Cultura e Historia de los iberos

Entendemos por cultura ibérica a una serie de pueblos que habitaron la zona de Levante y sur peninsular durante la Edad del Hierro, entre los siglos VI y II a.C., momento en que se inició su rápida conquista y asimilación por parte de Roma.

Hay tres rasgos principales que permiten reconocer la cultura íbera en su conjunto: la existencia de una élite aristocrática que domina su sociedad; la existencia de ciudades fortificadas en altura, denominada oppida, como base de su organización territorial, y el habla de una lengua común, el ibérico.

En general es posible hacer una gran división en dos grupos:

Los iberos septentrionales, situados al norte del río Ebro, en su valle y la región catalana, con influencias de la cultura de los Campos de Urnas procedente de centroeuropa, comúnmente identificada con la cultura céltica.

Los iberos meridionales, distribuidos entre las zonas costeras valenciana y murciana, el interior de la meseta sur y el oriente del valle del río Guadalquivir, incluyendo las zonas interiores de las cordilleras béticas, influenciados por la cultura tartésica desarrollada en el extremo occidental de Andalucía.

Los distintos pueblos iberos reúnen varias características culturales que ayudan a definirlos como grupos diferentes con una clara personalidad propia. Si unimos estos datos a lo que conocemos sobre cómo actuaron ante cartagineses y romanos gracias a los escritos de los cronistas grecorromanos, podemos afirmar que los iberos nunca tuvieron conciencia de ser un pueblo unificado, sino que fueron grupos con un alto nivel de independencia y un marcado individualismo.

Fragmento cerámico con alfabeto ibero. Sant Miquel de Llíria.

Fuente: base de datos Hesperia.

La lengua ibérica

Actualmente, uno de los elementos que mejor permite reconocer la cultura íbera en su conjunto es el idioma. Podemos reconocer la lengua ibérica a través de numerosas inscripciones recuperadas, principalmente pintadas en cerámica o escritas en soportes metálicos, como placas de bronce o plomo. Los iberos utilizaban para escribir dos signarios diferentes. Ambos signarios estaban basados en el alfabeto fenicio, pero utilizaron sus letras o signos para representar los propios sonidos del idioma ibero. Eran de tipo silábico, es decir, cada signo representaba una sílaba de consonante más vocal, junto con signos para representar las cinco vocales más algunos sonidos solamente consonánticos.

El signario Levantino o nororiental es el más conocido, con más de 2.000 inscripciones. También es el más antiguo, ya que data del siglo V a.C. Dejó de utilizarse en el siglo I a.C.

El signario Meridional o sudoriental no es un modelo totalmente descifrado, y mucho peor conocido, ya que se han encontrado unas 70 inscripciones. Esta escritura fue utilizada entre los siglos IV y I a.C., y es posible que no fuera utilizada sólo para el ibérico, sobre todo en algunas inscripciones más cercanas al área turdetana.

Existe controversia respecto a cuál es la relación entre el alfabeto levantino y el meridional. Esta duda surge dado que pese a sus evidentes similitudes, también muestran algunas diferencias significativas que indican que cada uno tuvo una existencia autónoma del otro. También es motivo de discordia porque el alfabeto levantino es el más antiguo reconocible, y sin embargo, los iberos septentrionales son aquellos que poseen una cultura ibérica más difusa, mezclada con rasgos celtas indoeuropeos.

El aspecto que mejor se conoce del ibérico es la estructura de los nombres personales. Gracias a ello se ha podido estudiar y tratar de explicar el sentido de algunos de los elementos morfológicos del idioma. Después de los nombres propios, los elementos más fáciles de distinguir son los sufijos y los prefijos. Muchos de ellos pueden interpretarse por el contexto en el que se encuentra la inscripción, como en acuñaciones monetales o epitafios. Aunque existe debate acerca de cómo entender algunos de estos morfemas, pueden establecerse algunos criterios generales acerca de su significado. También hay palabras del vocabulario ibero que por su repetición en un mismo soporte han llevado a identificarlas con un significado concreto. Entre las palabras mejor conocidas cuya interpretación tiene un mayor consenso entre los especialistas encontramos las siguientes:

Eban y teban. Se entienden como dos sustantivos de géneros opuestos, traducidos como hijo e hija.

Seltar. Muy común en lápidas funerarias, puede significar «tumba» o un sentido similar.

Salir. El término aparece en monedas de plata y en inscripciones comerciales, por lo que se le ha dado la interpretación de «plata», o en un sentido general, de «dinero».

Iltir y ars son dos formas con sentido similar. Iltir- es un compuesto muy común en numismática y en nombres de ciudades, como Iltiraka (Úbeda), Ilerda (Lérida) o Ilipa (Alcalá del Río). Su traducción puede asegurarse como «ciudad». El término ars- puede encontrarse en la ciudad de Arse (Sagunto), y podría entenderse con un sentido específico de «lugar amurallado» o «fortaleza».

