El guerrero ibero y el juego

por el Profesor

Desde el 18 de mayo hasta el 30 de septiembre de 2021 se llevó a cabo la exposición «El guerrero íbero y el juego» en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche. A través de esta exposición se trata uno de los aspectos más normales en la vida de los seres humanos pero que posiblemente más raramente pensemos al estudiar las culturas del pasado: el juego.

Jugando aprendemos a vivir, nos entrenemos, e incluso entrenamos y adquirimos habilidades que de otra forma no podríamos desarrollar. De hecho, resulta asombroso la cantidad de juegos que hoy existen y que trazan una línea directa desde la Antigüedad. El juego de ajedrez es el primer caso, pero incluso éste es reciente comparado con otros. Los hallazgos arqueológicos en el Mundo Antiguo están llenos de pequeñitas piezas esféricas o circulares de cerámica, piedra o pasta de vidrio que eran fichas de algún juego. Los antiguos egipcios jugaban al Senet, un juego sobre un pequeño tablero en el que las fichas debían alcanzar la meta bloqueando a su vez a los rivales. En las tumbas sumerias de Ur se encontró el juego denominado por los descubridores ingleses «Juego real de Ur», cuyas reglas no debían distanciarse mucho del juego egipcio. El juego del molino, una versión de las tres en raya, ya existía en Micenas hace más de tres milenios. Eso respecto a los juegos complejos. No podemos hablar del juego de las tabas, o de las canicas, o juegos de correr, de esconderse, de imitar, de burlar… juegos que han existido desde siempre.

El juego en la Antigüedad, como casi cualquier otra cosa, tenía una explicación mítica. Para los antiguos griegos, el juego fue creado por el héroe griego Palamedes durante la guerra de Troya. Lo hizo para así poder entretener a los griegos en las largas y aburridas horas de molicie entre batallas, ya que el asedio a la ciudad de Troya se alargó durante nueve años. Entre los motivos pintados de la cerámica ática uno muy recurrente y peculiar fue el de Aquiles y Áyax jugando a los dados. Esta escena debió ocurrir en algún momento del asedio a la ciudad, aunque Homero no nos dice en cuál. Fue sin duda una escena común en lo que llamaríamos la cultura popular helénica. En la escena se ven a Áyax y a Aquiles totalmente armados, asiendo sus lanzas, con los escudos y los yelmos a su lado. Ambos se encuentran concentrados en el juego que tienen delante, sobre una mesita. La escena repite invariablemente el mismo momento: lanzados los dados, Aquiles ha obtenido un cuatro, por lo que se yergue como vencedor de Áyax, que ha sacado un tres.

Gracias a diferentes referencias en los escritos clásicos, sabemos que en Grecia eran comunes los juegos con tres dados, mientras que en Roma se solían utilizar cuatro dados. El juego de dados, que consistía en tirarlos y obtener una puntuación, era el más popular, dada su versatilidad y facilidad de reglas. Sin embargo, el dado es un objeto de lujo, y sólo es accesible para una élite. En Iberia, algunos juegos fueron desarrollados de manera autónoma entre sus pobladores, pero otros llegaron importados desde Grecia e Italia, causando furor entre las gentes de la península.

Cuando el juego trataba de lanzar dados y obtener una puntuación, hablamos de juegos de azar. En el mundo clásico existían varias versiones. Cuando el juego consistía en obtener la puntuación más alta se llamaba pleistobolinda. También existía el artiasmos, o pares e impares, en el que se buscaba obtener una puntuación alterna en la tirada.

Los juegos de mesa eran denominados pesseia. Estos juegos se realizaban con fichas que se movían con el resultado de un dado. Existía la pentelitha, juego de cinco piedras, o la «polis», un juego parecido al ajedrez. El juego más popular entre los griegos era el pentagrammai, o juego de las cinco líneas. Se jugaba con un dado y con cinco fichas para cada participante. El objetivo de cada jugador era colocar sus cinco fichas en el lado opuesto de la línea central. El juego sería un antepasado del backgammon, y su tablero era muy simple: se situaban cinco casillas en cada lado, unidas por líneas en paralelo cruzadas por una en horizontal. En el juego, el dado indicaría el número de movimientos que una ficha podía realizar sobre los ejes formados por las casillas y los puntos de tangente de cada línea.

El juego pentagrammai, o de las cinco líneas, fue uno de los juegos más populares en Grecia. Se desconocen sus reglas exactas, pero como suele asociarse a uso de un dado, es posible que la tirada de dado indicara qué casillas podría mover una ficha, hasta intercambiar las fichas de un bando en los espacios ocupados por las fichas del bando contrario. En este sentido, puede resultar un antepasado remoto de juegos como el parchís. Fuente de la imagen: propia.

