por El profesor
Junto al mar, en Poniente, se encuentra una vasta tierra donde florece la jara amarilla y crecen frondosos la encina y el robe. Allí cuidaba Gerión el boyero de sus ubérrimos rebaños, y pastaban las yeguas veloces del rey Argantonio, entre olivos leñosos que ofrecen a los hombres el dorado tesoro de sus frutos oscuros.
Mucho antes de que aquella tierra fuera visitada por Hércules en el transcurso de las tareas que le empeñara el noble Euristeo, regía en las fértiles tierras regadas por el rio Baitis la diosa Baecila. Rodeada por una corte de jóvenes doncellas, atendía diligentemente el flujo del río y el nacer de las plantas.
Gerión, Gárgoris y Habis son personajes mitológicos que pueblan la Península Ibérica dentro de la imaginación griega. Estos personajes expresan un mundo anterior a la civilización y su presencia equivale al «Érase una vez…» de nuestros cuentos populares. Fuente imagen: britishmuseum.org
Aconteció en cierta ocasión que, mientras Baecila y sus doncellas descansaban después de un baño en una calurosa tarde del estío, el dios Netón, de refulgentes cabellos, se topó con ellas y se detuvo a espiarlas por entre las ramas del bosque. Al ver la belleza de la diosa sintió el impulso de poseerla en el acto, pero aguardó toda la noche hasta que, con el amanecer, guió un rayo de luz hacia su rostro, haciendo que despertara antes que sus doncellas. Curiosa, Baecila siguió a aquel haz de luz que la guiaba hacia el interior del bosque, hasta hallarse sola y lejos de cualquier ayuda.
Entonces Netón se presentó ante ella, sorprendiéndola, y requirió su amor. Baecila huyó aterrada ante su presencia, pero el dios se lanzó en pos de ella. Recurriendo a sus poderes divinos, primero ella se transmutó en liebre veloz, y él respondió con la forma de un lobo terrible; luego, en una paloma gris y en un águila negra. Finalmente, Baecila se transformó en una yegua de miembros veloces, y él, ofuscado, en un viento que agitó el polvo del camino, cegándola por un instante, tiempo sin embargo suficiente como para unirse con ella y satisfacer así su lujurioso deseo.
Sintiéndose encinta, quiso la diosa ocultar su vergüenza en el fondo del mar Océano. Allí dio a luz a dos gemelos con la forma de dos potros de perfecta hermosura. Pero como aquél no era su medio natural, escaparon del seno marino y alcanzaron la costa cabalgando por entre las crestas espumosas de las olas hasta llegar a la orilla. Para mantenerlos ocultos a los ojos de Netón, Baecila les condujo lejos de la tierra de su padre, y durante su infancia los potros divinos pastaron en las amplias llanuras situadas en Septentrión, rodeadas por altas cadenas de montañas.
La mitología recoge la existencia de numerosas bestias marinas. Entre ellas, los hipocampos son animales mitad pez, mitad equino. En el relato los hijos de Baecila reflejan el mito de los gemelos divinos, los Ashvin védicos o Dióscuros griegos. Estos personajes mitológicos son reconocidos por ser grandes jinetes. En el relato, los gemelos divinos van más allá y son efectivamente caballos nacidos en el mar, como los hipocampos griegos. Fuente imagen: britishmuseum.org
Pasado un tiempo, al fin, su madre decidió devolverles su forma humana, movida por el amor y la piedad que le inspiraban. Los gemelos se convirtieron entonces en dos jóvenes apuestos de altivo gesto, conservando de su pasada forma unos miembros veloces y ágiles. Baecila les relató quién era su padre y les encomendó ir en su busca, para que éste pudiera concederles un nombre y convertirse en guerreros, restituyendo así los derechos y privilegios que les pertenecían por nacimiento.
Antes de despedirles les regaló sendos puñales de bordes apuntados y dos lanzas fundidas en una sola pieza de bronce, sólida y ligera. Así equipados, se despidieron de su madre y emprendieron camino al sur, atravesando llanos y bosques hasta remontar las elevadas montañas de cumbres peladas.
En su viaje los gemelos alcanzaron un paso elevado, donde el camino cruzaba junto a una cueva oscura de la que manaba un manantial. Agotados por el calor, los hermanos quisieron beber, pero pudieron apreciar que junto a la fuente se hallaban desparramadas osamentas de hombres y animales. Entonces vieron salir a un gigante de pelo hirsuto, que portaba entre sus manos nervudas una clava hecha con el tronco de un tejo centenario. Aquél declaró ser el guardián de la fuente, y alzando su porra, quiso matarlos. Los gemelos se zafaron de sus golpes con agilidad, y uno de ellos consiguió derribarlo al clavarle su dardo en el pecho, mientras que el otro se abalanzó sobre él, seccionándole la cabeza. Partiendo el tejo en dos, plantaron los pedazos en el suelo y clavaron en ellos la cabeza y las manos, mostrando así a los futuros viajeros que el camino era ahora seguro.
Pudieron entonces los hermanos descansar y beber de la fuente de aguas salutíferas hasta estar saciados, y más tarde retomaron la marcha, descendiendo las laderas boscosas de las montañas hasta alcanzar las orillas del rio Baitis. En las fuentes del río hallaron la entrada a los palacios subterráneos de Netón. Al adentrarse en ellos fueron reconocidos de inmediato por el dios, que les llamó por sus nombres, Turios y Tanios, y les invitó a sentarse junto al fuego del hogar frente a su trono, compartiendo con ellos su comida y su vino.