La teoría del vasco-iberismo defiende que los primeros pobladores de la Península Ibérica habrían sido antepasados del pueblo vasco. Esta teoría fue mantenida en el siglo XIX por algunos eruditos lingüistas alemanes, lo que le confirió un aura de prestigio. Sin embargo, tras el desciframiento del signario levantino por Manuel Gómez Moreno fue imposible traducir las inscripciones ibéricas con ayuda del vasco, por lo que la teoría está hoy desacreditada. Con todo, se ha comprobado que la conexión más importante entre el vascónico y el ibérico son los numerales. Las similitudes son tan cercanas que la teoría del vasco-iberismo se mantiene hoy latente, pero desde otro paradigma.

La relación de los números en vasco e ibérico es la siguiente:

1/2. erdi, erti; 2. bi, bi(n); 4. lau, lau(r); 5. bost, bors(te); 6. sei, sei; 7. zazpi, sisbi; 8. zortzi, sorse; 10. hamar, abar; 20. hogei, orkei.

Descartada la posibilidad de poder traducir el ibérico a través del vasco, ahora se puede analizar cuál es la evolución de ambas lenguas y su relación. Se barajan dos grandes teorías: una de ellas piensa que ibérico y vascónico pudieron convivir, llevándose a cabo el préstamo de términos, nombres y números. Otra defiende la posibilidad de que ambas lenguas sean las supervivientes de un lenguaje pretérito, vestigio de las lenguas que se hablaban en la Península Ibérica en tiempos prehistóricos.

Esquema del campo del Turia, el territorio donde se desarrolló la ciudad ibera de Edeta, hoy Sant Miquel de Llíria. Esta ciudad ibera y su territorio ha sido estudiado en profundidad y ha permitido conocer la forma en que las emergentes ciudades-estado ibéricas organizaron su poder y dominio territorial. Fuente: Wikimedia Commons.

Principales pueblos iberos

Conocemos la distribución de los distintos pueblos iberos gracias a la descripción de varios autores clásicos, entre los que destaca la pormenorizada descripción que hace el autor griego Ptolomeo.

Entre las tribus iberas septentrionales, como pueblos importantes encontramos en la costa, desde los Pirineos hacia el Ebro, a los Indigetes, Laietanos, Cossetanos e Ilercavones. En el interior encontramos a los Ausetanos, Lacetanos e Ilergetes. Estos pueblos tuvieron un estrecho contacto con las colonias griegas de Rosas y Ampurias, desarrollando un importante comercio de importación de cerámicas griegas y exportación de cereales.

Los iberos septentrionales destacan por sus poblaciones de hábitat disperso, con poblados fortificados y muy compactos con casas adosadas y apiñadas formando calles estrechas. Un buen ejemplo de este tipo de yacimientos es el Molí d’Espigol, de los Ilergetes. Pero entre todos los yacimientos destaca la ciudad de Ullastret, capital del territorio Indigete, una gran población dividida en dos núcleos separados rodeados de marismas, tal vez llamada Indika en ibérico.

Entre las tribus iberas meridionales, desde el Ebro hasta la región del Mar Menor, encontramos a los, Edetanos y Contestanos. Tierra adentro están los Oretanos, distribuidos entre la meseta sur y el alto Guadalquivir, los Bastetanos en el interior de los macizos béticos y los túrdulos en el valle medio del Guadalquivir. Esta región es conocida por sus necrópolis monumentales y sus grandes oppida. Entre todos, la región de Edetania, con su capital en Edeta, actualmente el yacimiento arqueológico del Tossal de Sant Miquel de Líria, ha sido muy bien estudiada para conocer la forma en que se desarrolló un estado ibero en época plena y final. Estos oppida ejercían el control de su territorio a través de oppida menores al alcance visual y con la construcción de torres de vigilancia en las zonas de frontera con más riesgo. Los asentamientos menores en llano, incluyendo aldeas y granjas, dependían de una de las ciudades en altura y se encontraban dentro de su radio de visión.

Atravesando la región de Contestania y Oretania existió la llamada vía Heraclea, una ruta comercial que comunicaba los puertos del entorno de Elche, la Ilici ibérica, con el interior de la región de Oretania en la meseta sur, para luego cruzar Sierra Morena y alcanzar el valle del Guadalquivir. Esta ruta comercial tuvo una gran importancia y enriqueció enormemente a las poblaciones del interior y la costa, cuyos aristócratas se hicieron enterrar en necrópolis cuyo objetivo era doble: por un lado, servir de hito visual y referencia en el territorio y por otro reclamar la posesión de las tierras como forma de garantizar el control de los beneficios obtenidos por el comercio.

Mapa de la conquista romana de Hispania. La llegada de los cartagineses y romanos interrumpió el proceso de evolución de la sociedad ibérica, truncado por su protagonismo en unos procesos imperialistas que escaparon a su control. Fuente: Wikimedia Commons.

