Los guerreros de Porcuna (II)

Por Jesús M. de la Cruz

Equipo defensivo: escudos y grebas.

Al menos cuatro de los guerreros de Porcuna portan caetras, además de conservarse fragmentos de otros más. Las caetras son escudos circulares, convexos y empuñados por el centro a través de un asa, que en el lado frontal queda cubierta por un umbo metálico. Su tamaño oscila entre los 23 y los 24 centímetros, similar al de los discos pectorales. En la cara interior se observan una serie de círculos concéntricos, lo que podría indicar que están formados por una serie de cubiertas de cuero superpuestas. Esto ayudaría a explicar por qué en el caso del guerrero caído bajo el jinete con lanza el escudo aparece doblado sobre el plinto de la escultura.

Dentro de la Península Ibérica, estos modelos de escudos de cuero con asa central se observan profusamente en las representaciones de las llamadas Estelas del Suroeste (Celestino, 2001: 108 ss). En estas estelas se aprecian bien los círculos concéntricos y el asidero central, aunque presentan dos diferencias principalmente: no se aprecia de manera específica la existencia de un umbo metálico ni de correajes que permitan suspenderlas del cuerpo. Algunas de ellas muestras también un rasgo peculiar, y es que presentan en un lado una escotadura en forma de V, de donde toman el nombre. Este tipo de escudos con escotadura y círculos concéntricos realizados en cuero han sido encontrados en diversas ocasiones en Irlanda, donde las peculiaridades del clima y el suelo han permitido la conservación de materias perecederas (Del Reguero, 2016). Entre ellos podemos destacar el escudo de Clonbrin, realizado enteramente en cuero con unas medidas de 52-49,5 y 6 milímetros de grosor. En estos escudos el umbo sobresale de la piel, rodeado por tres nervios concéntricos. Entre estos círculos concéntricos resaltan 24 pequeños círculos resaltados, tal vez con funciones de adorno.

En Porcuna los guerreros llevan las caetras sujetas al cuello a través de una cincha, lo que permite tenerla cerca del cuerpo cuando no se usa y asirla rápidamente en caso de peligro. La correa se sujeta a través de enganches con anillas en la proximidad del agarre central, posiblemente para ayudar al rápido manejo del escudo asido con la mano. El escudo de Clonbrin, sin embargo, no presenta ningún otro componente, por lo que estaba pensado para ser asido únicamente. La experimentación práctica con réplicas de estos escudos, realizadas con una única capa de cuero, ha demostrado que son sorprendentemente resistentes (Del Reguero, op. cit.: 38 ss). Si a este escudo le añadimos tres capas superpuestas de cuero nos encontramos ante un arma defensiva muy resistente y apta para el combate, unas cualidades excelentes a las que añadir la ligereza. Un umbo metálico y una parte interior de madera no hará sino añadir mayor robustez a este arma.

Detalle del guerrero de la caetra. Se puede distinguir los tres nervios concéntricos pertenecientes a cada capa de cuero. La correa o cincha está sujeta por dos argollas a ambos lados de la empuñadura. Imagen: ceres.mcu.es

Escudo de cuero de Clonbrin encontrado en Irlanda, condado de Longford.

El escudo de cuero de Clonbrin, encontrado a principios del siglo XX en una turbera del condado de Longford, en Irlanda. Debido a su excelente grado de conservación puede observarse su estructura general compuesta por un umbo y tres nervios. La escotadura en V ha sido objeto de mucha especulación, pero se trata posiblemente de una solución para el curado del cuero durante el proceso de fabricación. Imagen: National Museum of Ireland.

Estrabón habla de este tipo de escudos a propósito del armamento de los lusitanos. Las apreciaciones del geógrafo nos pueden ayudar a comprender mejor el uso y función de estas caetras:

[Los lusitanos] tienen un escudo pequeño de dos pies de diámetro, cóncavo por delante y sujeto con correas porque no lleva abrazadera ni asas. Estrabón, Geografía, III, 3, 6.