Los dos jóvenes agradecieron el agasajo y solicitaron a su padre que les hiciera guerreros. Netón les comunicó que la muerte del guardián de la cueva les había concedido ese derecho, pero que, como hijos suyos, aún debían reclamar el honor del campeón, aquel que se sientan el primero entre sus iguales y recibe el mayor privilegio. Les remitió entonces al rey Habis, el más sabio de los mortales, para que les confiara una misión con ese propósito. Antes de partir entregó a sus hijos sendas espadas: una era de bordes rectos y aguda punta, la otra de un solo filo curvado, cortante en extremo. También les equipó con corazas de disco repujadas con el rostro de un lobo con gesto feroz, y cinturones anchos de bronce forrados en piel. Por último les entregó dos escudos redondos, empuñados. Entonces les despidió amorosamente, sin saber que había sembrado en ellos un destino funesto.
El famoso pectoral, fragmento de la escultura del guerrero de La Alcudia de Elche, muestra con una sorprendente capacidad de detalle la panoplia defensiva de un guerrero ibero. El lobo como figura amenazante, animal de la noche asociado con la muerte, se presenta en la armadura del guerrero como un espíritu protector, cuyo mal aleja todo mal. Una armadura de semejante calidad es un regalo apropiado para los héroes gemelos del relato. Fuente imagen: researchgate.net
Los hermanos viajaron hasta la ciudad que los hombres llamaban Tharsis. Allí el rey Habis les acogió en su corte y les dio de comer el pan y el vino de los huéspedes. Sólo cuando estuvieron satisfechos les preguntó sobre su linaje y el motivo de su visita. Al conocer sus intenciones, el sabio rey les indicó que la ley establecía que tan sólo un campeón puede sentarse a la mesa cada vez, y que por tanto su hermandad se interponía en la consecución del título. Los gemelos declararon sin embargo el amor que les unía, y juraron frente al fuego del hogar que ninguno de los dos usurparía el derecho del otro. Proclamándose testigo de su juramento, Habis les encomendó entonces la búsqueda del monstruo Grifo, una terrible criatura alada con cuerpo de león y garras y rostro de ave de presa, que habitaba junto al río Lixia, cuyas aguas corrían tintas en sangre por sus muchos asesinatos. Allí debían capturarlo y llevar su cuerpo a la ciudad como trofeo.
Alcanzadas las orillas de aquel rio, los gemelos remontaron su corriente tinta entre las peñas y bosques de pinos hasta que localizaron al monstruo, que volaba sobre ellos en busca de presas. Tres veces descendió la bestia desde las alturas con velocidad, y todas las veces los hermanos consiguieron evitar su ataque, escondiéndose entre las rocas. Al iniciar la criatura un nuevo descenso, Turios sopesó su venablo y lo arrojó con fuerza, errando por poco el tiro. El Grifo, al verse sorprendido, remontó de nuevo el vuelo, chillando con frustración. Pero Tanios se preparó a su vez, e imprimiendo toda la fuerza de su brazo, acertó clavando el dardo en el cuerpo del monstruo.
Herida, la criatura se derrumbó en el suelo. Entonces Turios sacó su espada de bronce afilado y se arrojó contra la bestia, que en ese momento se revolvía entre las rocas, herida y cegada de ira. Guerrero y monstruo se enzarzaron en un combate cruel, sin ser capaces de imponerse el uno sobre el otro. Perdida su arma, Turios abrazó a la criatura por el cuello, mientras ésta le hería clavando profundamente sus garras en los muslos del guerrero. Bañado su pecho en sudor, Turios agarró el pico del pájaro con fuerza, y tirando de sus fauces hasta romperlas pudo al fin quitarle la vida.
La lucha final de los gemelos divinos está basada en la conocida escena de la Grifomaquia, perteneciente al conjunto escultórico de Cerrillo Blanco, en Porcuna. El héroe civilizador, enfrentado a la bestia en una escena cargada de vitalidad y violencia, demuestra la lucha del bien contra el mal, de la humanidad que pone orden en el caos. Fuente imagen: ceres.mcu.es
Muerto el Grifo, Tanios le despojó de la piel mientras Turios curaba sus sangrantes heridas. Pero tras desollar a la bestia, surgió entre los hermanos una disputa por decidir quién tendría el derecho de llevar la piel ante el trono de Habis. Ambos se proclamaron merecedores del trofeo, recurriendo a los logros conseguidos en su captura. Pronto la disputa llegó a un abrupto final, ya que enardecidos por su orgullo e iguales en agilidad y destreza, olvidaron su juramento y llegando a las manos, acabaron muertos el uno en manos del otro. Y así permanecieron abrazados junto a los despojos del monstruo.
Netón entonces, sabedor de su muerte, viajó hasta ellos, tomó sus cuerpos y los limpió, transportándolos luego a las puertas del palacio de Habis para que recibieran las exequias necesarias. Con gran ceremonia fueron ambos hermanos quemados en una pira de leña de encina y roble, cubiertos por la piel del grifo, y liberadas por el fuego sus almas inmortales acudieron sumisas a la corte de su padre. Reunidas las cenizas, Habis mandó elevar un gran túmulo de tierra sobre ellas. Sobre él ordenó el rey tallar la piedra para construir un gran monumento, formado por una fuerte columna de juntas hiladas, cuya cima coronaron con un bloque esculpido con la forma del monstruo Grifo. Alrededor del monumento, y en los cruces de los caminos, realizan aún los hombres libaciones de vino y depositan ofrendas de flores y alimentos cuando quieren reclamar la ayuda de los gemelos divinos, hijos de los dioses inmortales.
El dios Netón, para honrar a sus hijos, los elevó a los cielos y situó a cada uno de ellos en Oriente y Poniente, con la forma de dos estrellas brillantes que vigilan la ruta del Sol en su viaje. Y allí permanecen los hermanos hasta hoy en día, escoltando al Sol en su periplo y rutilando por las noches en socorro del viajero y del navegante.