El mundo funerario celtibérico y la ética agonística

por El Profesor

Gabriel Sopeña Genzor es profesor titular de Historia Antigua por la Universidad de Zaragoza. Su trabajo de investigación se ha centrado en la religiosidad celta y la expresión de su ideología, y también en la visión de la muerte y sus rituales en el Mundo Antiguo.

Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Historiae en el año 2005, dedicada a los estudios historiográficos y editada por la Universidad Autónoma de Barcelona. El artículo trataba, desde un punto más específico, trabajos previos del propio investigador (Sopeña, G. 1987; 1995), relacionados con el mundo de las creencias de los celtíberos, y en especial el ritual de enterramiento de los guerreros caídos en combate, al que este artículo está dedicado de manera concreta.

Desde su publicación, el interés del artículo ha llevado a su autor a colaborar con versiones de este trabajo original en otras publicaciones, y también ha sido un artículo muy citado por cualquier trabajo que haga referencia a la religión y el mundo de las creencias de Celtiberia.

El artículo gira principalmente en torno a la noción de ethos y el valor con el que se entendía el concepto de la muerte heroica para los pueblos célticos de Europa y la Península. Ethos es entendido en la filosofía aristotélica como la forma de ser de un individuo, los principios en los que se basan su actuación (Didier, 2011: 14-15). Por lo tanto, en este artículo el autor trata de definir cómo los autores clásicos entendieron que la muerte heroica fue una parte principal de las creencias religiosas celtas, hecho que seguimos distinguiendo hoy en día gracias a las múltiples evidencias arqueológicas que lo apoyan. El autor realiza a lo largo del artículo numerosas conexiones entre estas conductas propias del celtismo general con el mundo celtibérico en particular.

Diferentes autores clásicos trataron en sus textos la forma en que los celtas percibieron el Más Allá y la muerte en el combate, entendiendo que sólo aquellos que morían en el campo de batalla tenían garantizada una vida ultraterrena. Estas costumbres transmitidas por los autores grecorromanos forman parte de una fase tardía de la cultura céltica, y pueden datarse con seguridad entre los siglos IV y I a. C., coincidentes con el proceso de conquista y romanización de estas poblaciones.

En Celtiberia, esta idea que expresa el valor de la guerra y de la muerte en batalla marcó la forma de ser de su sociedad. La guerra adquiría un carácter sagrado, un objetivo deseable para los guerreros celtibéricos, donde la victoria y la muerte suponían un mismo fin en sí mismos. Para los autores clásicos, esta forma de acudir al combate fue definida como furor. Sin embargo, hasta la llegada de Roma esta conducta se manifestaba de manera breve y regulada, a través de exhibiciones y retos individuales. Sólo con Roma la guerra alcanzó una forma de “guerra total”.

El grupo de edad participante en la guerra es definida como iuventus, juventud, pero entendida más bien como todo el conjunto de hombres capaces de portar armas. Estos grupos actuaban de forma cohesionada, poseían sus propios jefes y tomaban decisiones autónomas que podían contravenir incluso la línea política oficial de sus ciudades de origen.

Después de la introducción general, el autor pasa a formular alguno de los aspectos específicos que definen el comportamiento ritual de los pueblos celtibéricos.

Vamos a analizarlos a continuación:

En el Vaso de los Guerreros numantinos asistimos a una lucha entre dos personajes. La presencia de animales mitológicos en la escena puede indicar que se trata de un pasaje mitológico cuyo sentido desconocemos. En la escena se aprecia el tocado del guerrero de la izquierda, con la cabeza de un gallo. Otras evidencias arqueológicas, como los cascos de Aranda del Moncayo, demuestran la importancia de los tocados en los cascos portados por los celtíberos, destinados a dar al guerrero un aspecto imponente. Fuente de la imagen: MAN.

Vocaciones pugnantes singulares

Antes de Roma, en Celtiberia se luchaba una guerra de “baja intensidad”. Los grupos de iuvenes se enfrentaban entre ellos como forma de adquirir prestigio y una muerte honrosa a través de combates singulares regidos por unas reglas estrictas. Los duelos singulares eran algo deseable para los guerreros y aún se mantuvieron en época de las guerras contra Roma, con numerosos ejemplos dados por los autores clásicos. Esta actitud permitía al guerrero demostrar su valía personal y su capacidad en la lucha, lo que el autor define como “vocación del combatiente”.

El autor relaciona este tipo de vocación guerrera con la existencia de fratrías o hermandades guerreras en Celtiberia. Estos grupos estaban formados por jóvenes, lanzados al saqueo y al bandolerismo como rito de paso para alcanzar un estatus social de guerrero, una etapa que culminaría con el regreso a la tribu y el paso a la vida en sociedad a través del matrimonio. El simbolismo del lobo, ya fuera vistiendo sus pieles o asociando a los guerreros con este animal, se podría relacionar con estas bandas de guerreros, que asumirían la figura de este animal como símbolo de su carácter feroz y violento, también relacionado con la muerte.

Un ethos bipolar: el banquete y la hospitalidad.

En este apartado, el autor se detiene a analizar la parte amable de las costumbres guerreras celtibéricas. Y es que, además de guerreros, los celtíberos también resultaron destacables por los autores clásicos como francos anfitriones. Esta actitud quedaba reflejada bajo la institución del hospitum, del cual existen abundantes vestigios arqueológicos a través de las téseras de hospitalidad.

