La vida urbana de una capital como Madrid y el crecimiento urbano de toda su área nos hace olvidar cómo debió verse el centro de la Península hace milenios, en la Prehistoria. Donde ahora se extienden ciudades y autopistas, hace milenios se encontraban encinares y zonas de pasto extendidos sobre largas superficies onduladas recortadas por ríos que en ocasiones excavaban grandes cañones y cárcavas de paredes arcillosas.
En el municipio de San Fernando de Henares, al sur del enorme aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid Barajas, ahora bajo las grandes naves de un polígono industrial, se ubicó un importante asentamiento durante el Calcolítico y los inicios de la Edad del Bronce, un yacimiento conocido como el Camino de las Yeseras. Este lugar estuvo ocupado por un gran poblado construido en una terraza en el margen izquierdo del río Jarama, cerca de la confluencia entre el Jarama y el Henares, habitado durante más de dos mil años, entre el 4.500 y el 1.700 antes de Cristo.
La larga duración de este lugar y sus dimensiones se explican por la importancia estratégica en el que se sitúa. Además de sus cualidades defensivas, su ubicación le ofrece un importante control visual de su entorno, incluyendo las fértiles vegas de ambos ríos, y el acceso a la Cañada Real Galiana, una ruta de pastoreo que esconde un antiquísimo camino que une las tierras altas de La Rioja y Soria con las llanuras de Toledo y Ciudad Real. También dispone de amplias extensiones para el cultivo y la ganadería, y la explotación maderera de los tupidos bosques que crecerían junto a la orilla de los ríos. Por último, en sus cercanías se encontraba la mina de sílex de Casa Montero, explotada desde el Neolítico gracias a la excelente calidad de esta piedra, un material indispensable para la industria lítica tan común antes del uso de los metales.
Emplazamiento del yacimiento del Camino de las Yeseras, en vv.aa. (2008)
El lugar
El yacimiento del Camino de las Yeseras destaca por la existencia de cuatro recintos limitados por fosos de en torno al metro o metro y medio de profundidad y de altura. Estos fosos formaban parte de un sistema defensivo de foso y terraplén, coronados por una empalizada de madera. Algunos de ellos se crearon de forma sucesiva a la vez que el poblado crecía en extensión, mientras que es posible que otros formaran parte de sectores aledaños al núcleo central del poblado. El recinto limitado por el foso interior poseía unas dimensiones de casi una hectárea, mientras que la última ampliación abarcaba una extensión de al menos quince. La distancia entre fosos varía entre los quince y los cincuenta metros. Los fosos disponían de distintas zonas de entrada, accesos a la zona interior donde se vivía y llevaban a cabo las distintas actividades económicas del sitio. En el área central del poblado se ha encontrado una gran zona abierta que fue utilizada como zona de trabajo y reunión.
Las cabañas del camino de las yeseras estaban construidas fuera de los dos recintos centrales, especialmente concentradas en la parte sureste. Se fabricaron con materiales perecederos y apenas han dejado rastro, más allá de los huecos excavados en el suelo para los postes. Todas las cabañas tenían forma circular, con una superficie entre los treinta y los cincuenta metros cuadrados, con un perímetro marcado donde se alzaban las paredes de enramados cubiertas de barro. Los techos estaban sostenidos por un poste central o por postes laterales, formados por ramas. Dentro se dejaba un espacio específico para el hogar, limitado por piedras o fragmentos de cerámica.
En todo el entorno del poblado se encuentran numerosos hoyos, quizás el elemento más y mejor reconocible de este tipo de asentamientos. Los hay de todo tipo: pequeños, aptos para los fuegos del hogar o de hornos, y enormes de hasta tres metros de profundidad y dos metros y medio, utilizados como almacenes o cisternas.