Por su parte, Diodoro Sículo hace el siguiente comentario sobre el armamento lusitano:

[Los lusitanos] llevan en la batalla pequeños escudos que están enteramente hechos de nervios trenzados y pueden proteger muy efectivamente el cuerpo a causa de su solidez. Ellos mueven este escudo aquí y allá en el combate hábilmente y con destreza interceptan cada misil que es arrojado contra ellos. Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica, V, 33.

Vemos de estos dos comentarios que las caetras podían ser utilizadas de forma efectiva por la infantería para detener los golpes enemigos, aún incluso de los proyectiles lanzados, si se poseía la agilidad suficiente. El pequeño tamaño de las caetras en Porcuna nos hacen pensar en esta forma de uso, aunque las caetras podían llegar a tener un buen tamaño, entre hasta 100 centímetros (Quesada, 1997: 506), lo que las convierte en grandes escudos propios para la infantería en combate cerrado. La referencia a los dos pies de diámetro y la convexidad dado por Estrabón se corresponde en tamaño con los de Porcuna, aunque no en su forma convexa, que dependería tal vez de su técnica de fabricación. Resulta interesante ver la descripción de Estrabón, que habla de escudos sin asa, aunque sí habla de la correa que los tiene sujetos. De la forma de usar el escudo según Diodoro podemos asumir que sí usan un asa, aunque no podemos concluir el uso de una correa.

El último de los elementos del equipo defensivo de los guerreros de Porcuna son las grebas. No es posible identificar si todos los guerreros portan estas defensas debido a la fragmentación de las estatuas y la pérdida de los fragmentos que corresponden a las piernas, aunque han podido reconocerse al menos en dos de los guerreros. Bajo las grebas, los guerreros envolvían sus piernas con unas piezas de cuero rodeando la pierna, superpuesta sobre sí misma y sujeta por correas. Sobre esta envoltura se coloca la greba, situada entre el empeine y la rodilla. La greba también se sostiene con un par de correas, superpuestas a las que sujetan la cubierta de cuero. Este tipo de elemento defensivo suele ser incómodo, pero resulta apropiado para guerreros que luchan a caballo o que van a luchar en combates individuales. En este tipo de luchas, propias de la época de estos guerreros, las grebas ayudan a proteger la guardia baja y evitan sufrir heridas que pueden incapacitar al luchador. Según Fernando Quesada, las grebas, junto con los discos coraza, eran elementos propios de panoplias aristocráticas que desaparecieron a finales del siglo V a.C. por resultar poco cómodas y prácticas para la lucha (1997: 583).

Espadas y puñales.

Las armas de combate de los guerreros de Porcuna son la espada, el puñal y la lanza.

Las armas de filo más comunes son las denominadas de frontón, con pomos semicirculares y de perfil liso, con empuñaduras anchas y también planas, algo más gruesas en el centro para facilitar el agarre del arma con el puño cerrado. Los puñales son de hoja recta, de unos 20 cm de largo, y su vaina está sostenida por una correa de cuero atada a la cintura por encima del cinturón. Las correas se atan con nudo en la parte delantera del cuerpo, ladeada y casi vertical junto a la cadera. Las vainas son cortas y lisas, protegidas por refuerzos longitudinales y transversales. Junto a la vaina podemos observar en algunos casos la presencia de un puñal más pequeño, con una silueta curva que se parece al de una falcata, por lo que recibe el nombre de afalcatado. La vaina lleva un resalte sostenido por los refuerzos que permite fijar este pequeño cuchillo, que se coloca paralelamente a su longitud.

En el caso de las espadas de frontón, tienen el mismo pomo característico, pero su filo es mucho más largo (Quesada, 2010: 72 ss). Las espadas son piezas más bien anchas y cortas, con una longitud cercana a los 40 centímetros, con un ligero estrangulamiento a media altura, para ensancharse y acabar en punta. Estaban decoradas con numerosas estrías y acanaladuras cubriendo gran parte de la superficie plana de la hoja. Eran a la vez a la vez armas punzantes y cortantes, muy útiles por tanto en el cuerpo a cuerpo, ya que su relativamente pequeño tamaño requería la cercanía con el enemigo.