Otro acto relacionado con la hospitalidad celtibérica está en la celebración de banquetes, consumiendo bebidas alcohólicas y carne. En estas ceremonias se llevarían a cabo alianzas e intercambio de regalos, consolidando relaciones de amistad o dependencia que esperaban, a la larga, un intercambio recíproco.

Soluciones de consagración: la devotio, el cobro de cráneos, las armas.

Todas las actividades descritas en el título son asociadas con la vida guerrera en Celtiberia y el sentido religioso de la violencia bélica.

La devotio supone un juramento de fidelidad de un guerrero hacia un líder, juramento que finaliza con la muerte.

La decapitación es también otra actividad relacionada con la victoria del guerrero y la obtención de un trofeo que demuestra su capacidad.

Las armas son vistas a la vez como herramientas de la guerra y como trofeo de victoria. El valor de las armas para el guerrero celtíbero iba más allá de la muerte: su posesión era un símbolo de su valor y virtud guerrera, motivo por el que los celtíberos prefirieron la muerte a su entrega y por el que se enterraron con ellas, inutilizándolas como parte del ritual funerario.

El buitre jugó en la cultura celtibérica un papel importante dentro de su imaginería mítica y religiosa. Como animal carroñero, devoraba los restos expuestos de los muertos, llevando a cabo un acto mágico por el cual el alma del difunto ascendía a los cielos. En su sentido ritual, la guerra permitía a los caídos ascender directamente al Paraíso celeste, mientras que en los ritos de enterramiento ordinario los cuerpos eran expuestos para permitir la labor de los buitres. Las aves carroñeras, posiblemente no sólo buitres, cumplían un papel psicopompo, o guía de los muertos. Fuente: National Geographic.

Sacrum facere: los rituales funerarios, modo mayor de sacrificio.

El ritual de enterramiento celtibérico incluía la descarnación de los huesos del difunto de forma previa a su cremación. La exposición de los cuerpos era una parte necesaria de ese ritual, dejándolos en espacios específicos destinados a ello, o exponiéndolos a la intemperie si la muerte ocurría en el campo de batalla. Después, los huesos restantes serían seleccionados y quemados para ser depositados en una urna funeraria, a la vez que otros huesos podían ser utilizados para ser expuestos o usados en rituales cuyo sentido aún no se puede desentrañar.

En el mundo funerario celtibérico destacan además la austeridad de los enterramientos, apenas una urna y un ajuar sencillo, y el escaso número de fosas respecto al total de habitantes. Ante este dato, el autor afirma que deben existir otros rituales funerarios que no podemos conocer, tal vez relacionados con un culto familiar, para el que se utilizaban ciertos huesos o los cráneos.

Este fenómeno fue resaltado por los autores clásicos, que veían en la exposición del cadáver un final cruel para los difuntos, una condición que les destinaba a vagar por las puertas del Hades sin descanso. La arqueología también permite constatar largamente el fenómeno de la exposición de cadáveres, que parece común a todo el mundo celta. En varias necrópolis celtibéricas existen enlosados cuya función debió ser exponer allí los cadáveres. También existen numerosos ejemplos, pictóricos y en relieve, en el que aparecen aves carroñeras situadas sobre los cuerpos de caídos en combate, así como lobos o leones devoradores. Todos ellos simbolizan el paso del muerto al Otro Mundo, que en definitiva ocurre con el acto de carroñeo de diferentes animales asociados con las divinidades de la muerte y el Más Allá.

Como conclusión, el autor reconoce que aún existen dudas sobre la escatología o conjunto de creencias sobre la muerte de los celtíberos. Sin embargo, realiza una serie de afirmaciones generales:

  • El ritual funerario debió ser complejo y largo en el tiempo, con fases o etapas que son difíciles de constatar. Entre ellas estuvo la exposición del cuerpo para su descarnación y la quema de algunos huesos destacados.
  • La tumba tuvo un valor relativo, y no sería de manera común el lugar de descanso final de un difunto.
  • Las almas tendrían como destino un Más Allá situado en el cielo.
  • Todos los elementos de la naturaleza, especialmente el agua, el fuego y el aire, tuvieron un significado entre el mundo simbólico de la religión celtibérica.
  • La muerte en combate, la forma en que un guerrero demostraba su virtud, fue entendida como la mejor forma de muerte.
  • Existió en Celtiberia una tradición oral que exaltaba los ideales guerreros y el reconocimiento de los antepasados igualmente guerreros. Las mujeres fueron encargadas de transmitir estos relatos y sus enseñanzas a sus hijos, que se convirtieron a su vez en guerreros cuyo mayor afán fue encontrar un final igual al de los héroes de su tribu: morir en batalla era la mejor de las muertes.
Referencias y obras citadas en el artículo:

DIDIER, J. (2011): “Êthos y Eudaimonía en la Étika de Aristóteles” en Praxis 66, 11-25.

SOPEÑA, G. (1987): Dioses, ética y ritos: aproximación para una comprensión de la religiosidad entre los pueblos celtibéricos. Universidad de Zaragoza.

SOPEÑA, G. (1995): Ética y ritual. Aproximación al estudio de la religiosidad de los pueblos celtibéricos. Universidad de Zaragoza.

SOPEÑA, G. (2005): “El mundo funerario celtibérico como expresión de un ethos agonístico”. HISTORIAE I, 56-107.

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