El mundo funerario
Uno de los aspectos que más han llamado la atención de los investigadores que han estudiado el yacimiento es la cantidad y variedad de las tumbas encontradas. Existen tanto enterramientos individuales como colectivos, excavados como fosas en el suelo, pero también en forma de covachas y de hipogeos subterráneos. Las formas de enterrar a los difuntos, sus ajuares y las características particulares de muchas de las tumbas indican un complejo mundo de creencias que se nos escapa.
Los enterramientos de fosa son individuales o en pareja, pero también con varios individuos. Es común encontrarlos relacionados con zonas de hábitat, cercanos a las cabañas. No existe un patrón que indique que los difuntos fueran depositados con una postura específica, aunque parece que el enterramiento de uno o dos individuos se llevó a cabo con más cuidado que los casos donde se enterraron varios individuos. Hay casos en los que sólo se conservan unos pocos huesos de una persona, enterrados junto con los cuerpos completos de otras. En los enterramientos colectivos, además, destaca la juventud de los difuntos y en algunos casos también se aprecia que los cuerpos fueron enterrados precipitadamente o con prisa, forzando sus posturas para que cupieran en el limitado espacio disponible de una fosa. En todos los casos estas tumbas no presentan ajuar ninguno, o si acaso algunos restos de collares y también piedras de molino.
Los enterramientos colectivos o que muestran ajuares más ricos se agrupan al suroeste del yacimiento, y se realizaron desde mediados del III milenio antes de Cristo. En estos enterramientos predominan las covachas y los hipogeos. Uno de estos hipogeos contaba con una escalera tallada, con una entrada cubierta por grandes lajas de piedra. En su interior fueron enterrados al menos tres individuos, uno de ellos mayor para la época, de casi sesenta años, con la peculiaridad de tener la nariz desviada por un fuerte golpe sufrido en el rostro, que sanó. En el otro hipogeo se encontró una mujer joven, de unos dieciocho años, cubierta de cinabrio rojo y adornada con joyas, un tocado de cuentas y placas de oro y otros adornos de marfil africano. Muchas de estas tumbas muestran en su interior vasos campaniformes de estilo Ciempozuelos, decorados con líneas o campos en zigzag. Los vasos indican que se trataba de grupos privilegiados, la élite del poblado que se hacía enterrar con unos vasos que implicaban poder y prestigio.
Estas tumbas fueron el último lugar de descanso de varias generaciones de habitantes del poblado, aunque no tuvieran relación de parentesco, apartándose los huesos más antiguos para depositar un nuevo cuerpo. También hay pruebas de la memoria y el culto a los antepasados, como el respeto que se demostró al no excavar una de las tumbas cuando se realizó uno de los fosos, o la presencia, tanto en cabañas como en tumbas, de algunos restos humanos que indican que se llevaban a cabo distintos ritos funeraios con partes obtenidas de los cuerpos de los difuntos. El análisis genético demuestra que las personas que habitaron el Camino de las Yeseras fueron de procedencias diversas, conviviendo gentes oriundas de la región con algunos de ascendencia centroeuropea e incluso un individuo venido de África. Si junto a estos datos tenemos en cuenta la amplia distribución del vaso campaniforme por toda Europa y la posición estratégica del yacimiento cerca de la ruta de la Cañada Real, podemos imaginarnos como estas sociedades conocieron un mundo mucho más grande del que podríamos pensar desde nuestra óptica del presente.
Banquete en el que interviene la cerámica campaniforme. Este tipo cerámico se originó en la Península Ibérica y llegó hasta Europa Central, lo que demuestra el largo alcance de las rutas comerciales y las influencias culturales de hace cinco mil años. En el Camino de las Yeseras se encuentran muchos restos de este tipo cerámico, utilizado por las élites como un símbolo de su prestigio. Imagen de Luis Pascual Repiso.
