por El Profesor
El Museo Arqueológico Nacional de Madrid acoge en su exposición permanente diferentes esculturas ibéricas procedentes del importante santuario ibérico del Cerro de los Santos, en Albacete. El mayor conjunto de estas esculturas está compuesto de damas oferentes que presentan unos rasgos comunes: visten largos ropajes, típicos del vestuario femenino ibérico, portan vasos en sus manos, signo identificativo de las esculturas del santuario, y muchas de ellas lucen joyas que reflejan su posición social.
Entre todas estas esculturas, destaca la denominada propiamente “Gran Dama oferente del Cerro de los Santos”, número de inventario 3.500. La escultura fue hallada en 1870 en la ladera occidental del cerro, y pasó a formar parte de la colección del Museo Arqueológico en 1873 (CER.es). La escultura fue tallada en arenisca, un tanto más pequeña que el natural, de 135 centímetros de altura. Aunque es de bulto redondo, el trabajo de esculpido está centrado en la parte delantera, lo que indica que se realizó para ser vista de frente, rasgo similar al de las otras esculturas halladas en el yacimiento del antiguo santuario.
Esta dama representa a una joven mujer perteneciente a la aristocracia ibera. Viste tres túnicas superpuestas que llegan hasta el suelo. Encima de ellas lleva una túnica lisa bordada y un manto pesado le cubre por encima, cayendo en gruesos pliegues. En la cabeza porta una diadema, de la que cuelgan unos postizos con ínfulas y arracadas, bajo el cual luce un cabello en tirabuzones que caen sobre el pecho. El conjunto de diademas y colgantes se combina con las demás joyas que luce el personaje: fíbulas, anillos y collares, que junto a las telas que viste hablan de la riqueza de su atuendo y recalcan su alto estatus (Gabaldón, 2009: §2-4).
La Dama oferente del Cerro de los Santos, número de inventario 3.500, es el mejor ejemplo, por sus dimensiones, calidad artística y rasgos estilísticos, de la serie de esculturas de damas procedentes de este santuario ibérico. El santuario estuvo en funcionamiento posiblemente desde el s.IV a.C hasta el siglo I d.C., aunque su principal actividad se centró entre el siglo III y I a.C. En esta época, la élite ibera de la región, además de las clases populares, acudió con asiduidad a este santuario y se hizo notar representándose en actitudes de ofrecimiento a los dioses del lugar. Fuente imagen: ceres.mcu.es
Muchas de las esculturas halladas en el Cerro, y en especial las que guardan similitudes con la Dama oferente, representan el interés de la aristocracia ibera por reclamar el protagonismo de su clase social o de su propia persona en el santuario, una costumbre que se mantendrá en época romana republicana y que refleja la importancia que la presencia de diferentes linajes iberos tiene en el conjunto del santuario (Gabaldón, 2009: §8).
El santuario del Cerro de los Santos estaba situado al sur de la provincia de Albacete, en la región del corredor del río Almansa, un espacio natural que fue utilizado como principal línea de comunicación entre la Meseta, la zona septentrional de Levante y el valle del Guadalquivir (García, 2015: 85, 96). Dentro de una comarca árida y deshabitada aún en tiempos iberos, este cerro no resulta especialmente dominante en el entorno, y sin embargo, su posición junto a la vía de paso debió significar una ubicación lo suficientemente importante como para que allí se instalara este centro de culto (idem: 99) , uno de los más importantes de la cultura ibérica meridional.
Aunque las joyas y el atuendo destacan a la vista del observador, el rasgo más peculiar de la Dama oferente y en general de todas las estatuas de damas encontradas en el santuario ibero es que aparecen con un vaso en la mano, en el ademán de presentar el recipiente lleno de contenido, ya sea agua, leche o vino, a los dioses del lugar, antes de libarlos en el suelo frente al altar o en el umbral del recinto sagrado, en gesto de ofrenda o reverencia a los dioses (Izquierdo, 2003: 125ss).
