provocado por la nueva red de calzadas romanas. Finalmente, también se juzga probable que la presencia de inscripciones y exvotos ofrecidos a Ataecina más allá del núcleo principal demostrarían ejemplos de la devoción individual de sus fieles en un mundo ya plenamente romanizado (Fernández, 2016: 208).
La cuestión de la cronología del culto de esta divinidad es un motivo de discusión entre investigadores.
A través del análisis de las inscripciones de El Trampal, Abascal propone que una temporalidad entre el siglo I y el III de nuestra era (Abascal, 1995: 76ss; 2002: 56; 2011: 23-25). Por su parte, Martín Almagro ha sugerido una cronología más amplia analizando los diferentes exvotos de bronce en forma de cabritas que se relacionan con su culto (2018: 405ss), concluyendo que pudo haber existido con anterioridad a la implantación romana, al menos desde el s. III a.C. Abascal reconoce esta posibilidad al comentar que posiblemente en los espacios de culto se conservaran tan solo los altares más modernos, ya que los antiguos se irían retirando para dar cabida a los nuevos exvotos, motivo por el cual no han llegado hasta nosotros elementos de mayor antigüedad (Abascal, 1955: 66; 2011: 24).
Sin embargo, en una publicación reciente (vv.aa., 2022) Almagro-Gorbea junto a otros investigadores va mucho más allá y a través del vínculo que establece entre Astart y Ataecina llega a plantear que el culto a esta diosa, aunque de carácter local, revela la existencia de un culto ancestral de una Diosa Madre de origen neolítico. Esta divinidad local y atávica iría cambiando y sincretizándose con otras divinidades con el paso del tiempo, adoptando diferentes nombres y nuevos atributos. En sus orígenes (op.cit.: 54) la divinidad sería una Diosa Madre primigenia y suprema, señora de la vida y de la muerte, protectora y guía de los muertos, dueña del Más Allá. Estrechamente relacionada con ello se vería también como una diosa de la fecundidad humana, vegetal y animal, además de estar vinculada al agua como paso la Más Allá y como fuente de salud. Con el contacto con la cultura tartésica, esta diosa sería relacionada con Astart, y tras la llegada de los pueblos célticos, con Ataecina. Finalmente, en época romana se vería relacionada con divinidades del inframundo y la naturaleza como Proserpina y Feronia.
Imagen de portada: Santa Lucía del Trampal. eldiario.es
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