Por El Profesor
En el mundo ibero la escultura y la pintura servían para materializar una realidad que estaba presente en la mente de quienes las crearon. Estas figuras poblaban un mundo mitológico mucho más rico y complejo del que nunca podremos llegar a imaginar, ya que al contrario que griegos y romanos, los iberos no nos dejaron sus leyendas por escrito. Sólo se puede intuir, a través de los hallazgos arqueológicos, qué seres poblaron las mentes de los iberos y qué significado tenían para ellos.
De entre todas las figuras del arte ibérico que hoy podemos visitar en exposiciones y museos, existe una cuya extrañeza y originalidad destaca por encima de las demás. Se trata de una obra única, o casi única, del arte ibérico. Es una figura tallada en piedra, representado a un extraño ser híbrido con cabeza humana y cuerpo de bovino, a quien, a falta de un nombre mejor, se le dio directamente el nombre de «Bicha».
Sin lugar a dudas este ser o Bicha encabeza por su aspecto la lista de seres mitológicos inventados por los iberos.
Pero no podemos hablar de invención. Con sus formas extrañas o prosaicas, pacíficas o amenazadoras, esas figuras habitaban un mundo imaginado cuya verdad era tan real como lo son nuestros principios morales, nuestras costumbres sociales o ideologías políticas. Es la verdad que existe en el mundo intangible. Es la realidad de lo que no se toca o no se ve, pero que se siente. Vive en nuestra mente, y por tanto es tan real como lo somos nosotros mismos. Este es un tema amplísimo, por lo que vamos a centrarnos en las imágenes en piedra, siempre relacionadas con los mundos de lo sagrado y de la muerte, dos espacios estrechamente conectados.
La escultura en el mundo ibérico tuvo su espacio preferente en las necrópolis. Allí, los miembros de la élite social hacía levantar sobre sus cenizas monumentos que hablaban de su poder y su prestigio. En la región meridional del mundo ibero, los monumentos funerarios más comunes tenían forma de columnas o pequeñas torrecillas. Estos edificios estaban invariablemente decorados con figuras de animales, de monstruos o con retratos de los difuntos.
La fauna ibérica que se refleja en los monumentos funerarios es muy diversa, y en ella predominan las criaturas fabulosas de la mitología. Estas figuras podían coronar el monumento o bien formaban parte de su estructura, esculpidas de manera que pareciera que sostenían el edificio, o que se apoyaban en él. Entre estas figuras predominan los animales fieros o aquellos que transmiten un sentimiento de potencia o de fuerza. Serían los grifos, los leones y los toros.
Otras figuras muy comunes corresponden plenamente al universo mítico, como son las esfinges. En menos ocasiones aparecen animales pacíficos, como las ciervas o el híbrido de la Bicha.
La elección de un animal u otro debió de ser una decisión meditada por parte de los familiares del difunto que ordenaron la construcción del monumento, o quién sabe si por el propio difunto cuando dictó la forma en que quería que su mausoleo fuera construido. Sin lugar a dudas esta elección tuvo que estar determinada por el sentido que un animal o monstruo en concreto tenía para los iberos. Ese sentido venía determinado por sus creencias y su forma de ver el mundo, y por una mitología de la que no sabemos nada. O casi nada.
Lo cierto es que muchos de estos animales no fueron inventados por los iberos, si no que fueron imaginados mucho más allá, en Oriente. Los fenicios y los griegos trajeron hasta la Península Ibérica muchas de sus criaturas imaginadas, unas criaturas que poblaron rápidamente el suelo peninsular. Los iberos, igual que ocurrió en Italia poco antes que ellos, adoptaron estos monstruos y los incorporaron a su repertorio de animales fantásticos. Pero esta asimilación de criaturas mitológicas no ocurrió a la vez que se asumieron los mitos y creencias orientales.
Los iberos encontraron un sitio para estos monstruos en sus propias creencias, junto con aquellos seres que ya poblaban su imaginación, como los lobos y las aves. Los investigadores suelen coincidir en que la adopción de criaturas y modelos orientales se realizó a través de una reinterpretación de estas figuras, siguiendo los códigos propios de la mentalidad ibera.