En lugar de dados, los jugadores más humildes podían usar tabas. Las tabas en la Antigüedad se obtenían directamente de los astrágalos de las cabras y ovejas, unos huesecitos que unen la pezuña con la pata. Su forma rectangular tiene cuatro lados: dos cantos, un lado cóncavo y otro convexo. Su forma les hacía muy útiles para ser lanzados. Para jugar con ellos, estos huesos podían ser ligeramente modificados aplanando un tanto sus superficies para mejorar su caída o incluso añadiendo perforaciones para conocer el resultado de la tirada. Según la cara en que caían estos huesos, éstos otorgaban una puntuación de 1, 3, 4 y 6. En los yacimientos de la cultura ibera se encuentran numerosas tabas pero muy pocos dados, lo que indica que los iberos gustaban más de los juegos de azar, y menos de los de estrategia en tablero. Las tabas además son más antiguas, apareciendo en los yacimientos a partir del siglo VIII a.C, mientras que los dados se remontan al siglo V, debido al contacto con los griegos.

Dado que las tabas eran mucho más fáciles de adquirir que un dado, el juego de azar más conocido entre las culturas clásicas consistía en el lanzamiento de 4 tabas, denominado en griego pleistobolinda. Teniendo en cuenta las puntuaciones 1, 3, 4 y 6 de las tabas, existían hasta 35 combinaciones posibles en una tirada, que sumaban distintas puntuaciones. La obtención de una puntuación concreta componía una jugada. El juego consistía en lanzar las tabas y leer el resultado obtenido para sacar la mejor jugada posible. Se conocen los resultados mejor y peor. La victoria automática se obtenía con el llamado «golpe de Venus», en el que cada taba caía mostrando una puntuación diferente, sumando 14 puntos. La peor tirada era la del «perro», cuando todas las tabas quedaban boca arriba por el mismo lado.

Hasta cierto punto, los juegos de azar y de estrategia fueron tenidos como juegos varoniles. En ellos se ponía a prueba ciertos valores que se asociaban con el guerrero y el mundo de la guerra: la astucia, la rivalidad, la excelencia y la fortuna. La imagen del juego de dados entre Aquiles y Áyax fue un trasunto de este concepto. Mientras los juegos más enjundiosos eran tenidos como juegos de hombres, jugar con tabas era muy popular entre las mujeres y los niños. Sin lugar a dudas los niños iberos y romanos jugaron en las calles y en los patios de sus casas a las tabas, arrojando una al aire y cogiéndola con la mano, sumando más y más tabas hasta que una caía. Ganaba quien era capaz de mantener más tabas en la mano sin que se cayeran.

En Iberia las tabas se encuentran en todos los contextos arqueológicos: hay tabas en los poblados, dentro de las casas o perdidas en la calle, en los santuarios, y también enterradas como ajuar en las necrópolis, para acompañar a su propietario hacia el más allá. Que estos instrumentos de azar aparezcan en las tumbas tiene un doble significado: por un lado, se trata sin duda de un objeto apreciado por el difunto, que es enterrado con él para que pueda disfrutarlo en el Más Allá. Pero en un sentido metafórico también puede interpretarse como un amuleto o elemento adivinatorio: igual que proporciona la suerte en el juego, también proporciona la suerte en el Último Viaje. El método de adivinación a través de los dados es denominado cleromancia, y parte del concepto de que los resultados obtenidos no proceden del azar, si no de la voluntad de los dioses. Si es que el azar y la voluntad divina no es lo mismo.

El juego del molino es conocido arqueológicamente desde época micénica, y es posiblemente el juego más antiguo que sigue jugándose hoy día. Ha conocido muchos nombres: Alquerque, Nine men’s morris, o Molino. Sus reglas pueden variar sutilmente de un tipo de juego a otro, pero son conocidas y fácilmente accesibles por internet. Fuente de la imagen: propia.

Si hablamos de las fichas que acompañaban al juego, estamos en un campo interpretativo que en arqueología ha dado algunos quebraderos de cabeza. En enterramientos o en lugares de habitación se han encontrado en ocasiones piezas hechas de los más distintos materiales, como piedra, o cerámica, o hueso. Estas piezas tienen formas redondas, o cuadrangulares, pero tienen la característica compartida de ser piezas que imitan una forma homogénea o que son de pequeño tamaño.

En suelo de la Iberia Vieja, se encuentra con bastante frecuencia este tipo de piezas, que sin complejos podemos denominar fichas de juego, y no nos equivocaríamos. Entre estas piezas, en la región del Suroeste peninsular destacan las fichas de pasta vítrea y forma circular, con una decoración en espiral. Estas piezas son producciones italianas célticas, fabricadas por algún pueblo de los que habitaban el norte de la península italiana entre los siglos V y IV a.C. Las fichas, que formaban parte de un juego de mesa, no llegaron al área ibera por el comercio, ya que los iberos no comerciaban con los celtas italianos. La interpretación que hacen los arqueólogos a estas piezas es que se trata de juegos aprendidos en suelo italiano y transportados de regreso a casa por parte de guerreros iberos al servicio de patronos itálicos durante la época arcaica de Roma. Se trataba por tanto de un objeto de prestigio, algo lo suficientemente relevante o atractivo como para ser aprendido e imitado por los mercenarios iberos, que después, en su hogar, quisieron ser enterrados con ellos, junto con sus armas, como elementos que hacen ver su rango social y su riqueza.