El jinete lancero porta el puñal bien sujeto a la cintura, en horizontal, con el pomo mirando la izquierda a la altura del estómago. La posición hace que sea difícil ser desenvainado con la mano derecha, pero resulta claramente visible para quien se encuentra frente a él, a la vez que no estorba al agacharse o inclinarse en los rápidos movimientos de la lucha, o al sentarse. Esta posición no busca tanto la funcionalidad en el combate si no la ostentación del arma por parte de su usuario como un símbolo de prestigio. Este puñal se ciñe al cinturón, otro símbolo de su rango, por lo que en conjunto podemos ver que se trata de un elemento muy importante para el guerrero que lo porta (Quesada, 1997: 303).

Dentro de los cuchillos, llama la atención el portado por el guerrero que está abatiendo el lancero, cuya tipología ha sido difícil de clasificar (Quesada, 1997: 238). Este arma la lleva al cinto, pendiente por un tahalí, y parece una espada o cuchillo grande con empuñadura de guarda recta y lisa, con un puño circular y un pomo en forma de riñón o corazón.

Al contrario que los puñales, las espadas llevan vainas sostenidas por anillas y tahalí, colgadas del hombro y cruzadas sobre el pecho. Una espada suelta con estas características es comprometedora en el combate. Debido a su longitud, corre el riesgo de enredarse entre las piernas del combatiente, trabando sus movimientos e incluso amenazar con hacerle trastabillar o caer. Esto resulta sumamente peligroso en el combate, por lo que portarla de este modo parece ser una temeridad por parte del guerrero. Cabe entonces preguntarse qué motivaciones llevan a portar una espada de esta manera, y la respuesta más lógica es que en el estilo de lucha de estos guerreros no suponía un problema.

Espada de frontón encontrada en Illora, Granada, datada entre mediados del siglo V o siglo IV a.C. La hoja de la espada es de 43,70 centrímetros, con una anchura máxima de 5 centímetros. Se ven los detalles de la empuñadura, con un pomo plano que le da el nombre, y de las acanaladuras practicadas en la hoja de la espada. Imágenes de Arantxa Boyero Lirón vía ceres.mcu.es.

Al menos tres de los guerreros de Porcuna llevan el arma por antonomasia de la cultura ibérica, la falcata (Quesada, 2010: 63 ss). Las falcatas tienen similitudes muy próximas al arma griega denominada machaira o kopis. La forma de la falcata es la de una hoja ancha y curva, con una ligera inclinación hacia fuera. Tiene un filo completo en el lado exterior, y semi completo en el interior, de manera que facilita los golpes cortantes si se golpea de filo pero también punzantes si se golpea de punta. Su forma la convierte en un arma pesada y ancha, apta para dar fuertes golpes capaces de destruir cualquier defensa. Las hojas de falcata, de las que se han encontrado centenares, estaban realizadas con láminas de hierro soldadas en caliente. Esta técnica de fabricación concede a la hoja gran grosor, que se alivia con acanaladuras laterales y que se va afinando hacia la hoja de corte. Las acanaladuras tenían un valor decorativo, y se sumaban a la belleza y cuidado de la empuñadura. El tamaño de la hoja era algo mayor que el de las espadas de frontón, en torno a los 50 centímetros.

La decoración de las falcatas era especialmente cuidada en sus pomos, lo que nos habla sobre la importancia y el valor de estas armas. Sus pomos eran además fabricados para adaptarse a la mano de su dueño, por lo que podemos asumir que su uso era personal, y como se ha visto en las necrópolis ibéricas, a su muerte el arma era inutilizada y enterrada con su propietario. La decoración de estas armas incluía la representación de cabezas animales en el puño, tal y como puede observarse en uno de los fragmentos de guerrero (Negueruela, 1990: lámina XXXIV), donde se puede ver una empuñadura de falcata junto al pecho, envainada en el costado izquierdo. La forma está muy deteriorada, pero se percibe claramente la forma del mango y su cabezal ganchudo, tal vez representando una cabeza de ave. Otra de las técnicas de decoración de estas armas era la inclusión de delicados damasquinados de plata. La técnica del damasquinado consistía en incluir dibujos de metales preciosos en el cuerpo de hierro del arma. Para ello se preparaba el dibujo practicando incisiones en el hierro. Tras ello, se tomaba un hilo del metal requerido, generalmente plata, y con un cincel y martillo se embutía en las fisuras. El color plata era el preferido, dado que las armas de hierro no eran en realidad brillantes y grises como vemos hoy el acero, si no que su tono original era de un color negro intenso, rojizo o azulado y brillante, fruto de una tecnología del hierro en realidad bastante pobre. La técnica, según refiere Diodoro Sículo (Bliblioteca Histórica, V, 33), consistía en enterrar los lingotes de hierro hasta dejar que las partes más blandas y de peor calidad se oxidasen. Luego se sacaban las piezas, se limpiaban las impurezas y se utilizaba la veta más resistente a la corrosión para realizar la forja (Quesada, 2008).