¿Y qué códigos son esos? ¿Qué símbolos son los que expresan las esculturas? ¿Qué identidades, qué mensajes transmiten sus figuras? Hay que tener en cuenta que cuando ahora miramos un conjunto escultórico ibérico en realidad está ocurriendo lo mismo que si miráramos un cómic con dibujos, pero sin palabras. Sabemos que está pasando algo. Tal vez incluso podamos intuir el sentido general de la narración. Pero nos perdemos los detalles, los matices. Y el diablo está en los detalles, como suele decirse.
Desde luego la manera en que fueron representadas no es casualidad. Si preguntamos a cualquier artista, nos dirá el porqué de las decisiones tomadas. ¿Por qué mira hacia un lado y no hacia otro? ¿Por qué está tumbada y no de pié? ¿Por qué colores fríos, o cálidos? Todo tiene una explicación y un sentido en la mente del artista. Si a eso le sumamos que el artesano que talló una figura de piedra hace 2.500 años tal vez pudiera llegar a creer que esa figura existía realmente, las elecciones tomadas son mucho más importantes.
El fenómeno #Bichaposting surgió en 2019 en las redes sociales en un renovado interés por esta figura icónica del arte ibérico. Numerosos autores y aficionados subieron a las redes sociales su interpretación de este animal mitológico. En 2020 este fenómeno se repitió, cuando el Museo Arqueológico Nacional invitó a realizar un diseño propio de la Bicha. a través del reto de «Interpreta MAN». Fuente de la imagen: @Sissiarte. (Twitter, 4 de Marzo de 2020).
La Bicha de Balazote fue encontrada en el campo en la segunda mitad del siglo XIX, en un terreno conocido como «Los Majuelos», cercano al núcleo de población de Balazote, en la provincia de Albacete. Fue trasladada a la Diputación Provincial y de allí al Museo Arqueológico Nacional. Que la figura apareciera sin relación a ningún espacio concreto ha dificultado el entender su significado. Sin embargo, la técnica de su tallado permite ubicar a la Bicha en torno al siglo V a.C. y está claro que debió formar parte de algún tipo de estructura mayor. Por ello se barajan dos posibilidades: o bien formó parte de la esquina de un monumento funerario, igual que los leones de Pozo Moro, en Albacete, o bien estuvo flanqueando la puerta de una cámara funeraria cubierta por un túmulo, como el ejemplo de la cámara funeraria de Toya, en Jaén.
Existen algunos paralelos en la Península para esta figura tan curiosa. En las monedas acuñadas por la ibérica Arse, conocida por todos nosotros como Sagunto, se observa un toro de pie, en gesto de caminar, con un rostro humano mirando de frente, con grandes barbas. Estas monedas fueron utilizadas entre los siglos III y II a.C. a imitación de las monedas acuñadas en Italia por parte de Neapolis, o Nápoles, un siglo antes. Pero ese toro es posterior a nuestra Bicha, al menos en un par de siglos, en lo que respecta a su uso en Iberia.
Hay otras pocas esculturas cuyas semejanzas se acercan a las de la Bicha. Cuando fue descubierta, la Bicha de Balazote fue catalogada como una esfinge a falta de un concepto mejor. La verdad es que hasta cierto punto, sus características entran dentro de esa definición. Las esfinges, seres con rostro femenino y cuerpo de felino, solas o por parejas, se yerguen mirando al espectador en posturas sentadas, con el rostro vuelto directamente hacia uno. Pueden coronar un monumento, o disponerse en su base, o a ambos lados de la puerta de una cámara funeraria. La actitud de las esfinges es clara: están protegiendo el sepulcro, ya sea porque tienen una obligación específica para con el difunto allí enterrado, o porque su misión es proteger el descanso de los muertos, en general.
La Bicha de Balazote también te mira, y parece descansar de manera despreocupada, apoyada contra la pared. De hecho, la parte trasera de la escultura no está tallada, porque formaba parte del sillar de un monumento. Pero no es un felino. Es un toro. Y su rostro no es de mujer. Su cabeza es la de un hombre barbado. Todo en su rostro es humano, excepto dos pequeñas protuberancias que se encuentran a ambos lados de su frente. Son vestigios de que la figura poseyó dos cuernos. Es posible que estos cuernos fueran de bronce, y estuvieran insertos en la escultura para darle un porte más regio y destacado.