Resulta evidente que el ofrecimiento de un contenido líquido era un aspecto destacable de los ritos religiosos que se realizaban en el Cerro, pero para este ritual no parecía ser necesario un recipiente específico (Sánchez, 2017: 4.1, §26). Pese a todo, sí que se ha encontrado con asiduidad la existencia de unos vasos denominados caliciformes, por dar la idea de ser un cáliz destinado a dirigir la ofrenda a la divinidad, que son aquellos con los que las Damas oferentes son representadas (González-Alcalde, 2009).
Los vasos caliciformes no son únicos del ambiente ritual de los santuarios iberos, pero destacan en la representación de las esculturas oferentes del Cerro de los Santos, y también se encuentran en cuevas que tuvieron un importante papel dentro de la religión ibérica. Por ello, se considera que estos vasos sirvieron para llevar a cabo un ritual específico que adquirió un significado específico dentro de la religión ibérica, que hoy desconocemos. Fuente imagen: arqueohistoriacritica.blogspot.com
En la gran mayoría de las estatuas femeninas del santuario la existencia de este vaso y del propio ademán de ofrecimiento es una constante que no pasa desapercibida (Izquierdo, 2003: 119-121). El vaso con el que aparecen representadas las damas del Cerro suele ser del mismo tipo, con un pie y cuerpo globular y con un reborde en la boca, sostenido con ambas manos y con los brazos a ambos lados del cuerpo. La actitud es tan repetida que da que pensar que se trata de la representación de una postura o actitud de rezo específica, como el juntar las manos en oración para los cristianos. Si se trata de un gesto ritual, es muy interesante apreciar como este gesto es distinto para los hombres (Izquierdo, 2003: 121), que llevan un cuenco, no el vaso caliciforme de las mujeres, sostenido con la mano derecha, mientras que con la mano izquierda sostienen el borde del manto que visten. Puede que nos encontremos ante una imagen congelada de un acto ritual muy concreto, sobre el cual no podemos conocer detalles específicos, pero que sería un elemento clave de los actos llevados a cabo especialmente por las personalidades de alto rango que acudían al Cerro (García, 2015: 90).
El culto a las aguas está íntimamente con la religiosidad ibérica, especialmente en su ámbito comunitario (Olmos, 1992). El agua es vista como un agente de fertilidad, que da vida a la naturaleza, y también de curación. Es posible que los iberos creyeran en numerosas divinidades relacionadas con el agua, ríos, manantiales o fuentes, y que el culto a estas fuerzas naturales estuviera profundamente intrincado en su mentalidad (Olmos, 1992: 109). Al ser una manifestación de los dioses, las aguas podían sanar a los enfermos y ofrecer fertilidad a las mujeres (Sánchez, 2017: 4.1, §4). Por lo tanto, a este santuario acudirían tanto gentes del común como miembros de la aristocracia, con la clara intención de interactuar con la divinidad, esperando de ella una reacción positiva a sus plegarias y ofrecimientos. En el caso de la élite a las que las Damas oferentes formaban parte, acudían para hacerse ver y rendir culto a los dioses que allí habitaban (García, 2015: 101), manifestando no sólo a ojos de los dioses, si no de sus propios conciudadanos, deudos y linajes rivales, su presencia y piedad en un lugar importante para las comunidades iberas aledañas de oretanos, bastetanos y contestanos.
Fuentes y bibliografía
CER.es: inventario 3500. [consulta 11 enero 2021] Disponible en:
GABALDÓN, M. (2009): “Dama oferente del Cerro de los Santos”. Madrid: MAN.
GARCÍA, J. (2015): “El Cerro de los Santos: paisaje, negociación social y ritualidad entre el mundo ibérico y el hispano”. Archivo Español de Arqueología, 88. pp. 85-104.
GONZÁLEZ-ALCALDE, J. (2009): “Una aproximación cultural a los vasos caliciformes ibéricos en cuevas-santuario y yacimientos de superficie”, Quaderns de prehistòria i arqueologia de Castelló, 27. pp. 83-107.
IZQUIERDO, I. (2003): “La ofrenda sagrada del vaso en la cultura ibérica”, Zephyrvs, 56. pp. 117-135.
OLMOS, R. (1992): “Iconografía y culto a las aguas de época prerromana en los mundos colonial e ibérico”. Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t.V. pp103-120.