Las representaciones griegas de este arma muestran a los guerreros atacando con el brazo flexionado por encima de la cabeza, descargando un fuerte golpe como si de un machete se tratara. Las esculturas en Iberia, sin embargo, muestran a los guerreros atacando de punta, como en el caso de Osuna, del siglo III a.C. (Chapa, 2012: 35-36). En uno de los bloques de esquina observamos a dos guerreros contrapuestos, enfrentados entre sí. Aquel que conserva el cuerpo completo y nos ofrece la visión de su lado izquierdo se encuentra ligeramente inclinado y echado hacia adelante, con el brazo del escudo extendido para proteger el cuerpo, y el brazo de la espada echado hacia atrás, preparado para pinchar a su enemigo. El guerrero contrario, que muestra su cuerpo en el lado derecho, apenas conserva la cabeza y el escudo. Está encogido tras él, sosteniéndolo con el brazo flexionado, y aunque no conserva el brazo derecho, vemos que su hombro está en una postura de portar el arma igualmente en la guardia baja. El arma, por lo tanto, no era utilizada por los iberos como un elemento principalmente cortante, si no punzante.

Sillar de los guerreros de Porcuna. Se ve a dos guerreros enfrentados entre sí, con un equipo prácticamente idéntico. Aunque estos guerreros pertenecen a los siglos III o II a.C., en su pose se percibe claramente cómo usaban los guerreros iberos la falcata. Se trataba de una espada con la que atacar de forma punzante, golpeando por debajo de la guardia del enemigo. Por ese motivo, ambos guerreros se inclina para ocultarse tras sus escudos. El guerrero que se dispone a atacar está bajando el escudo por debajo del hombro, mientras que el segundo guerrero se agazapa detrás del suyo en espera del golpe. Imágenes: Fernando Velasco Mora vía ceres.mcu.es.

Lanzas.

Por encima de puñales y espadas, la lanza fue el arma más utilizada por los pueblos de la Antigüedad. En Porcuna solo se puede apreciar en el caso del jinete lancero. En la mano que blande el arma se conserva el orificio por el cual se pasaría el astil de madera, que actualmente se ha perdido. Por los escasos restos conservados en la figura del guerrero abatido a los pies del jinete, Fernando Quesada (1997:410) identifica el arma con una lanza pesada larga y muy robusta, típica del combate cuerpo a cuerpo. Se trata de un modelo antiguo, de punta grande y estrecha, de hoja recta y un largo regatón. El tamaño y peso de estas lanzas hace que apenas puedan utilizarse como armas arrojadizas, pero permiten atravesar a un hombre si se empuñan con fuerza, tal y como se refleja en múltiples ocasiones en La Ilíada. Siguiendo las descripciones de Homero, estas lanzas eran fabricadas en fresno, gracias a su combinación de flexibilidad y resistencia. En otras dos piezas de guerreros abatidos también se perciben las heridas de este tipo de arma, una profunda herida sobre el hombro del guerrero muerto con ave, y otra, apenas un fragmento, en el que se aprecia como la punta de una lanza penetra, o tal vez sale, del cuerpo de un caído, que parece tratarse de una lanza de grueso nervio.

Recreación del jinete desmontado de Porcuna. El guerrero usa la lanza bajo el hombro, no para golpear por encima de la guardia, si no que ataca por la guardia baja. La escena guarda un fuerte sabor homérico, donde los héroes aqueos y troyanos emplean sus lanzas de forma habitual para abatir a sus enemigos. Imagen de Carlos Fernandez del Castillo en Quesada, 2010: 25.

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