Hemos dicho que muchas de estas criaturas fueron incorporadas al bestiario ibero a partir del imaginario griego. Es cierto que estos toros con cabeza de hombre son comunes también en la cultura de Oriente Próximo. Se trata de los lammasu, grandes toros con rostros barbados que protegían la entrada de los palacios, como aquellos que flanqueaban el palacio asirio de Jorsabad, y que pueden verse hoy en el Louvre. Pero nuestra Bicha es más pequeñita, más humilde, y desde luego más modesta. En Grecia esta figura era muy conocida también. Se trataba del dios Aqueloo, cuya leyenda puede verse en numerosas representaciones.
Aqueloo es el dios del rio del mismo nombre, considerado padre de los demás ríos y el más poderoso de los dioses fluviales. Aqueloo deseaba a la hermosa Deyanira y quería casarse con ella, pero su problema era que Hércules tenía la misma idea. Como no podía ser de otra forma, Aqueloo y Hércules decidieron la cuestión luchando, aunque el combate no salió como el dios quería. El abrazo de Hércules fue tan terrible que Aqueloo no pudo librarse de él. Se convirtió en serpiente horrenda, luego en toro, pero no consiguió que el héroe aflojara. Hércules le arrancó uno de sus cuernos, obligándole a huir. Este cuerno arrancado fue recogido por las ninfas de los ríos y convertido en la cornucopia, el cuerno de la abundancia del que, según la versión, siempre surge comida o mana agua eternamente.
Si leemos los códigos de este relato, entenderemos por qué Aqueloo es representado como un toro con rostro humano, y que a la vez se asocie con la fertilidad, la abundancia, y con la vida después de la muerte. Dicho de otra manera, con la vida que no cesa.
La imagen de Aqueloo fue muy popular en el Mediterráneo, pero su sentido fue modificándose conforme su figura viajo a Occidente. En Italia fue muy popular entre los etruscos, que lo representaron en su versión de dios que promete una vida más allá de la muerte. Con este sentido se encuentra representado en muchas imágenes que acompañan a tumbas en las necrópolis etruscas. Aparece como un toro con rostro humano, o directamente con un rostro humano con cuernos vacunos.
Muy probablemente Aqueloo llegó desde Italia a las ciudades costeras iberas, y de allí al interior de Albacete, donde un escultor lo inmortalizó en la figura de la Bicha. Pero aquí en la Península es muy posible que la imagen llegara desligada del mito, o que al menos, los iberos lo entendieran a través de sus propios mitos, igual que hicieron con los grifos, o con las esfinges. Para los iberos, los seres híbridos tenían un significado muy profundo. Les llamaban mucho la atención. Encajaban en sus esquemas mentales, y por tanto el Aqueloo etrusco, que antes había sido griego, fue adoptado gratamente como un ser del Más Allá.
La Bicha aparece observando al espectador. Pero su mirada no es fiera como la de los grifos ni desafiante como la de las esfinges: el toro con rostro humano te devuelve la mirada. Con sus barbas y su pose tranquila transmite un sentimiento de calma. Parece estar esperando una pregunta por nuestra parte. Una petición de socorro, un ruego, una duda. El profesor Ricardo Olmos sugiere que la Bicha es un genio del lugar, asociado a las aguas, que promete protección en el otro mundo que está de espaldas al nuestro. El agua en Iberia tenía un valor simbólico muy alto. Muchos santuarios iberos, tanto al aire libre como en cuevas, tienen al agua como una manifestación de los dioses. Es un agua que cura, es un agua que permite nacer las plantas. En la curación y el nacimiento hay una promesa de vida en la muerte. La investigadora Isabel Izquierdo interpreta a la divinidad barbada de Balazote como un ser de inmensa sabiduría que aguarda en el umbral gris de los dos mundos. La Bicha actuaría como un guardián, poseedor de conocimiento inmortal que no distingue entre las dos caras de la moneda que son la vida terrena y la ultraterrena. Por eso espera apoyada sobre el monumento. Aguarda calmosamente a las almas de los difuntos que puedan acudir a su presencia para solicitar sus consejos.
La Bicha de Balazote es, por tanto, un guía psicopompo, una criatura que guía las almas de los muertos. En el imaginario ibérico, esta criatura vive en los lugares agrestes, oculta entre las encinas y las rocas, en lo más recóndito del bosque. Tal vez se dedique a guardar una fuente que brota de la roca, o viva apaciblemente a la entrada de una cueva. Tal vez existiera algún mito que hablara de cómo un héroe alcanzó uno de estos recónditos lugares para consultar a la Bicha el lugar exacto de la entrada al Más Allá. Y puede que la Bicha le revelara el secreto.
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