El mundo simbólico
Aunque las tumbas han proporcionado una información muy importante sobre el mundo de los habitantes del Camino de las Yeseras, sin lugar a dudas el aspecto más importante de este yacimiento es la presencia de fauna y la relación que muchos de los restos de animales guardan con el mundo mágico, simbólico y religioso de las épocas de la Edad del Cobre y del Bronce.
Los distintos recintos del Camino de las Yeseras muestran hábitos alimenticios diferentes distinguibles especialmente durante el III milenio a.C., aunque siempre predominó el consumo de animales domésticos, sobre todo vacas, ovejas o cabras y cerdos. Sin embargo, en la zona este y central se alimentaron de fauna silvestre, especialmente de animales como el caballo y el ciervo, y también el uro. Los hallazgos de restos de uro, el toro prehistórico silvestre, son abundantes en este lugar, y sus características genéticas han llevado a plantearse si la especie silvestre y doméstica convivieron durante un tiempo en la península, cruzándose entre ellas.
Además de ser alimento, los animales cumplieron una importante función simbólica en esta sociedad. Algunas de las tumbas presentan restos de fauna, ya fuera como ofrendas de alimento o como acompañantes de los difuntos al más allá, así como formando parte de rituales imposibles de interpretar. Por ejemplo, en el enterramiento de una niña pequeña se incluyó a una perra y el esqueleto de un cuervo con las alas extendidas. Hay un enterramiento colectivo de cuatro individuos, acompañado de dos hoyos conectados en los que se colocaron dos cuerpos de perro, muertos por un fuerte golpe en la cabeza, depositados sobre un lecho de cantos rodados y grandes fragmentos de cerámica. Es muy posible que los perros ya fueran considerados como animales guardianes tanto en esta vida como en el Más Allá.
Además, en el espacio excavado, que supone en realidad una pequeña parte de la extensión total del yacimiento, se han encontrado hasta cien depósitos que incluyen especies animales colocadas ahí con las más distintas intenciones. No son simples pozos de basura, si no que poseían una función enigmática. El perro es un protagonista principal, pero se han encontrado también enterramientos con los más extraños animales, como aves o galápagos.
En un hoyo se depositó un lecho de fragmentos de cerámica sobre el que se depositó un enorme cráneo de uro, enterrado después de haber pasado mucho tiempo a la intemperie. Uno de los casos más interesantes es el de un hoyo con restos de caballo, uro y oveja o cabra fijados con pellas de arcilla. Los huesos de uro, además, estaban impregnados de un intenso color rojo. Otro caso es el encontrado en la entrada del recinto 4, donde se enterró a cada lado un depósito de animales, tal vez con motivo de la fundación del espacio, que incluye en un lado el trasero de un animal vacuno y de un caballo junto con el ala de una cigüeña, y en el otro el cuerpo de un perro junto con el cuerpo sin cabeza de un cochinillo.
Sin lugar a dudas todas estas evidencias demuestran la vida religiosa y las distintas tradiciones y creencias del poblado en un largo lapso de tiempo. La imagen queda congelada a nuestros ojos, demostrando el complejo mundo simbólico de estas poblaciones. Sus intenciones y significados más profundos nos dejan asombrados y sin respuesta, pero resultan sin lugar a dudas un acicate para la imaginación.
Bibliografía:
Liesau, C.; Blasco, C.; Ríos, P.; Vega, J.; Menduiña, R.; Blanco, J. F.; Baena, J.; Herrera, T.; Petri, A.; Gómez, J.L. (2008): “Un espacio compartido por vivos y muertos: El poblado calcolítico de fosos de Camino de las Yeseras (San Fernando de Henares, Madrid)”, Complutum, Vol. 19 (1). pp. 97-120.
Vega, J.; Ríos, P.; Liesau, C.; Blasco, C. (2022): “El recinto de fosos calcolítico de Camino de las Yeseras: un lugar emblemático para la custodia de los ancestros y la gestión simbólica del mundo animal”, Actualidad de la investigación arqueológica en España IV (2021-2022). pp.107-129.