Breve historia de los iberos

Gran parte de la historia de los iberos se conoce a través de la arqueología. Solo cuando Iberia entró en la compleja red de la política imperialista de Roma y Cartago los sucesos que ocurrían en ella fueron del interés de los cronistas e historiadores clásicos. Aunque su información es muy valiosa, no deja de ser una información parcial, en primer lugar porque las fuentes que se refieren a las guerras en Hispania no son completas, y a veces dependemos de autores que hablan de ellas siglos después de haber ocurrido. En segundo lugar, porque los autores clásicos escribieron estas obras con un claro fin propagandístico, ya fuera hacia una personalidad concreta, general o emperador, o hacia el propio sistema de valores de su cultura, por lo que muchas de sus afirmaciones deben ser consideradas con reservas. En último lugar, son parciales porque carecemos de la otra cara de los sucesos, es decir, del propio punto de vista de los iberos, por lo que en todo caso sólo poseemos la versión que el bando ganador quiso dar sobre su triunfo y los pueblos a los que dominó.

En términos generales, la evolución de la cultura ibérica se divide cronológicamente en tres etapas:

Ibérico Antiguo, o su época arcaica, en torno a los siglos VI y V a.C.

Ibérico Pleno, su época clásica, correspondiente a los siglos IV y III a.C., momento en que irrumpe en Iberia la presencia de Cartago y la familia Barca.

Ibérico Tardío o baja época, siglos II y I a.C., pertenece al proceso de conquista y asimilación por parte de Roma.

Podemos reconocer la evolución de la sociedad ibérica a través del proceso de formación y consolidación de sus élites gobernantes.

Durante la época arcaica se consolidaron, especialmente en el sur de Iberia, las monarquías sacras. Estas monarquías basaban su poder en su conexión con las divinidades o con un héroe mítico que explicaba su origen divino. Estos monarcas iniciaron la agrupación de la población, convertida en sus clientes o seguidores, en los oppida. Al final de este período, su poder fue contestado por emergentes familias aristocráticas, quienes pondrían final a esta forma de gobierno.

En el Ibérico Pleno o clásico los príncipes aristócratas fueron creando redes de poder integrando a sus clientelas linajes aristocráticos menores. En este momento comenzaron a formarse los primeros estados arcaicos iberos que encontrarán los cartagineses y romanos. Durante las guerras con Cartago y Roma estos estados desaparecen, mientras que los linajes aristocráticos sobrevivientes fueron refundados como ciudadanos latinos y romanos.

Los príncipes iberos entraron en contacto con la familia Barca en el año 237 a.C., cuando el general Amílcar Barca desembarca en Gadir para tratar de afianzar un dominio que permitiera el control de la explotación de las ricas minas de plata de la parte suroriental de la Península. Amílcar murió durante el asedio de Helike, de paradero discutido, derrotado por el rey Orisón de Oretania. Tras ello, primero su yerno Asdrúbal el Bello y luego su hijo Aníbal Barca desarrollarán una exitosa política de alianzas, cuyo máximo exponente es el casamiento de Anibal con la princesa ibera Himilce de Cástulo.

La nobleza ibérica llevó a cabo distintas alianzas con la familia Barca y el estado cartaginés, aportando efectivos para la guerra contra Roma. Sin embargo, la rudeza con que los generales púnicos trataban a las familias nobles llevó a que algunos príncipes decidieran pasarse al bando romano a partir de la llegada de la familia de generales Escipión en Hispania en 218 a.C.

También con Roma los príncipes iberos descubrirán que los acuerdos conducían al sometimiento, por lo que tras la marcha de Publio Cornelio Escipión los líderes Indíbil y Mandonio protagonizaron el alzamiento de los pueblos iberos meridionales contra la autoridad romana. Indíbil y Mandonio fracasaron, pero la rebelión continuó hasta la llegada de Marco Porcio Catón en 195 a.C. Las victorias de Catón y su gestión posterior garantizaron la sumisión definitiva de los iberos, que a partir de este momento comienzan un rápido proceso de asimilación de la cultura romana.

El último acto de independencia política ocurriría en el curso de las Guerras Sertorianas, entre los años 82 y 72 a.C., parte de la Guerra Civil romana entre el general Quinto Sertorio y las tropas de Cneo Pompeyo, el Magno. Quinto Sertorio consiguió atraerse las simpatías de la gran mayoría de la nobleza local, pero tras una larga guerra de desgaste, Sertorio fue asesinado y poco después el conflicto acabó. La guerra sirvió en realidad para que las redes clientelares entre la nobleza hispana y las autoridades romanas se estrecharan aún más, por lo que Iberia se convirtió finalmente en un dominio provincial pacífico y muy rico del naciente imperio romano.

Referencias bilbliográficas generalistas

Barba, V. (coord.) (2023): Íberos. La cultura mediterránea occidental. Pinolia.

Bermejo, J. (2007): Breve historia de los iberos. Ediciones Nowtilus.

Collado, B. (2004): Los íberos y su mundo. Akal.

Del Rey, L. (2024): Los íberos. Historia y arqueología. Almuzara.

Eslava, J. 82004): Los iberos. Los españoles que fuimos. Ediciones Martínez Roca.

Fontán, R. (2021): Iberos. Edaf.

Ramos, R. (2019): Los íberos. Imágenes y mitos de iberia. Almuzara.

 

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