Con el tiempo los juegos fueron haciéndose más populares, y fichas de juego se encuentran en un rango de sepulturas más amplio. Para la época del contacto con Roma, entre los siglos III y II a.C., pueden encontrarse piezas en tumbas tanto masculinas como femeninas, de niños y adultos, asociadas con un rico ajuar o sin apenas objetos. La distinción social en época cercana al cambio de era no se demostraba por la posesión de piezas de juego, si no por el material de que estaban hechas. Y es que incluso en el juego somos diferentes.

En Iberia, los primeros juegos de estrategia se perciben a través de las tumbas, generalmente de guerreros. Las fichas podían ser de pasta de vidrio, de cerámica o en piedra. Las fichas de pasta de vidrio, traídas de Italia, son de color azul o amarillo y tienen una silueta en forma de hélice, blanca, amarilla o azul, que contrasta con el color de fondo y da un aspecto muy agradable a la ficha.

En algunas tumbas iberas con armamento también se han encontrado dados y conjuntos de 4 tabas, lo que indica que se trataba de un conjunto de piezas para jugar a juegos de azar. En ocasiones, estas tabas aparecen también junto a pequeñas fichas de cerámica o tejuelos, que podían utilizarse como amarracos para llevar el tanteo de las apuestas y puntuaciones.

En otros territorios predominan fichas de piedra en forma cuadrada, y las de cerámica, de forma redonda. Todas tienen en común el tener una base planta, obviamente para ser colocadas en el tablero. Fuera de estas piezas fabricadas, encontraríamos también pequeños cantos de río, piedrecitas muy pulidas y de formas redondeadas. Si lo piensas bien las chinas de río son piezas muy buenas para el juego, ya que pueden ser fácilmente seleccionadas directamente de lecho de un río por su tamaño y por su color.

Rara vez se encuentran piezas de distinto material en la misma tumba, lo que nos hace pensar que no había una distinción entre las fichas de cada jugador, como si dijéramos blancas y negras. El número de piezas encontradas es también muy dispar: desde solo 1 a 14 piezas. Salvando los motivos aleatorios que expliquen por qué no se ha conservado un juego entero, que podría ser por cualquier causa, sí que destacan los grupos de piezas divisibles por cuatro, lo que indica un patrón en el número de fichas totales. Que estos juegos de fichas se encuentren sin un dado puede indicar que el juego de estrategia no requería de tiradas de dados, si no que el movimiento de las fichas venía marcado por sus propias reglas internas.

Todos estos datos nos dan una imagen general sobre el juego en Iberia. La presencia de fichas corresponderían a uno o más tipos distintos de juego de mesa. Los tableros en los que estos juegos debían realizarse no se han conservado porque no se enterraron con ellos, o porque podían ser de madera o pintados en una tela, con lo cual han desaparecido o fueron quemados junto con el muerto, aunque las más de las veces estarían directamente dibujados en el suelo.

Uno de los juegos más populares fue el pentagrammai, o de las cinco líneas, que sería similar al backgammon, si bien éste requería de un dado para determinar el movimiento. Otros juegos que no requerían dados serían el terni lapilli en latín, literalmente el «tres piedras», que vendría a a ser las tres en raya. Muy común en Roma, y que requiere 14 o 18 piezas por bando, es el juego de los ladrones, llamado popularmente latrunculi. Básicamente era un antepasado de las damas: las fichas solo podían moverse hacia delante o hacia atrás, capturando la ficha de un rival cuando ésta quedaba inmovilizada.

Otro juego sería el molino, conocido en inglés como nine men’s morris entre los ingleses, Alquerque en el Libro de los Juegos de Alfonso X el Sabio y con otros muchos nombres en toda Europa. Tableros del molino se encuentran por todas partes, en todas las épocas. Hay evidencias de tableros de molino de época micénica. Sorprende verlos, por ejemplo, rascados en las aceras de ciudades romanas, o en los claustros de iglesias románicas. Se realizaba un tablero con tres rectángulos incluidos uno dentro del otro, unidos por líneas tangenciales en sus lados intermedios. Las fichas se sitúan en los extremos opuestos, y se mueven por las intersecciones de línea para bloquear a una ficha rival. El que mantiene sus fichas en el tablero, gana.

Referencia bibliográfica:

GRAELLS, R. y PÉREZ, M. (eds.) (2021): El guerrero íbero y el juego. Elche: Ayuntamiento de Elche.

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